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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PATRIARCA ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA, BARTOLOMÉ I


Martes 29 de junio de 2004

 

Santidad;
venerados y amados hermanos del Patriarcado ecuménico:
 

1. ¡Bienvenidos en nombre del Señor! A él se dirige nuestra acción de gracias, porque nos concede encontrarnos hoy, en la fiesta de San Pedro y San Pablo, venerados también por la liturgia ortodoxa como Protóthronoi, es decir, los que se sientan en los primeros tronos.

Además, damos gracias a Dios conmemorando juntos el bendito encuentro que tuvo lugar hace cuarenta años entre mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, y el venerado Patriarca Atenágoras I. Ocurrió en Jerusalén, donde Jesús fue elevado sobre la cruz para redimir a la humanidad y congregarla en la unidad. ¡Cuán providencial ha sido para la vida de la Iglesia aquel encuentro, valiente y gozoso al mismo tiempo! Impulsados por la confianza y el amor a Dios, nuestros iluminados predecesores fueron capaces de superar prejuicios e incomprensiones seculares, y dieron un ejemplo admirable de pastores y guías del pueblo de Dios. Al redescubrirse hermanos, les embargó un sentimiento de profunda alegría, que los impulsó a reanudar con  confianza las relaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla. ¡Dios los recompense en su reino!

2. Santidad, lo acojo con gran afecto, verdaderamente feliz de poder hospedarlo en esta casa, en la que sigue viva la memoria de los santos Apóstoles. Saludo, asimismo, a quienes lo acompañan y, en particular, a los metropolitas y a la delegación del Patriarcado; saludo también al grupo de fieles de la archidiócesis greco-ortodoxa de América, y al grupo de profesores y alumnos del Instituto de teología ortodoxa de estudios superiores de Chambésy, encabezados por el obispo Makarios. A todos agradezco su cordial presencia.

Durante estos cuarenta años, nuestras Iglesias, en sus relaciones, han vivido ocasiones importantes de contacto, que han favorecido el espíritu de reconciliación recíproca. Por ejemplo, no podemos olvidar el intercambio de visitas entre el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I en 1967. Conservo un vivo recuerdo de mi visita a El Fanar en 1979 y del anuncio, con el Patriarca Dimitrios I, del inicio del diálogo teológico. Recuerdo, asimismo, la visita a Roma del Patriarca Dimitrios I, en 1987, y la de Vuestra Santidad, en 1995, a las que siguieron otras significativas ocasiones de encuentro. Se trata de numerosos signos del compromiso común de seguir recorriendo el camino emprendido, para que se realice cuanto antes la voluntad de Cristo:  ut unum sint!

3. Ciertamente, a lo largo de este camino han pesado los recuerdos de dolorosos episodios de la historia pasada. En particular, en esta circunstancia no podemos olvidar lo que sucedió en el mes de abril del año 1204. Un ejército que partió para devolver la Tierra Santa a la cristiandad se dirigió hacia Constantinopla para tomarla y saquearla, derramando la sangre de hermanos en la fe. ¿Cómo no compartir también nosotros, a distancia de ocho siglos, la indignación y el dolor que, ante la noticia de cuanto había sucedido, manifestó enseguida el Papa Inocencio III? Después de tanto tiempo podemos analizar los acontecimientos de entonces con mayor objetividad, aunque conscientes de cuán difícil es investigar la plena verdad histórica.

A este propósito, nos ayuda la exhortación del apóstol san Pablo:  "Así pues, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor. Él iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones" (1 Co 4, 5). Por tanto, oremos juntos para que el Señor de la historia purifique nuestra memoria de todo prejuicio y resentimiento, y nos conceda avanzar libremente por el camino de la unidad.

4. A esto nos invita también el ejemplo que nos dieron el Patriarca Atenágoras I y el Papa Pablo VI, a quienes hoy conmemoramos. Ojalá que el recuerdo de aquel encuentro lleve a dar un paso adelante en el diálogo y en el fortalecimiento de las mutuas relaciones fraternas. Con este fin, el diálogo teológico, a través de la "Comisión mixta", sigue siendo un instrumento importante. Por eso deseo que se reanude cuanto antes. En efecto, estoy convencido de esta urgencia, y es voluntad mía y de mis colaboradores utilizar todos los medios para fomentar el espíritu de acogida y comprensión recíproca, en la fidelidad al Evangelio y a la común Tradición apostólica. Nos impulsa por este camino el mandamiento antiguo y siempre nuevo del amor, del que el apóstol san Pablo se hacía eco con estas conocidas palabras:  "Amaos fraternalmente los unos a los otros, estimando en más cada uno a los otros" (Rm 12, 10).

5. Encomiendo estos propósitos de reconciliación y de plena comunión a los santos Apóstoles, que hoy recordamos. Los invocamos con confianza, para que su intercesión celestial nos fortalezca en la fe y nos haga perseverantes al tratar de cumplir cuanto antes la voluntad de Cristo. Nos obtenga este don María, la Madre de Aquel que nos llama a todos a la unidad plena en su amor.

Con estos sentimientos, le renuevo a usted, Santidad, y a todos vosotros, mis gratos huéspedes, la más cordial bienvenida.

 



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