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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
 A LOS PADRES ROGACIONISTAS DEL CORAZÓN DE JESÚS
CON OCASIÓN DE SU CAPÍTULO GENERAL

 

Al reverendísimo padre
GIORGIO NALIN
Superior general de los
Rogacionistas del Corazón de Jesús

1. Lo saludo con alegría y afecto, reverendísimo padre, al igual que a los hermanos que van a reunirse con usted para el décimo capítulo general de la Congregación, que todavía está de fiesta  por  la  reciente  canonización del fundador, san Aníbal María di Francia.

Sigue vivo en la memoria de cada uno el recuerdo de la mañana del pasado 16 de mayo cuando, ante una gran multitud que participaba intensamente, tuve la alegría de inscribir en el catálogo de los santos a quien definí "apóstol insigne de la oración por las vocaciones" y "verdadero padre de los huérfanos y de los pobres". Su carisma resplandece ahora con una nueva luz:  el padre Aníbal es para todos intercesor y modelo luminoso, cuya presencia viva ante el Padre de las misericordias da a la invocación del corazón renovada confianza de ser escuchada, especialmente mediante la oración a la que Cristo mismo nos invita:  "Rogate!" (Mt 9, 38).

2. "Rogate!". Esta es la exhortación del Salvador que, desde los años de su juventud, arrebató y transformó la inteligencia viva y el corazón ardiente de san Aníbal María:  "Messis quidem multa, operarii autem pauci. Rogate ergo Dominum messis ut mittat operarios in messem suam" (Mt 9, 37-38; Lc 10, 2). En estas palabras de Jesús vuestro fundador reconoció un preciso programa de vida y de acción. La misión de los rogacionistas se encuentra delineada plenamente en el programa indicado por el "Rogate", un imperativo ante el cual la mirada de fe dirigida a la mies se hace oración, para que el Señor envíe a ella numerosos obreros.

Esta misión es más actual que nunca al inicio del tercer milenio, y requiere buenos y diligentes apóstoles, entre los cuales precisamente vosotros debéis y queréis ser los primeros. Por tanto, oportunamente deseáis redescubrir e impulsar vuestro carisma, analizando atentamente las necesidades de la Iglesia y del mundo a la luz de la perenne enseñanza de Jesús sobre la importancia fundamental de la oración.

3. "Messis quidem multa, operarii autem pauci". La mies a la que somos enviados se presenta hoy más vasta que nunca. La "aldea global", en la que se ha transformado el mundo, envuelto en la red de las comunicaciones y de intereses políticos, económicos y sociales a menudo opuestos entre sí, revela una necesidad muy urgente de obreros de la reconciliación, testigos de la Verdad que salva y constructores de la única paz verdadera y duradera, fundada en la justicia y el perdón.

Además, si la mirada pasa a escrutar los abismos del corazón, el deseo y la espera de la vida que viene de lo Alto, nos parecen aún más amplios y profundos. Ante esas urgencias tan grandes nuestras fuerzas resultan insuficientes. "Operarii autem pauci". Como brotó en el corazón de los discípulos ante la multitud hambrienta, del mismo modo brota en nuestra alma la pregunta que san Aníbal advirtió intensamente, considerando las necesidades del barrio pobre donde había elegido vivir y trabajar, Aviñón de Mesina:  "¿Dónde podremos encontrar en un desierto pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?" (Mt 15, 33).

El pan de la justicia y de la paz sólo puede venir de lo Alto:  por eso la más radical de todas las necesidades es la de "obreros", de los que habla Jesús:  hombres y mujeres que se dediquen con celo a transmitir al mundo la Palabra de la vida, invitando a los corazones a la conversión, ofreciendo el don divino de la gracia para construir puentes de solidaridad y condiciones de justicia, en las que pueda expresarse la dignidad plena de toda existencia humana.

