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JUAN PABLO II

Discurso a los miembros de la Conferencia episcopal de Nigeria

Lunes 23 de marzo 1998

   

Mis queridos hermanos en el episcopado:

1. El eco de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, celebrada hace casi cuatro años, es aún fuerte en vosotros. El Sínodo constituyó un momento de reflexión fecunda y llena de gracia sobre la fuerza y la debilidad de la comunidad católica del continente, que sigue creciendo y desarrollándose. Los padres examinaron a fondo y en toda su complejidad lo que la Iglesia está llamada a hacer a la luz de la situación actual. Con su confianza puesta firmemente en las promesas de Dios, y a pesar de las dificultades existentes en muchos países, reafirmaron la decisión de la Iglesia de fortalecer en todos los africanos la esperanza en una auténtica liberación (cf. Ecclesia in Africa, 14).

Dado que estáis trabajando en esa dirección, os dirijo hoy este mensaje y pongo en el centro de mi discurso las palabras de aliento y de gracia que escribió hace casi dos mil años el apóstol Pablo a su «hijo predilecto» Timoteo: «No nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza» (2 Tm 1, 7). Queridos hermanos, vuestro ministerio, individualmente con respecto a los fieles de vuestras Iglesias particulares o colectivamente con respecto a toda la nación, manifiesta ya el signo de este espíritu, y yo deseo sostener vuestro valor y vuestra firmeza para que sigan siendo siempre los rasgos distintivos de vuestra proclamación de la salvación ofrecida en Jesucristo. Eso es tanto más necesario cuanto más se acerca el nuevo milenio, tiempo de gracia, la «hora de África» (Ecclesia in Africa, 6). Vuestra continua orientación, valiente y firme, permitirá a la Iglesia en Nigeria afrontar los desafíos de la nueva evangelización en este momento de vuestra historia.

Experimento una gran alegría y gratitud por haber podido volver a Nigeria y celebrar en este país bendito la beatificación del padre Cipriano Miguel Iwene Tansi. Agradezco al arzobispo monseñor Obiefuna las amables y cordiales palabras con que, en nombre de todos vosotros, me ha dado la bienvenida. Os saludo, obispos de Nigeria, y a través de vosotros saludo a todos los miembros de vuestras Iglesias locales. Asegurad a vuestros sacerdotes, religiosos y fieles, sobre todo a los enfermos, a los ancianos, a los niños y a los jóvenes, mi afecto y mi estima. «Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro» (2 Tm 1, 2).

2. En la labor de evangelización la Iglesia debe superar muchos obstáculos, pero no se desalienta. Más bien, sigue dando un testimonio elocuente de su Señor, no sólo mediante su solicitud espiritual hacia sus hijos, sino también mediante su compromiso al servicio de toda la sociedad nigeriana. En realidad, su fuerza es superior a la suma de todos los recursos humanos, «porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza» (2 Tm 1, 7); por eso, confía en que de las semillas que planta Dios sacará una cosecha abundante. En verdad, la palabra de Dios no puede quedar encadenada (cf. 2 Tm 2, 9) y siempre será evidente que la gloria no se deberá a nosotros sino al Dueño de la mies (cf. Lc 10, 2).

Sin embargo, al mismo tiempo, la importancia y la credibilidad de la proclamación de la buena nueva por parte de la Iglesia están estrechamente vinculadas a la credibilidad de sus mensajeros (cf. Ecclesia in Africa, 21). Por este motivo, los que han sido llamados al «ministerio de la reconciliación» (2 Co 5, 18), tanto obispos como sacerdotes, deben mostrar de modo claro e inequívoco, que creen firmemente en lo que predican. Mi predecesor el Papa Pablo VI escribió: «Hoy, más que nunca, el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Con exactitud podemos decir que, en cierta medida, nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos» (Evangelii nuntiandi, 76).

3. Nigeria tiene una de las poblaciones católicas más numerosas de África, y el número de los creyentes sigue aumentando. Es un signo de la vitalidad y de la creciente madurez de esta Iglesia local. Particularmente prometedor, a este respecto, es el aumento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Dado que los sacerdotes son vuestros principales colaboradores en el cumplimiento de la misión apostólica de la Iglesia, es esencial que vuestras relaciones con ellos se caractericen por la unidad, la fraternidad y la estima de sus talentos. Todos los que, por el orden sagrado, han sido configurados a Cristo, buen Pastor, deben tener esta actitud de entrega total por la salvación de la grey y la difusión del Evangelio. Vivir la vida sacerdotal exige una profunda formación espiritual y, sobre todo, un compromiso de una continua conversión personal. Vuestra vida y la de vuestros sacerdotes deberían reflejar el espíritu de la pobreza evangélica y el desapego de las cosas y de las actitudes del mundo. El signo del celibato, como entrega completa al Señor y a su Iglesia, debe ser solícitamente conservado, y con esmero se ha de evitar y corregir, cuando sea necesario, cualquier comportamiento que pueda ser motivo de escándalo.

