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DISCURSO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE INDONESIA
CON OCASIÓN DE SU VISITA "AD LIMINA"


Sábado 29 de marzo 2003

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1 Co 1, 3). Con estas palabras de san Pablo y con afecto en el Señor, os doy la bienvenida, obispos de Indonesia, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. A través de vosotros, abrazo espiritualmente también a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de vuestras Iglesias particulares. Vuestro viaje desde tan lejos para arrodillaros ante las tumbas de los Apóstoles, para uniros en oración y encontraros con el Sucesor de Pedro testimonia el carácter universal de la Iglesia. Como sucesores de los Apóstoles, cuyo testimonio de Cristo crucificado y resucitado es el fundamento seguro de la proclamación del Evangelio por parte de la Iglesia en todo tiempo y lugar, habéis venido para confirmar vuestra comunión en la fe y en la caridad. Doy gracias porque durante estos tiempos difíciles habéis logrado realizar esta peregrinación, para compartir la fe, las experiencias y las intuiciones de vuestras comunidades locales, así como los desafíos que afrontáis.
Quiera Dios que los frutos de nuestros encuentros enriquezcan a la Iglesia en Indonesia e intensifiquen vuestro ministerio pastoral.

2. Vuestro liderazgo contribuye a poner a la Iglesia en la vanguardia de la promoción de la paz y la armonía en un país compuesto por numerosos grupos diversos. En efecto, vuestra Conferencia trata de reflejar el lema Bihneka Tungal Ika, "unidad en la diversidad", que se encuentra en vuestro escudo nacional. Vuestros diferentes orígenes étnicos y culturales, reunidos en un clima de fe, diálogo y confianza mutua, pueden constituir un modelo de esperanza para toda Indonesia. Al inicio de una nueva era, Indonesia afronta el desafío de construir una sociedad basada en los principios democráticos de la libertad y la igualdad de sus ciudadanos, independientemente de la lengua, la raza, el origen étnico, la herencia cultura o la religión. No dudo de que la Iglesia seguirá activamente comprometida en este esfuerzo, impulsando a todas las personas a unirse en el ejercicio de sus responsabilidades cívicas a través del diálogo y la apertura, evitando todo tipo de prejuicio o fanatismo. El desarrollo de una sociedad que encarne estos ideales democráticos ayudará a frenar la preocupante violencia que por desgracia ha afectado a vuestro país en los últimos años.

La libertad religiosa, que ha sido una característica tradicional de la sociedad indonesia, está garantizada por la constitución de la nación. La Iglesia debe velar siempre para garantizar que se respete este principio tanto en el ámbito federal como en el local. Espero que estos esfuerzos ayuden a crear un clima donde el respeto por la función del derecho se convierta en la nueva mentalidad para una sociedad democrática que sea tolerante y no violenta. Este importante primer paso comienza con una formación humana adecuada. Como dije en mi carta encíclica Centesimus annus, la promoción de "las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales" es un elemento necesario para la creación de un orden civil caracterizado por la preocupación auténtica por el bien común (cf. n. 46). A este respecto, es preciso prestar atención particular a los pobres. La Iglesia se preocupa de que "la promoción de los pobres sea una gran ocasión para el crecimiento moral, cultural e incluso económico de la humanidad entera" (ib., 28). Dado que el mensaje de Cristo es un mensaje de esperanza, sus seguidores deben procurar siempre que los menos favorecidos, independientemente de su religión o su origen étnico, sean tratados con la dignidad y el respeto que exige el Evangelio. Promover los derechos fundamentales de los débiles es un camino eficaz hacia una sociedad estable y productiva. La Iglesia está llamada a "mantenerse cerca de los pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y a ayudar a hacerlas realidad" (cf. Sollicitudo rei socialis, 39).

