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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL COMIENZO
DE LA CAMPAÑA DE FRATERNIDAD EN BRASIL

 

Al venerable hermano en el episcopado
Geraldo MAJELLA AGNELO
Presidente de la CNBB
Arzobispo de San Salvador de Bahía
Primado de Brasil

Con ocasión de la Campaña de fraternidad que la Conferencia episcopal de Brasil promueve desde hace ya cuarenta años, deseo expresar mi satisfacción por tener la oportunidad de dirigirme a todos los fieles unidos en Cristo, con la renovada esperanza de conversión y reconciliación que la Cuaresma suscita en nosotros como preparación para la Pascua de resurrección. Es un tiempo en el que cada cristiano es invitado a reflexionar de modo particular sobre las diversas situaciones sociales del pueblo brasileño que requieren mayor fraternidad. Este año, el lema escogido ha sido: «El agua, fuente de vida».

Como todos saben, el agua tiene una enorme importancia para la tierra: sin este precioso elemento, la tierra se transformaría rápidamente en un árido desierto, lugar de hambre y sed, en el que los hombres, los animales y las plantas estarían condenados a muerte. Además de ser necesaria para la vida en la tierra, el agua tiene también el poder de lavar y purificar, haciendo desaparecer las impurezas. Precisamente por eso, en la sagrada Escritura el agua es considerada como símbolo de purificación moral: Dios «lava» las culpas del pecador (Sal 50, 4). Durante la última Cena, Jesús lava los pies de los discípulos. Ante las protestas de Pedro, Jesús responde: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo» (Jn 13, 8). Pero es en el bautismo cristiano donde el agua adquiere su pleno sentido espiritual de fuente de vida sobrenatural, como el mismo Cristo proclama en el evangelio: «El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3, 5).

Por tanto, el bautismo es el camino que lleva a la vida con Dios. El neófito, movido por la acción de la gracia del Espíritu, recibe la participación en la vida nueva en Cristo (cf. Ga 3, 27-28).

Convertido en nueva criatura, el bautizado puede y debe orientar las relaciones con su prójimo y con toda la creación conforme a la justicia, la caridad y la responsabilidad, que Dios quiso confiar a la solicitud del hombre (cf. Gn 2, 15). De ahí nacen, para cada persona, obligaciones específicas con respecto a la ecología. Su cumplimiento supone la apertura a una perspectiva espiritual y ética que supere las actitudes y los estilos de vida egoístas, que causan la extinción de la reservas naturales.

Como don de Dios, el agua es instrumento vital, imprescindible para la supervivencia y, por tanto, un derecho de todos. Es necesario prestar atención a los problemas creados por su evidente escasez en muchas partes del mundo, y no sólo en Brasil. El agua no es un recurso ilimitado. Su uso racional y solidario exige la colaboración de todos los hombres de buena voluntad con las autoridades gubernamentales, para conseguir una protección eficaz del medio ambiente, considerado como don de Dios (cf. Ecclesia in America, 25). Por tanto, es una cuestión que se debe enfocar de forma que se establezcan criterios morales basados precisamente en el valor de la vida y en el respeto de los derechos humanos y de la dignidad de todos los seres humanos.

Al poner en marcha la Campaña de fraternidad de 2004, renuevo la esperanza de que las diversas instancias de la sociedad civil, a las cuales se unen la Conferencia episcopal de Brasil y demás Iglesias y organizaciones religiosas y no religiosas, garanticen que el agua siga siendo, de hecho, fuente abundante de vida para todos. Con estos deseos, invoco la protección del Señor, Dador de todos los bienes, para que su mano benéfica se extienda sobre los campos, los lagos y los ríos de esa Tierra de la Santa Cruz, derramando en abundancia sus dones de paz y de prosperidad y para que, con su gracia, despierte en cada corazón sentimientos de fraternidad y de viva cooperación.
Con una especial bendición apostólica.

Vaticano, 19 de enero de 2004

JUAN PABLO II



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