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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS


Jueves 25 de noviembre de 2004

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros con ocasión de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para los laicos. Saludo con viva cordialidad al presidente, monseñor Stanislaw Rylko, y le doy las gracias por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo a los miembros y a los consultores, a los oficiales y al personal de este dicasterio, que con esmero cumple su misión encaminada a revitalizar en los bautizados, mediante numerosas iniciativas, la conciencia de su identidad y su vocación cristiana.

2. Pienso, por ejemplo, en el encuentro de católicos de Europa del este, organizado el año pasado en Kiev, Ucrania, que puso de relieve el papel que han desempeñado los fieles laicos en la reconstrucción espiritual y material de aquellas naciones después de tantos años de totalitarismo ateo.

Conozco también la solicitud de vuestro Consejo pontificio por la "nueva fase asociativa" de los laicos, que se caracteriza por una colaboración más estrecha entre las diversas asociaciones, comunidades y movimientos. Al respecto, el "Catálogo de las asociaciones internacionales de fieles" es un instrumento valioso.

También me han informado sobre los primeros pasos de la sección "Iglesia y deporte", recientemente instituida, así como de los consoladores frutos del Foro internacional de los jóvenes sobre la pastoral universitaria.

Por otra parte, no puedo por menos de referirme a la intensa preparación de la Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Colonia (Alemania), en agosto de 2005. Esta cita, que tiene por tema:  "Hemos  venido a adorarlo" (Mt 2, 2), estimula a toda la Iglesia, y especialmente a los jóvenes, a ponerse en camino como los Magos para encontrarse con el Dios hecho hombre por nuestra salvación.

3. Terminado el ciclo de las asambleas dedicadas a los sacramentos de la iniciación cristiana, con esta plenaria comenzáis a reflexionar sobre la parroquia, tema que trataréis durante los próximos años.

La primera etapa, como puede verse en la agenda de trabajo, consiste en ayudar a los fieles laicos a redescubrir el verdadero rostro de la parroquia, "expresión más visible e inmediata" de la Iglesia que "vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas" (Christifideles laici, 26). La parroquia es la célula vital en la que se realiza naturalmente la participación de los laicos en la edificación y en la misión de la Iglesia en el mundo. Es presencia que invita constantemente a todo hombre a confrontarse con el sentido último de la vida; es puerta abierta a todos, para que cada uno pueda acceder al camino de la salvación. En una palabra, la parroquia es el lugar por excelencia del anuncio de Cristo y de la educación en la fe. Precisamente por eso necesita renovarse constantemente para llegar a ser verdadera "comunidad de comunidades", capaz de una acción misionera verdaderamente incisiva.

4. Por último, en este año dedicado a la Eucaristía, no podemos por menos de recordar que la Eucaristía es el corazón de la parroquia, fuente de su misión y presencia que la renueva continuamente. En efecto, la parroquia es "una comunidad de bautizados que expresan su identidad principalmente por la celebración del sacrificio eucarístico" (Ecclesia de Eucharistia, 32).

Amadísimos hermanos y hermanas, deseo de corazón que la reflexión sobre la parroquia, que el Consejo pontificio para los laicos comienza con esta reunión, ayude a todos a comprender aún más que la comunidad parroquial es lugar del encuentro con Cristo y con los hermanos. Os acompaño con la oración, a la vez que os encomiendo a vosotros y a vuestros seres queridos a la protección materna de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia.

Con estos sentimientos, os bendigo a todos.



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