3. Uno de los modos más eficaces que tiene la comunidad cristiana para ayudar a los pobres es la educación. En este campo, así como en su impresionante sistema de organismos caritativos, la Iglesia en Indonesia merece elogios. Aunque los católicos constituyen una parte muy pequeña de la población total, han desarrollado un amplio y respetado sistema escolar. La obra de la Iglesia en el campo de la educación es reconocida como una de vuestras mayores contribuciones a la sociedad indonesia, y ciertamente es un medio eficaz para la transmisión de los valores evangélicos. La educación católica, en cuanto parte importante de la misión catequística y evangelizadora de la Iglesia, debe fundarse en una filosofía en la que la fe y la cultura se hayan fundido en una unidad armoniosa (cf. Congregación para la educación católica, La dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 34). Vuestros esfuerzos por mantener las escuelas católicas, especialmente en zonas pobres no católicas y en medio de dificultades económicas, muestra vuestro firme compromiso en favor de la solidaridad pluricultural y de la exigencia del amor evangélico a todos. Aunque es estimulante observar el elevado índice de alfabetización de la población, resulta alarmante el número de jóvenes que no frecuentan la escuela secundaria. Es necesario impulsar a vuestra juventud a no renunciar a la educación por el atractivo del materialismo superficial y fugaz. A este respecto, quiero también destacar la labor esencial que realizan los catequistas en países como Indonesia, donde los fieles son una minoría muy pequeña. La imposibilidad de acceder a la educación católica en algunas áreas pobres, asociada a un ambiente algunas veces en conflicto o incluso hostil con el cristianismo, suscita la exigencia de elaborar serios programas de formación catequística tanto para los jóvenes como para los adultos. La comunidad eclesial tiene la responsabilidad de garantizar que sus miembros sean acogidos en "un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido" (Catechesi tradendae, 24). La catequesis es tarea de toda la comunidad de fe, y una extensión del ministerio de la Palabra confiado al obispo y a su clero. Es una responsabilidad eclesiástica que requiere una adecuada formación doctrinal y pedagógica. Os animo a dar todo el apoyo posible a los que han asumido de buen grado la difícil y exigente tarea de proporcionar este servicio esencial, que toda la Iglesia agradece.

4. Desde hace algún tiempo vuestra Conferencia episcopal ha reconocido que la evangelización va acompañada de una profunda, gradual y exigente labor de inculturación. La verdad del Evangelio debe proclamarse siempre de un modo persuasivo y significativo. Esto es especialmente importante en una sociedad compleja como la vuestra, donde, en algunas áreas y entre ciertos grupos, el catolicismo se ve a veces con sospecha. Tenéis la delicada tarea de velar para que el Evangelio conserve su sentido fundamental, que vale para todos los pueblos y culturas, comunicándolo además de un modo atento a los valores tradicionales y a la familia. Como dije durante mi visita pastoral a Indonesia, en 1989, "el ejemplo de Cristo y el poder de su misterio pascual penetra, purifica y eleva toda cultura, cada cultura" (Homilía en Yakarta, 10 de octubre de 1989:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de octubre de 1989, p. 8).

El éxito de la inculturación depende de los matrimonios y las familias que encarnan la visión cristiana de su vocación y su responsabilidad. Por tanto, os exhorto a seguir promoviendo los valores tradicionales de la familia, tan íntimamente vinculados a la cultura asiática (cf. Ecclesia in Asia, 6), infundiéndoles la nueva vida que viene del Evangelio. No conviene descuidar las graves preocupaciones por las crecientes amenazas contra la vida familiar, de las que os habéis hecho eco en numerosas ocasiones. Está surgiendo de muchas formas una auténtica "conspiración contra la vida" (cf. Evangelium vitae, 17) y la familia:  aborto, permisivismo sexual, pornografía, abuso de drogas y presiones para adoptar métodos de control de la natalidad moralmente inaceptables. A pesar de las dificultades que entraña contrarrestar estas tendencias en una sociedad no cristiana, vosotros, como obispos, sois "los primeros a quienes se pide ser anunciadores incansables del evangelio de la vida" (ib., 82). En todo tiempo, la voz profética de la Iglesia proclama con fuerza la necesidad de respetar y promover la ley divina inscrita en cada corazón (cf. Rm 2, 15). Mediante la escucha, el diálogo y el discernimiento, los obispos deben ayudar a su grey a vivir el Evangelio de un modo plenamente compatible con el depósito de fe y con los vínculos de la comunión eclesial (cf. Redemptoris missio, 54).

5. Como algunos de vosotros habéis explicado, la Iglesia en Indonesia vive y sufre con el pueblo, afrontando los desafíos que surgen del contacto diario con la sociedad no cristiana. Es una comunidad que busca un camino de desarrollo humano integral en el contexto de la armonía y la tolerancia religiosa, ofreciendo y recibiendo mucho dentro de un ambiente cultural complejo. Ya existe en vuestro país un laudable nivel de diálogo interreligioso en el ámbito institucional. Este intercambio mutuo de experiencias religiosas ha encontrado una expresión práctica en los proyectos caritativos interreligiosos y en la colaboración que se ha entablado, en particular después de desastres naturales. Incluso en áreas predominantemente musulmanas, la Iglesia está activamente presente en orfanatos, clínicas e instituciones dedicadas a ayudar a los oprimidos. Se trata de una admirable expresión de la índole ilimitada del amor de Cristo; un amor no dirigido a unos pocos, sino a todos.

