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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SÉPTIMO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS
EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 4 de junio de 2004

 

Queridos hermanos en el episcopado

1. "No cesamos de dar gracias a Dios porque, al recibir la palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros" (1 Ts 2, 13). Con este  pasaje de san Pablo os doy una cordial bienvenida a vosotros, obispos de la Iglesia en Colorado, Wyoming, Utah, Arizona, Nuevo  México y oeste de Texas con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Continuando mi reflexión sobre el munus propheticum del obispo, deseo hablar hoy sobre vuestra urgente tarea de evangelizar la cultura.

2. La Iglesia, con la certeza de su competencia como depositaria de la revelación de Jesucristo (cf. Fides et ratio, 6), desde Pentecostés inició su peregrinación anunciando que Jesucristo, el Hijo de Dios, es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Su confianza se funda en la seguridad de que su mensaje tiene su origen en Dios mismo. En su bondad y sabiduría, Dios entró en la historia humana para que nosotros, a través de su Hijo, plenitud de la Revelación, pudiéramos compartir su vida divina (cf. Dei Verbum, 2). Por eso, la dinámica fundamental de la misión profética de la Iglesia consiste en mediar el contenido de la fe en las diferentes culturas, permitiendo a las personas transformarse por la fuerza del Evangelio, que impregna su modo de pensar, sus criterios de juicio y sus normas de comportamiento (cf. Sapientia christiana, Proemio I).

La observación de mi predecesor, el Papa Pablo VI, según la cual "la ruptura entre el Evangelio y la cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo" (Evangelii nuntiandi, 20), se manifiesta hoy como "crisis de sentido" (cf. Fides et ratio, 81). Las posiciones morales ambiguas, la distorsión de la razón por grupos particulares de interés y el subjetivismo exacerbado son sólo algunos ejemplos de una perspectiva de vida que no busca la verdad y renuncia a la búsqueda del fin último y del sentido de la existencia humana (cf. ib., 47). Contra la oscuridad de esta confusión, la luz de la verdad que anunciáis abiertamente (cf. 2 Co 4, 2) brillará como una diaconía de esperanza, ayudando a hombres y mujeres a comprender el misterio de su vida de una manera coherente (cf. ib., 15).

3. Como ministros de la verdad, con la valentía que infunde el Espíritu Santo (cf. Pastores gregis, 26), vuestro testimonio proclamado y vivido del extraordinario "sí" de Dios a la humanidad (cf. 2 Co 1, 20) aparece como un signo de fuerza y de confianza en el Señor y engendra nueva vida en el Espíritu. Algunos creen hoy que el cristianismo está ahogado por estructuras y es incapaz de responder a las necesidades espirituales de la gente. Sin embargo, lejos de ser algo meramente institucional, el centro vital de vuestro anuncio del Evangelio es el encuentro con nuestro Señor mismo. De hecho, sólo conociendo, amando e imitando a Cristo, sólo con él, podemos transformar la historia, haciendo que los valores del Evangelio influyan en la sociedad y en la cultura.

Así pues, resulta claro que todas vuestras actividades deben dirigirse al anuncio de Cristo. Ciertamente, vuestro deber de integridad personal hace contradictoria cualquier separación entre misión y vida. Enviados en nombre de Cristo como pastores para velar por una porción particular del pueblo de Dios, debéis crecer con ellas como una sola mente y un solo cuerpo en el Espíritu Santo (cf. Pastores gregis, 43). Por eso, os exhorto a estar cerca de vuestros sacerdotes y de vuestro pueblo:  imitad al buen Pastor, que conoce a sus ovejas y llama a cada una por su nombre. Siguiendo el ejemplo de los grandes pastores que os han precedido, como san Carlos Borromeo, vuestra visita y escucha atenta de vuestros hermanos sacerdotes y de los fieles, y vuestro contacto directo con los marginados, serán quasi anima episcopalis regiminis. De este modo, prolongáis vuestra enseñanza mediante el ejemplo concreto de fe humilde y de servicio, despertando en los demás el deseo de vivir una vida de auténtico seguimiento de Cristo.

