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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS NOMBRADOS EN EL ÚLTIMO AÑO
QUE PARTICIPAN EN UN CURSO DE ACTUALIZACIÓN


Viernes 17 de septiembre de 2004

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado:

1. Con gran afecto os acojo y os saludo a todos vosotros, que participáis en el encuentro de actualización organizado por las Congregaciones para los obispos y para las Iglesias orientales.

Saludo a los prefectos de ambos dicasterios, los señores cardenales Giovanni Battista Re y Moussa Daoud, que han reunido oportunamente a pastores de las dos grandes tradiciones de la Iglesia universal, la occidental y la oriental.

A la vez que agradezco al cardenal Re las cordiales expresiones con las que ha interpretado los sentimientos comunes, deseo congratularme con vosotros, queridos y venerados hermanos, que habéis aceptado la invitación a vivir estos días de intensa fraternidad episcopal. Este tipo de iniciativas favorecen la comunicación y la comunión entre las Iglesias y la solicitud concorde del cuerpo episcopal con respecto a la grey del Señor, a cuyo servicio está todo obispo.

2. En efecto, con la consagración, el obispo se convierte de modo pleno en maestro, sacerdote y guía de la comunidad cristiana. Por tanto, en el centro de su ministerio debe estar siempre Cristo, el divino Maestro, presente tanto mediante la palabra de la Escritura como mediante el sacramento de la Eucaristía.

En la exhortación apostólica Pastores gregis recordé que la Eucaristía ocupa el centro del "munus sanctificandi" del obispo (cf. n. 37). Deseo vivamente que el Año de la Eucaristía, que se iniciará el próximo 17 de octubre con la clausura del Congreso eucarístico internacional, constituya una ocasión providencial para profundizar más en la importancia central del sacramento eucarístico en la vida y en la actividad de las Iglesias particulares. En torno al altar se fortalecen los vínculos de la caridad fraterna y se reaviva en todos los creyentes su conciencia de  que  pertenecen al único pueblo de Dios, cuyos pastores son los obispos.

3. Como obispos tenéis la misión de velar por la celebración de los sacramentos y por el culto en general. Tutelad las expectativas de los fieles de tener una celebración digna, en la que nada se deje a la improvisación o al azar. En efecto, la liturgia es la gran escuela de la vida cristiana, donde se adora, se ama, se conoce al Señor y se fortalece la voluntad de seguir al Maestro y el propósito de dar un testimonio coherente.

Por otra parte, sois conscientes de que el ministerio de santificación requiere el testimonio de una vida santa. El Espíritu de Dios, que os ha santificado por la consagración episcopal, espera vuestra generosa respuesta diaria. Vuestra santidad no es sólo un hecho personal, sino que redunda siempre en beneficio de los fieles (cf. Pastores gregis, 11), confiriendo la autoridad moral que da eficacia al ejercicio del ministerio. El testimonio de nuestra vida debe ser la confirmación de lo que enseñamos.

4. Amadísimos hermanos en el episcopado, os exhorto a alimentar en el altar la llama del amor a Cristo, corroborando cada día, al calor de ella, vuestra voluntad de entregaros a Dios y a la Iglesia.

María, "Mujer eucarística", y la multitud de los apóstoles y de los obispos santos sostengan vuestros pasos y vuestro ministerio con su intercesión.

Con estos sentimientos, os imparto mi bendición, que extiendo de buen grado a las comunidades confiadas a vuestra solicitud pastoral.



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