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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS CAPITULARES DE LA CONGREGACIÓN
DE MISIONEROS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA

Viernes 24 de septiembre de 2004

 

Queridos hermanos:

1. Con ocasión del capítulo general de vuestro instituto, me alegro de acogeros y aseguraros mi cercanía espiritual en la oración. Saludo en particular, al superior general y a los miembros del nuevo consejo general de la congregación, al que deseo buen trabajo en su arduo cargo.

Os agradezco a todos el afecto que mostráis al Sucesor de Pedro y al que correspondo cordialmente, también por la devoción que siento hacia vuestro fundador, san Eugenio de Mazenod, así como por la estima hacia vuestra congregación, a la vez mariana y misionera.

2. "Testigos de la esperanza" es el lema de esta asamblea capitular, en continuidad con la precedente. Con toda la Iglesia, habéis entrado en el nuevo milenio bajo el signo de la esperanza, y desde esta perspectiva queréis seguir caminando, confiando en la divina Providencia. Vuestra presencia, animada por auténtico fervor religioso y misionero, debe ser signo y semilla de esperanza para cuantos se encuentran con vosotros, tanto en ambientes secularizados como en contextos de primer anuncio.

3. Os animo a perseverar en los objetivos que os habéis propuesto, ante todo el de una renovada unión fraterna, según la voluntad de vuestro santo fundador, que pensaba en el Instituto como en una familia, cuyos miembros tienen un solo corazón y una sola alma. Hoy estáis presentes con más de mil comunidades en sesenta y siete países del mundo, y esta unidad es un desafío exigente, pero muy importante para la humanidad, llamada a recorrer el camino de la solidaridad en la diversidad.

Aprecio, además, vuestra reflexión sobre los profundos cambios que están marcando la congregación, cuyo centro de gravedad se va desplazando hacia las zonas más pobres del mundo. Este hecho bastante significativo os lleva a actualizar la formación, la distribución de las personas, las formas de gobierno y de comunión de bienes.

Realizad opciones claras basándoos en las prioridades de vuestra misión. Entre las exigencias prioritarias, está ciertamente la atención permanente a la vida espiritual para una fidelidad siempre renovada al carisma original. En efecto, es Dios quien, con la acción de su Espíritu Santo, permite a las familias religiosas responder adecuadamente a las nuevas necesidades, acudiendo al don específico confiado a ellas.

4. Para todas estas finalidades imploro del cielo, por intercesión de María santísima, abundancia de luz y de fuerza. A ella le pido de modo particular que vele con solicitud materna sobre cada uno de vosotros y sobre vuestros hermanos, a la vez que a todos os imparto de corazón la bendición apostólica.



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