4. Para el nuevo impulso en la vida cristiana, al que invité a toda la Iglesia (cf. Novo millennio ineunte, 29), es fundamental el testimonio profético inequívoco de los hombres y mujeres consagrados sobre la plenitud de la verdad de Cristo. Este testimonio profético de los religiosos, que tiene su origen en la naturaleza radical de su seguimiento de Cristo, está marcado por su profunda convicción de la primacía con que Dios y las verdades del Evangelio forman la vida cristiana y por su compromiso de ayudar a la comunidad cristiana a elevar todos los sectores de la sociedad civil con estas verdades.

Como consecuencia del creciente secularismo y de la creciente fragmentación del conocimiento (cf. Fides et ratio, 81), han surgido "nuevas formas de pobreza", especialmente  en culturas que disfrutan  de  bienestar material, que reflejan "la desesperación por la falta de sentido" (Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio, 35). La desconfianza en la gran capacidad de conocer del ser humano, la aceptación de "verdades parciales y provisionales" (Fides et ratio, 5) y la búsqueda insensata de novedades, hacen cada vez más difícil la tarea de transmitir a la gente -especialmente a los jóvenes- una comprensión del fundamento y de la finalidad de la vida humana.

Frente a estas trágicas lacras del desarrollo social, la maravillosa variedad de los carismas propios de los institutos religiosos debe ponerse al servicio del conocimiento completo y de la realización del Evangelio de Jesucristo, el único que "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" (Gaudium et spes, 22). En las culturas dominadas por el secularismo es muy importante el compromiso de los religiosos en el apostolado de "caridad intelectual". La caridad "al servicio de la inteligencia" -mediante la promoción de la excelencia en las escuelas, el compromiso en favor del saber y la articulación de la relación entre la fe y la cultura- asegurará que "por doquier se respeten los principios fundamentales de los que depende una civilización digna del hombre" (Instrucción citada, 38), incluidos los campos político, legislativo y educativo.

5. El desarrollo de la misión profética de los laicos es uno de los grandes tesoros de la Iglesia del tercer milenio. Con razón el concilio Vaticano II consideró detalladamente el deber de los laicos de "buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios" (Lumen gentium, 31). Sin embargo, también es verdad que en los últimos cuarenta años, mientras la atención política a la subjetividad humana se ha concentrado en los derechos individuales, en el ámbito público ha habido una creciente resistencia a reconocer que todos los hombres y mujeres reciben su dignidad esencial y común de Dios y con ella la capacidad de orientarse hacia la verdad y la bondad (cf. Centesimus annus, 38). Apartándose de esta visión de la unidad fundamental y de la finalidad de toda la familia humana, los derechos se reducen a veces a exigencias egoístas:  el aumento de la prostitución y la pornografía en nombre de una elección adulta, la aceptación del aborto en nombre de los derechos de la mujer, y la aprobación de uniones entre personas del mismo sexo en nombre de los derechos de los homosexuales.

Ante este modo de pensar, erróneo pero generalizado, debéis hacer todo lo posible para estimular a los laicos en su "responsabilidad especial" por la "evangelización de la cultura, (...) así como la animación cristiana del orden social y de la vida pública" (Pastores gregis, 51). Las falsas formas laicistas de "humanismo", que exaltan a la persona de un modo que constituye una verdadera idolatría (cf. Christifideles laici, 5), sólo pueden contrarrestarse mediante el redescubrimiento de la genuina e inviolable dignidad de toda persona. Esta sublime dignidad se manifiesta en todo su esplendor cuando se tienen en cuenta el origen y el destino de la persona. Creados por Dios y redimidos por Cristo, estamos llamados a ser "hijos en el Hijo" (cf. ib., 37). Así pues, digo una vez más al pueblo de Estados Unidos que el misterio pascual de Cristo es el único punto firme de referencia para toda la humanidad durante su peregrinación en busca de la auténtica unidad y de la verdadera paz (cf. Ecclesia in America, 70).

6. Queridos hermanos en el episcopado, con afecto y gratitud fraterna os ofrezco estas reflexiones y os animo a compartir los frutos del carisma de verdad que el Espíritu os ha otorgado. Unidos en el anuncio de la buena nueva de Jesucristo y guiados por el ejemplo de los santos, proseguid con esperanza. Invocando sobre vosotros la intercesión de María, "Estrella de la nueva evangelización", os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.

 



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