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MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
EN EL CENTENARIO DE LA PEQUEÑA OBRA DE LA DIVINA PROVIDENCIA

 

 

Al reverendísimo señor
Don ROBERTO SIMIONATO
Director general de la
Pequeña Obra de la Divina Providencia

1. He sabido con alegría que vuestro instituto conmemora el centenario de su aprobación canónica por parte del obispo de Tortona, monseñor Igino Bandi. En esta feliz circunstancia, me complace dirigirle a usted, al consejo general y a los miembros de toda la Congregación un cordial saludo, asegurando mi participación espiritual en los varios momentos de celebración, que ciertamente ayudarán a lograr que se reavive el fervor de los orígenes, para proseguir, con el mismo entusiasmo, el camino iniciado por el fundador hace más de cien años.

2. El clérigo Luis Orione, ex alumno de don Bosco en Turín, tenía sólo 20 años cuando abrió el primer oratorio en Tortona, y al año siguiente, en 1893, se convirtió en fundador, dando vida a un colegio con escuela interna para niños pobres. En las situaciones de cada día, vividas con fe y caridad, fue aclarándose el plan que la divina Providencia tenía para él. Al futuro cardenal Perosi, su paisano y amigo, que le preguntaba cuál era su "idea", le escribió en una carta del 4 de mayo de 1897:  "Me parece que nuestro Señor Jesucristo me está llamando a un estado de gran caridad (...), pero es un fuego grande y suave que necesita extenderse e inflamar toda la tierra. A la sombra de cada campanario surgirá una escuela católica; a la sombra de cada cruz, un hospital:  los montes cederán el paso a la gran caridad de Jesús nuestro Señor, y Jesús instaurará y purificará todo" (Lo spirito di Don Orione, I, 2).

Precisamente porque ardía en su interior este fuego místico, don Orione superó los obstáculos y las dificultades de los comienzos y se convirtió en apóstol incansable, creativo y eficaz. Algunos compañeros de seminario siguieron a aquel clérigo fundador; no pocos alumnos quisieron ser sacerdotes como él. La Obra, que desde el primer momento denominó de la Divina Providencia, acrecentó el número de sus miembros y sus actividades. El obispo de Tortona seguía con cierta aprensión la consolidación de iniciativas tan audaces y humanamente frágiles, pero supo reconocer en ellas la acción del Espíritu. Con decreto del 21 de marzo de 1903 sancionó su carisma y decretó la constitución de la congregación religiosa masculina de los Hijos de la Divina Providencia, que comprendía sacerdotes, hermanos ermitaños y coadjutores. Sucesivamente, surgieron las Hermanitas Misioneras de la Caridad, entre las cuales florecieron dos brotes contemplativos, las Sacramentinas adoratrices ciegas y las Contemplativas de Jesús crucificado, mientras que, más recientemente, nacieron el Instituto secular orionista y el Movimiento laical orionista.

3. En este aniversario jubilar, me complace expresar mi vivo agradecimiento a todos los miembros de la familia orionista por la valiosa aportación que han dado durante estos años a la misión de la Iglesia. Al mismo tiempo, deseo recordar lo que escribí en la exhortación apostólica Vita consecrata: «Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino también una gran historia que construir» (n. 110). Y, por eso, os invito a mirar al futuro, «hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (ib.).

Queridos Hijos de la Divina Providencia, la Iglesia espera que reavivéis el carisma que está en vosotros (cf. 2 Tm 1, 6), renovando vuestros propósitos, y, en un mundo que cambia, promováis una fidelidad creativa a vuestra vocación. En la citada exhortación apostólica dije: «Se invita, pues, a los institutos a reproducir con valentía la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial» (n. 37).

Sólo permaneciendo bien arraigados en la vida divina y manteniendo inalterado el espíritu de los orígenes, podréis responder de manera profética a las exigencias de la época actual. El compromiso primario de todo bautizado y, con más razón, de todo consagrado es tender a la santidad; y, desde luego, sería «un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial» (Novo millennio ineunte, 31). Según el estilo de vuestro beato fundador, y de acuerdo con la índole propia de la vida religiosa que habéis abrazado, no tengáis miedo de buscar con paciente constancia "este "alto grado" de la vida cristiana", recurriendo a «una auténtica pedagogía de la santidad» (ib.), personal y comunitaria, firmemente fundada en la rica tradición eclesial y abierta al diálogo con los nuevos tiempos.

4. Fidelidad creativa en un mundo que cambia:  esta orientación ha de guiaros para caminar, como solía repetir don Orione, "a la cabeza de los tiempos". Las celebraciones del centenario de la aprobación canónica os impulsan a "recordar", reviviéndolo, el clima de los orígenes; y al mismo tiempo os estimulan, también con vistas al próximo capítulo general, a "proyectar" nuevas e intrépidas intervenciones en las fronteras de la caridad.

Que se conserve intacto el espíritu de la primera hora. Al respecto, quisiera destacar un aspecto significativo de la intuición carismática del clérigo don Luis Orione:  su amor superior y unificador a la "santa madre Iglesia". Ahora, como entonces, es fundamental para vuestra Obra cultivar esta íntima pasión por la Iglesia, para "contribuir modestamente, a los pies de la Sede apostólica y de los obispos, a renovar y unificar en Jesucristo, Señor nuestro, al hombre y a la sociedad, llevando a la Iglesia y al Papa el corazón de los niños más abandonados, de los pobres y de las clases obreras:  ad omnia in Christo instauranda, ut fiat unum ovile et unus pastor" (Constituciones, art. 5).

Que siga acompañándoos desde el cielo don Orione, juntamente con vuestros numerosos hermanos que, a lo largo de estos veinte lustros, han dedicado su existencia al servicio de Cristo y de los pobres. Vele sobre cada uno de vosotros la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, y haga que, como rogaba don Orione, toda vuestra vida "esté consagrada a dar a Cristo al pueblo, y el pueblo a la Iglesia de Cristo; que arda y resplandezca de Cristo, y en Cristo se consume en una luminosa evangelización de los pobres; y que nuestra vida y nuestra muerte sean un cántico dulcísimo de caridad, y un holocausto al Señor" (Lo spirito di Don Orione, IX, 131).

Con afecto os aseguro mi constante recuerdo en la oración, a la vez que de corazón bendigo a toda vuestra familia espiritual y a cuantos son objeto de vuestra continua solicitud.

Vaticano, 8 de marzo de 2003

JUAN PABLO II



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