4. "Rogate ergo Dominum messis ut mittat operarios in messem suam":  es Jesús quien nos indica con estas palabras lo que es necesario hacer para responder a la vasta labor que es preciso realizar. Ante todo, orar:  "Rogate ergo!". La oración es la raíz fecunda y el alimento indispensable de toda acción que quiera ser eficaz para el reino de Dios. Orando se puede obtener del Señor obreros que aren el terreno, preparen el surco, arrojen la semilla, velen por su crecimiento y recojan el fruto de las espigas maduras. Al orar se redescubre el primado de la dimensión contemplativa de la existencia, y se obtiene fuerza de la fe que vence al mundo. Hoy, después del fracaso de las ideologías totalitarias de la época moderna, la fe se presenta cada vez con mayor claridad como ancla de salvación más necesaria y urgente que nunca.

"Rogate":  con esta invitación Jesús pide que toda nuestra vida se convierta en oración, y que la oración se transforme en vida de testigos creíbles y enamorados de él y de su Evangelio. Pedir por los buenos obreros quiere decir tratar de ser buenos obreros, conformando continuamente a las exigencias del seguimiento de Cristo las opciones del corazón y las obras de la vida. La llamada a la vocación universal a la santidad, que volví a proponer en la carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. nn. 30-31), resuena con particular fuerza para los apóstoles del "Rogate", cuya misión consiste en entregarse sin reservas a orar diariamente por las vocaciones, propagando por doquier este espíritu de oración y promoviendo todas las vocaciones, como obreros humildes y fieles al servicio de la venida del reino de Dios.

5. Queridos rogacionistas, la Iglesia y el mundo esperan de vosotros una renovada fidelidad al carisma de apóstoles del "Rogate" que os caracteriza. Por tanto, con toda la pasión que el Espíritu encenderá en vuestros corazones, vivid la alegría de vuestra llamada, y no permitáis que falte al pueblo de Dios y a la humanidad entera lo que pidió el Redentor en persona:  "Rogate!".

Trabajad sin descanso por el bien temporal y espiritual del prójimo, a ejemplo de vuestro padre fundador, mediante la educación y la santificación de los niños y los muchachos, la evangelización, la promoción humana y la ayuda a los más pobres (cf. Constituciones, 5). Sabed que al anunciar el Evangelio a las jóvenes generaciones servís a la causa por la cual toda vuestra existencia se hace oración y merece gastarse.

Ojalá que el compromiso de la evangelización, desde el primer anuncio hasta la catequesis, juntamente con el generoso servicio a los más débiles, en especial a los muchachos y a los jóvenes que no tienen familia o apoyo educativo, sea vuestra preocupación diaria, el modo concreto, activo y fiel de preparar el terreno para que florezcan las semillas de vocación que el Señor siembra abundantemente en la mies, en respuesta a la invocación convencida y fiel de la oración.

El impulso misionero es intrínseco a la identidad de los apóstoles del "Rogate!". La contemplación de la "mies, que es mucha", y de los "obreros, que son pocos", no puede por menos de abrir el corazón al anhelo de la evangelización universal de los pueblos. Por eso, con razón vuestro fundador deseó desde el principio que sus hijos estuvieran atentos y dispuestos a la "missio ad gentes".

6. Invoco la asistencia del Espíritu sobre el discernimiento que estáis llevando a cabo en vuestros trabajos capitulares y sobre las decisiones que broten de ellos.

Que María, la Virgen Madre, tiernamente amada por san Aníbal María di Francia, sea la estrella de un renovado impulso en vuestra misión al comienzo del nuevo milenio. Ella, Virgo fidelis, os obtenga la fidelidad de la escucha, la intensidad de la fe, la perseverancia de la oración y el gusto por el silencio interior y la contemplación de Dios. La Madre del Amor hermoso os sostenga en el ejercicio de vuestro apostolado diario. Interceda por vosotros san Aníbal, ejemplo admirable de entrega total a la causa del "Rogate".

Con estos deseos, de corazón le imparto a usted, querido padre, y a los hermanos capitulares mi bendición, que de buen grado extiendo a las Hijas del Divino Celo, las cuales comparten vuestro carisma y también están a punto de iniciar su capítulo general, así como a los laicos que se inspiran en vuestra espiritualidad y en vuestra misión, y a todos los que se benefician de ellas para la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Vaticano, 26 de junio de 2004

JUAN PABLO II



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