Con más de tres mil seminaristas actualmente en formación en vuestros seminarios mayores interdiocesanos, estáis proyectando abrir otros nuevos. Eso os permitirá garantizar de modo más adecuado la correcta formación de los candidatos al sacerdocio. Además, también los seminarios mayores para los religiosos están dando buenos frutos y están creciendo. Aunque el número aumenta, sigue siendo de suma importancia vigilar cuidadosamente y dirigir la selección y la preparación de los que han sido llamados al ministerio sacerdotal en la Iglesia. Tened la certeza de que, si vuestros seminarios se ajustan a los requisitos fundamentales del programa de formación sacerdotal de la Iglesia, especialmente los que presentan el decreto conciliar Optatam totius y la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, producirán frutos excelentes para las generaciones futuras.

4. Hace pocos meses, la Conferencia episcopal de Nigeria concluyó su Plan pastoral nacional, un instrumento que será muy importante para dar impulso y orientación a la nueva evangelización. Al llevar a la práctica ese Plan, debéis valorar constantemente su eficacia y hacer las modificaciones necesarias para afrontar las diversas necesidades pastorales de las Iglesias particulares. Ningún plan pastoral realmente nacional puede dejar de considerar de qué modo es posible armonizar las diferencias étnicas y culturales, con un espíritu de genuina colaboración y comunión eclesial. El apoyo de todos vosotros a proyectos pastorales como el Instituto católico de África occidental constituye un modo adecuado de superar esas diferencias. Deseo animaros a hacer de la Conferencia episcopal un instrumento eficaz de mayor unidad, solidaridad y acción conjunta por parte de las 45 diversas jurisdicciones eclesiásticas de Nigeria. Dado que el número de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa está aumentando, os aliento a promover vocaciones misioneras y facilitar el apostolado de los sacerdotes y de los religiosos llamados al compromiso misionero fuera de sus diócesis e incluso fuera de Nigeria. Estos son algunos de los desafíos que debe afrontar la Iglesia en Nigeria, una Iglesia que ya ha alcanzado su mayoría de edad. Sí, el cristianismo «está, en verdad, plantado en esta tierra bendita» (Ecclesia in Africa, 35). África se ha convertido en una «nueva patria de Cristo» (ib., 56) y los africanos son ahora misioneros unos en favor de otros.

De una manera muy especial, vuestras diócesis pueden contar con el testimonio y la labor de muchos religiosos y religiosas que, entregándose libremente, contribuyen en gran medida a la vida y a la vitalidad de vuestras comunidades. Su consagración específica al Señor los capacita para dar un testimonio especialmente eficaz del amor de Dios a su pueblo y los convierte en signos vivos de la verdad según la cual «el reino de Dios está cerca» (Mc 1, 15). Representan un elemento fundamental de la vida y de la misión de la Iglesia en Nigeria. Que no les falte nunca vuestra atención y solicitud paterna; estad cerca de ellos y apreciad sus carismas como un don extraordinario del Señor.

En este momento deseo expresar mi admiración por el creciente compromiso de los fieles laicos en la tarea de extender el reino de Dios en este país. En efecto, la fuerza del testimonio evangélico de la Iglesia dependerá cada vez más de la formación de un laicado activo, que lo capacite para llevar el espíritu de Cristo a los ambientes políticos, sociales y culturales, y para prestar una colaboración cada vez más competente a la planificación y a la realización de iniciativas pastorales. Vuestras Iglesias particulares han sido bendecidas con catequistas y evangelizadores, que trabajan con celo en la tarea de anunciar a Cristo y dar a conocer sus caminos a sus hermanos y hermanas. Además, los dones específicos de las asociaciones de apostolado laico y de los grupos de oración, si evitan esmeradamente cualquier exclusivismo, constituyen una fuerza vital para el crecimiento de vuestras comunidades de fe.

5. La Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos consideró que la evangelización de la familia es una prioridad esencial, dado que la familia africana se evangeliza por medio de las familias (cf. Ecclesia in Africa, 80). Además, el matrimonio y la vida familiar son el camino normal de santidad para la mayoría de los fieles encomendados a vuestra solicitud. Por este motivo, vuestros incesantes esfuerzos para que los matrimonios descubran la verdad, la belleza y la riqueza de la gracia que se hallan en su nueva vida común en Cristo, siguen siendo parte esencial de vuestra responsabilidad pastoral y el modo más seguro de realizar una auténtica inculturación del Evangelio.

