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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS GRANDES DUQUES DE LUXEMBURGO


Jueves 27 de marzo de 2003

 

Agradezco a Vuestras Altezas reales la visita y los sentimientos que me habéis transmitido de parte de todo el pueblo luxemburgués. Os ruego que comuniquéis a Sus Altezas reales el gran duque Jean y la gran duquesa Joséphine-Charlotte mi cordial recuerdo, asegurando a la gran duquesa mi oración por la prueba de salud que atraviesa.

Conozco la atención que dedicáis a la educación de los jóvenes, para que se transmita a las generaciones futuras el patrimonio de valores que han forjado nuestras sociedades y que deben seguir dándoles un alma. Como he dicho frecuentemente, la construcción de la Unión europea no puede limitarse a los campos de la economía y la organización del mercado. Busca principalmente la promoción de un modelo de sociedad que corresponda a la dignidad fundamental de todo hombre y sus derechos, y que fomente entre las personas y los pueblos relaciones fundadas en la justicia, el respeto mutuo y la paz.

Con este espíritu actúa la Santa Sede, para recordar incansablemente que "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene", como dijo el concilio Vaticano II. La dimensión religiosa del hombre y de los pueblos, cuya importancia no se puede desconocer, permite justamente a cada uno expresar su ser profundo, reconocer su origen en Dios y comprender el sentido de su acción en términos de misión y de responsabilidad.

A todos los que viven en nuestro continente, que disfrutan de la riqueza económica y de los beneficios de la paz, tenemos el deber de darles a conocer el valor inalienable de nuestra humanidad común y la responsabilidad que esta les confiere en relación con todo hombre, particularmente con los que sufren por la pobreza y la falta de respeto de su dignidad, o experimentan la prueba de la guerra. Me alegra que numerosos jóvenes europeos tengan hoy sed del espíritu de las bienaventuranzas y estén dispuestos a acogerlo más en su vida.

A la vez que os agradezco vuestra visita, saludo a través de vosotros al querido pueblo luxemburgués, y os imparto a vosotros, Altezas, así como a vuestros hijos, una afectuosa bendición apostólica.

 


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, 14, p.6 (p.174).

 



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