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DISCURSO DEL PAPA  JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA DE LA UNIÓN APOSTÓLICA DEL CLERO


Viernes 27 de junio de 2003

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. "Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum":  "¡Qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!". Me venían a la memoria estos conocidos versículos del salmo 133, mientras escuchaba las amables y cordiales palabras de monseñor Csaba Ternyák, secretario de la Congregación para el clero, que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos los presentes. Sí, es realmente una íntima alegría encontrarse y sentir la fraternidad que nace entre nosotros, queridos sacerdotes, partícipes del único y eterno sacerdocio de Cristo. Esta mañana habéis podido experimentar este misterio de comunión durante la celebración eucarística en el altar de la Cátedra, en la basílica de San Pedro. Ahora es el Sucesor de Pedro quien os abre las puertas de su casa, que también es vuestra.

Dirijo a cada uno mi más fraterno saludo en el Señor. De modo especial, saludo a los organizadores y a los animadores de vuestra asamblea nacional, y a todos los participantes. Saludo a los responsables nacionales e internacionales de la Unión apostólica del clero, así como a los representantes de la naciente Unión apostólica de laicos.

2. Durante el congreso estáis reflexionando en el tema:  "En la Iglesia particular, como en la comunión trinitaria; la espiritualidad diocesana es espiritualidad de comunión". En continuidad con los encuentros precedentes, queréis centraros en el papel de los pastores en la Iglesia particular.

El misterio de la comunión trinitaria es el modelo supremo de referencia de la comunión eclesial. Lo reafirmé en la carta apostólica Novo millennio ineunte, recordando que "el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza" es precisamente este:  "Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión" (n. 43). Esto implica, en primer lugar, "promover una espiritualidad de comunión", que se convierta en un "principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano" (ib.).

Se llega a ser experto en "espiritualidad de comunión", ante todo, gracias a una conversión radical a Cristo, a una dócil apertura a la acción de su Espíritu Santo, y a una acogida sincera de los hermanos. Nadie se ha de hacer ilusiones -recordé en la citada carta apostólica-, "sin este camino espiritual de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión, más que sus modos de expresión y crecimiento" (ib.).

3. Por tanto, dado que la eficacia del apostolado no depende sólo de la actividad y de los esfuerzos de organización, por lo demás necesarios, sino en primer lugar de la acción divina, es preciso cultivar una íntima comunión con el Señor. Hoy, como en el pasado, los santos son los evangelizadores más eficaces, y todos los bautizados están llamados a tender a "este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria" (ib., 31). Con mayor razón, esto concierne a los sacerdotes, que dentro del pueblo cristiano ejercen funciones y cometidos de gran responsabilidad. La Jornada mundial de oración por la santificación del clero, que por feliz coincidencia se celebra precisamente hoy, constituye una ocasión propicia para implorar del Señor el don de celosos y santos ministros para su Iglesia.

4. Para realizar este ideal de santidad, cada presbítero debe seguir el ejemplo del divino Maestro, el buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Un santo de nuestro tiempo, Josemaría Escrivá, escribió que "el Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna" (Forja, n. 1). Pero, ¿dónde encender estas antorchas de luz y de santidad sino en el corazón de Cristo, hoguera inagotable de caridad? No es casualidad que la Jornada mundial de oración por la santificación del clero se celebre precisamente hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

En el corazón de su Hijo unigénito, el Padre celestial nos ha colmado de infinitos tesoros de misericordia, ternura y amor -"infinitos dilectionis thesauros"-, como rezamos en la liturgia de hoy. En el corazón del Redentor, "reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col 2, 9); de él podemos tomar la energía espiritual indispensable para irradiar en el mundo su amor y su alegría.

Que María nos ayude a seguir con docilidad a Jesús, que nos repite constantemente:  "Venid a mí (...) y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11, 29).

Queridos hermanos, os agradezco nuevamente vuestra visita y os bendigo con afecto a todos.

 



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