De modo semejante, a los jóvenes, que representan el futuro de la Iglesia y de la nación, se les ha de ofrecer ayuda y asistencia, para que superen los obstáculos que podrían impedir su desarrollo: analfabetismo, desempleo, ociosidad y droga. Un modo excelente de afrontar ese desafío es exhortar a los mismos jóvenes a convertirse en evangelizadores de sus coetáneos, porque nadie puede hacerlo mejor que ellos. A los jóvenes hay que ayudarles a descubrir muy pronto el valor de la entrega propia, factor esencial para alcanzar la madurez personal. Deseo añadir que debéis ser especialmente solícitos en hacer todo lo posible para evitar que los jóvenes nigerianos, y sobre todo las muchachas y las jóvenes, sean víctimas de una explotación sin escrúpulos, que a menudo los somete a formas de esclavitud particularmente degradantes, con consecuencias trágicas y devastadoras.

Los padres sinodales también pidieron a la Iglesia en África que se comprometa activamente en el proceso de inculturación, respetando dos importantes criterios: la compatibilidad con el mensaje cristiano y la comunión con la Iglesia universal (cf. Ecclesia in Africa, 62). Así pues, os exhorto a hacer todo lo posible, en los ámbitos litúrgico, teológico y administrativo, para que vuestro pueblo se sienta cada vez más a gusto en la Iglesia y para que la Iglesia se sienta cada vez más a gusto entre vuestro pueblo. Será necesario estudiar la religión tradicional africana y la cultura africana, y practicar un discernimiento prudente y vigilante. Que el Espíritu Santo os guíe en estos esfuerzos.

6. Los miembros de las Iglesias particulares encomendadas a vuestra solicitud son ciudadanos de una nación que ahora debe afrontar varios desafíos importantes con miras a realizar cambios políticos y sociales. En este contexto, cobra un significado aún mayor vuestro papel de líderes de la comunidad católica, que reconocen la conveniencia y la necesidad de un diálogo constructivo con todos los sectores de la sociedad sobre las justas y sólidas bases de la vida social. Ese diálogo, a la vez que trata de mantener abiertos todos los canales de comunicación con paciencia y buena voluntad, no os impide exponer abiertamente y con respeto las convicciones de la Iglesia, sobre todo las que atañen a asuntos tan importantes como la justicia y la imparcialidad para todos los ciudadanos, el respeto a los derechos humanos, la libertad religiosa y la verdad moral objetiva, que deberían reflejarse en la legislación civil.

Es de suma importancia que todos los nigerianos colaboren con el fin de garantizar que los cambios necesarios se realicen pacíficamente y sin que sufran indebidamente los sectores más débiles de la población. Así pues, es evidente que los generosos esfuerzos de los pastores y de los fieles, en estrecha colaboración con los cristianos de otras Iglesias y comunidades eclesiales, desempeñan un papel importante para garantizar una solución positiva a este período de transición. En efecto, como afirmaron los padres del concilio Vaticano II, una acción común de este tipo «expresa vivamente aquella conjunción por la cual están ya unidos entre sí» los cristianos y, si todos se unen al servicio del bien común, «presenta bajo una luz más plena el rostro de Cristo siervo» (Unitatis redintegratio, 12).

7. Este clima de diálogo y cooperación debe extenderse también a los creyentes musulmanes de buena voluntad, porque también ellos «tratan de imitar la fe de Abraham y vivir las exigencias del Decálogo» (Ecclesia in Africa, 66). Hoy, al reunirme con vosotros, obispos católicos de Nigeria, reitero el llamamiento que dirigí ayer durante mi encuentro con los líderes musulmanes: un llamamiento a la paz, al entendimiento y a la colaboración mutua entre cristianos y musulmanes. El Creador de la única gran familia humana, a la que todos pertenecemos, desea que demos testimonio de la imagen divina que hay en todo ser humano, respetando a cada persona con sus valores y tradiciones religiosas, y trabajando juntos por el progreso humano y el desarrollo en todos los niveles.

Los cristianos, los musulmanes y los seguidores de la religión tradicional africana deberían seguir buscando el entendimiento recíproco. Esa actitud haría que todos los ciudadanos fueran verdaderamente libres de trabajar por el bien de la sociedad nigeriana, unidos para «promover juntos la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Nostra aetate, 3).

8. «No nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza» (2 Tm 1, 7). Precisamente este espíritu, el espíritu del firme compromiso en favor del Evangelio y la plena confianza en el amor de Dios, os permitirá cumplir la misión que Dios, como obispos, os ha encomendado. Fortalecidos por la fe y la esperanza en la fuerza salvífica de Jesucristo, estaréis cada vez más preparados para afrontar «el desafío de ser instrumentos de salvación en los distintos ámbitos de la vida de los pueblos africanos» (Ecclesia in Africa, 70).

Tened la certeza de que os acompañan siempre mis oraciones; y, una vez más, os confirmo mi afecto y mi estima. Encomendándoos a vosotros y a todos los fieles de Nigeria a la protección de la santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, invoco sobre vosotros «gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro» (2 Tm 1, 2). Amén.

  



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