Aquí, deseo manifestaros mi profunda solicitud por el amado pueblo indonesio en este momento de alta tensión en toda la comunidad mundial. No hay que permitir nunca que la guerra divida a las religiones del mundo. Os aliento a considerar este momento preocupante como una ocasión para trabajar juntos, como hermanos comprometidos con la paz, con vuestro pueblo, con los creyentes de las otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para asegurar la comprensión, la cooperación y la solidaridad. No permitamos que una tragedia humana se convierta también en una catástrofe religiosa (cf. Discurso a una delegación interreligiosa de Indonesia, 20 de febrero de 2003).

Al mismo tiempo, soy muy consciente de que algunos sectores de la comunidad cristiana de vuestra nación han sufrido discriminación y prejuicios, mientras que otros han sido víctimas de actos de destrucción y vandalismo. En algunas zonas se ha negado a las comunidades cristianas el permiso de construir locales para el culto y la oración. Indonesia, junto con la comunidad internacional, se ha visto sorprendida recientemente por la terrible pérdida de vidas causada por el atentado terrorista con bombas en Bali. Sin embargo, en todo esto es necesario tener cuidado de no caer en la tentación de definir a enteros grupos de personas por las acciones de una minoría extremista. La religión auténtica no defiende el terrorismo o la violencia, sino que busca promover con todos los medios posibles la unidad y la paz de toda la familia humana.

6. Dado que los cristianos constituyen una minoría muy pequeña en vuestro país, están llamados especialmente a ser "levadura en la masa" (cf. Mt 13, 33). A pesar de las dificultades y los sacrificios, vuestros sacerdotes y religiosos siguen testimoniando a diario la buena nueva de Jesucristo, llevando a muchos el Evangelio. Puesto que "la Iglesia en Asia se encuentra insertada entre pueblos que muestran un intenso anhelo de Dios" (Ecclesia in Asia, 9), estáis llamados a hallar los modos concretos de encuentro para responder a ese anhelo. En efecto, vuestros esfuerzos por promover las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa reflejan vuestra conciencia de este deber. Os felicito por vuestro empeño en mantener elevados niveles de educación y formación en los seminarios y en las casas religiosas. El interés y la atención mostrados al seleccionar y formar los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa redundan siempre en beneficio de la Iglesia local.

Ya que la formación y el desarrollo espiritual son procesos que duran toda la vida, los obispos tienen la responsabilidad fundamental de ayudar a sus sacerdotes, poniendo a su disposición programas de formación permanente, retiros y momentos de oración y fraternidad. Un elemento importante de esta formación, tanto inicial como permanente, es una adecuada preparación en el campo de la teología y la espiritualidad de la liturgia. "La liturgia es la fuente y la cumbre de toda la vida y la misión cristiana, y un medio fundamental de evangelización, especialmente en Asia, donde los seguidores de diversas religiones se sienten muy atraídos por el culto, las festividades religiosas y las devociones populares" (cf. Ecclesia in Asia, 22). Vuestros sacerdotes necesitan tener la oportunidad de alimentarse de esa liturgia y convertirse en expertos, llevando su riqueza a los demás, de modo que su profundidad, su belleza y su misterio sigan resplandeciendo siempre.

El apoyo espiritual y moral que dais a los religiosos y a las religiosas de vuestras diócesis es también una parte significativa de vuestro ministerio episcopal. Los miembros de los institutos religiosos han desempeñado un papel indispensable al llevar la buena nueva a los hombres y mujeres de Indonesia y, de manera especial, a los pobres y a los marginados. En esta importante tarea hay que ayudarles siempre a fortalecer su consagración al Señor viviendo día a día los consejos evangélicos. "Quienes han abrazado la vida consagrada están llamados a convertirse en guías en la búsqueda de Dios, una búsqueda que siempre ha apasionado al corazón humano y es particularmente visible en las diversas formas de espiritualidad y ascetismo de Asia" (Ecclesia in Asia, 44). Por esta razón, los religiosos pueden desempeñar un papel esencial en el compromiso general de la Iglesia en favor de la evangelización.

7. Queridos hermanos en el episcopado, con espíritu de fe y de comunión he compartido con vosotros estas reflexiones sobre ciertos aspectos de la solicitud por el amado pueblo de Dios en Indonesia. A través de vuestra presencia, me siento muy cercano a los fieles indonesios, y en este momento de incertidumbre oro con fervor para que sean fortalecidos en Cristo. Os encomiendo a todos a la intercesión de María, Reina del rosario, que abraza a todos los que la invocan en las aflicciones y jamás deja de interceder para que se vean libres del mal. En el amor de Jesucristo, os imparto a vosotros y a los fieles de vuestras diócesis mi bendición apostólica.

 



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