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JUAN PABLO II

ÁNGELUS
Meditación mariana al final de la misa de beatificación en Onitsha

22 de marzo 1998

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Después de ofrecer el sacrificio santo y agradable, el mismo que ofreció el beato Cipriano Miguel Iwene Tansi durante su vida sacerdotal, y de alimentarnos con el cuerpo y la sangre del Señor, dirijamos ahora nuestra oración a la santísima Virgen María, rezando juntos el Ángelus.

María santísima, Madre del Redentor, nos estamos preparando para celebrar el bimilenario de la venida a la tierra de tu Hijo Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. Esto nos recuerda que Dios no abandona a su pueblo. Independientemente de los problemas y las dificultades que podamos encontrar, tú nos enseñas a poner firmemente nuestra confianza y nuestra esperanza en el Señor. En él hallamos el valor y la fuerza no sólo para perseverar en las situaciones adversas, sino también para trabajar con ahínco a fin de superar y resolver esas situaciones.

Santísima Virgen, Madre de los redimidos, te encomendamos a los hijos e hijas de la Iglesia, que es «familia del Padre, fraternidad del Hijo e imagen de la Trinidad» (Ecclesia in Africa, 144). Encomendamos a tu solicitud materna a los enfermos y a los abandonados, a los pobres y a los que tienen hambre, a los refugiados, a los prisioneros, a los ancianos cuyos sueños no se han hecho realidad, y a los jóvenes cuyas aspiraciones corren el riesgo de no cumplirse.

A ti, Reina de Nigeria, te encomendamos a todos los ciudadanos de esta tierra, que tiene hambre y sed de justicia.

 



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