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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 CON OCASIÓN DEL XIV CENTENARIO
DE LA MUERTE DEL PAPA SAN GREGORIO MAGNO

 

Monseñor
WALTER BRANDMÜLLER
Presidente del Comité pontificio de ciencias históricas

1. Con vistas al XIV centenario de la muerte de mi predecesor san Gregorio Magno, la Academia nacional de los Linceos y el Comité pontificio de ciencias históricas quieren recordar juntos a esta inminente figura de Sucesor de Pedro, al que justamente se ha reservado el apelativo de "Magno".

Al recordar personajes y acontecimientos del pasado que dejaron una huella significativa en su tiempo, la historiografía presta un valioso servicio a las generaciones futuras, porque pone de relieve modelos humanos portadores de valores universales, válidos, como tales, para toda época. Es el caso de san Gregorio Magno, de cuya personalidad quiero destacar aquí al menos algunos aspectos que considero particularmente relevantes.

2. Gregorio, hijo de una antigua familia romana, que era cristiana desde hacía mucho tiempo, gracias al clima de su casa paterna y a la formación escolar que recibió, pudo familiarizarse con el patrimonio de las ciencias y de la literatura antigua.

Atento buscador de la verdad, intuyó que el patrimonio de la antigüedad clásica, además de la cristiana, constituía una valiosa base para cualquier desarrollo científico y humano sucesivo. Esta intuición conserva también hoy todo su valor con miras al futuro de la humanidad y, sobre todo, de Europa. En efecto, no se puede construir el futuro prescindiendo del pasado. Por eso, en diversas ocasiones he exhortado a las autoridades competentes a valorar plenamente las ricas "raíces" clásicas y cristianas de la civilización europea, para transmitir su savia a las nuevas generaciones.

Otra característica significativa de san Gregorio Magno fue el empeño con que puso de relieve el primado de la persona humana, no sólo considerada en su dimensión física, psicológica y social, sino también en la referencia constante a su destino eterno. El mundo de hoy debe volver a prestar mayor atención a esta verdad, si quiere construir un mundo más respetuoso de las múltiples exigencias de todo ser humano.

3. En ocasiones, a san Gregorio Magno se le llama "el último de los romanos", porque estaba profundamente arraigado en la Urbe, en su pueblo y en sus tradiciones. Como Sumo Pontífice, dirigió siempre su mirada a todo el orbis romanus. No sólo se interesó por la parte oriental del Imperio romano, Bizancio, que conocía bien dada su larga estancia en Constantinopla, sino que también extendió su solicitud pastoral a la Hispania, a la Gallia, a la Germania y a la Britannia, que por entonces formaban parte del Imperio romano.

Impulsado por un celo ejemplar por el anuncio del Evangelio, promovió una intensa actividad misionera, en la que se expresaba una romanidad purificada e inspirada en el Evangelio; una romanidad cristiana, ya no inclinada a la afirmación de un poder político, sino deseosa de difundir el mensaje salvífico de Cristo a todos los pueblos.

Esta actitud interior del gran Pontífice se manifiesta en las directrices que impartió al abad Agustín, enviado a Gran Bretaña:  le pidió explícitamente que respetara las costumbres de aquellos pueblos, con tal que no estuvieran en contraste con la fe cristiana. De ese modo, san Gregorio Magno, además de cultivar el celo misionero inherente a su ministerio, dio una contribución decisiva a una armoniosa integración de los diversos pueblos de la cristiandad occidental.

Por tanto, el testimonio de este ilustre Pontífice sigue siendo un ejemplo también para nosotros, cristianos de hoy, que acabamos de cruzar el umbral del tercer milenio, y miramos con confianza al futuro. Para construir un futuro sereno y solidario, convendrá dirigir la mirada a este auténtico discípulo de Cristo y seguir su enseñanza, volviendo a proponer con valentía al mundo contemporáneo el mensaje salvífico del Evangelio. En efecto, en Cristo, y sólo en él, el hombre de cada época puede encontrar el secreto de la realización plena de sus aspiraciones más esenciales.

Deseo de corazón que también vosotros, ilustres profesores, gracias a una fructuosa colaboración entre el Comité pontificio de ciencias históricas y la Academia de los Linceos, profundizando en el pensamiento y en la obra de este gran Pontífice, aportéis vuestra significativa contribución a la construcción de una nueva civilización, verdaderamente digna del hombre.

Con estos sentimientos, a la vez que os aseguro un recuerdo en la oración, os bendigo de corazón a todos.

Vaticano, 22 de octubre de 2003

JUAN PABLO II



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