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HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA EUCARISTÍA DE CLAUSURA
DEL SÍNODO PARA ASIA


 Nueva Delhi, domingo 7 de noviembre de 1999

 

"Vivid como hijos de la luz, (...) pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad" (Ef 5, 8-9).

Queridos hermanos y hermanas: 

1. Hoy, en este vasto país, muchos celebran la Fiesta de las luces. Nos alegramos con ellos y, en esta eucaristía, aquí en Nueva Delhi, en la India, en el continente asiático, también nosotros exultamos en la luz y damos testimonio del único que es "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9).

Dios, Padre de misericordia, me ha concedido la alegría de venir a vosotros para promulgar la exhortación apostólica postsinodal "Ecclesia in Asia", fruto de los trabajos de la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, que se celebró el año pasado en Roma. ¿Qué fue ese Sínodo para Asia? Fue una reunión de obispos que representaban a la Iglesia en este continente. ¿Qué hicieron los obispos? Ante todo, escucharon en oración al Espíritu; reflexionaron en el camino que ha recorrido hasta ahora la Iglesia entre los pueblos de Asia; reconocieron la gracia de la hora que la Iglesia está viviendo actualmente en este continente; comprometieron a todo el pueblo de Dios a una fidelidad cada vez mayor al Señor y en la tarea evangélica que él ha encomendado a todos los bautizados para el bien de la familia humana.

2. Hoy, queridos hermanos y hermanas, vosotros representáis aquí a la comunidad católica no sólo de la India, sino también de todo el continente asiático y os entrego la exhortación apostólica postsinodal como guía para la vida espiritual y pastoral de la Iglesia en este continente mientras entramos en un nuevo siglo y en un nuevo milenio cristiano.

Es un acierto que este documento se haya firmado y publicado en la India, sede de numerosas culturas, religiones y tradiciones espirituales asiáticas antiguas. Estas antiguas civilizaciones asiáticas han forjado la vida de los pueblos de este continente y han dejado una huella indeleble en la historia de la raza humana. Hoy se hallan aquí presentes ilustres representantes de varias comunidades cristianas y de las grandes religiones de la India. Los saludo a todos con estima y amistad, y les expreso mi esperanza y mi deseo de que el próximo siglo sea un tiempo de diálogo fecundo, que lleve a una nueva relación de entendimiento y solidaridad entre los seguidores de todas las religiones.

3. Deseo dar las gracias al arzobispo Alan de Lastic, pastor de la archidiócesis que acoge esta asamblea eucarística, por las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido. Saludo a todos mis hermanos en el episcopado de la Iglesia latina, de la Iglesia siro-malabar y de la Iglesia siro-malankar. Abrazo a los cardenales y obispos que han venido aquí de otros países para compartir la alegría de este acontecimiento.

Expreso mi agradecimiento a los numerosos sacerdotes presentes, que comparten el único sacerdocio de Jesucristo juntamente con los obispos y los sacerdotes de Asia y del mundo. Queridos hermanos en el sacerdocio, adoptad como regla de vida estas palabras de la liturgia de la ordenación:  "Recibe el Evangelio de Cristo, a cuyo servicio estás; medita en la ley de Dios; cree en lo que lees; predica aquello en lo que crees y practica lo que predicas".

Con gran afecto en el Señor, saludo a los religiosos y religiosas. Tanto si os dedicáis a la contemplación como si trabajáis en el apostolado activo, vuestro testimonio de la supremacía del espíritu os sitúa en el centro de la vida y de la misión de la Iglesia en Asia. Por esto os doy las gracias y os aliento.

Encomiendo especialmente los frutos del Sínodo a los miembros del laicado, pues sobre todo vosotros estáis llamados a transformar la sociedad infundiendo "el pensamiento de Cristo" en la mentalidad, en las costumbres, en las leyes y en las estructuras del mundo en que vivís (cf. Ecclesia in Asia, 22). Uno de los principales desafíos que debéis afrontar es el de hacer que la luz del Evangelio ilumine la familia y la defensa de la vida y de la dignidad humana. Dais testimonio de vuestra fe en un mundo de contrastes. Por un lado, ha habido enormes progresos económicos y tecnológicos; pero, por otro, existen aún situaciones de extrema pobreza e injusticia. El Sínodo se hizo eco de las demandas de los antiguos profetas, demandas de justicia, de un orden justo de la sociedad humana, sin los cuales no puede haber auténtico culto a Dios (cf. Is 1, 10-17; Am 5, 21-24; Ecclesia in Asia, 41). La Iglesia confía en que los laicos de Asia reflejarán la luz de Cristo dondequiera que las tinieblas del pecado, de la división y de la discriminación obscurezcan la imagen de Dios en sus hijos.

4. "La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron" (Jn 1, 5).
Estas palabras de san Juan en el evangelio que acabamos de leer nos hablan de Jesucristo. Su vida y su obra son la luz que ilumina nuestra senda hacia el destino trascendente. La buena nueva de la encarnación del Salvador y de su muerte y resurrección por nuestra salvación, ilumina el camino de la Iglesia que peregrina en la historia hacia la plenitud de la Redención.

El Sínodo que hoy concluimos se alegró al recordar que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en tierra de Asia. El Verbo eterno se encarnó como asiático. Y fue en este continente donde la Iglesia comenzó a difundir la buena nueva, predicando el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo. Juntamente con los cristianos de todo el mundo, la Iglesia en Asia cruzará el umbral del nuevo milenio, dando gracias por todo lo que Dios ha realizado desde los inicios hasta hoy. Quiera Dios que, de la misma forma que en el primer milenio la cruz arraigó sólidamente en Europa, y en el segundo lo hizo en América y África, así en el tercer milenio cristiano se produzca una abundante cosecha de fe en este continente tan vasto y vital (cf. Ecclesia in Asia, 1).

5. En el umbral del gran jubileo, que conmemorará el bimilenario del nacimiento de Jesucristo, la comunidad de sus discípulos está llamada  a reparar el gran rechazo mencionado en el prólogo del evangelio de san Juan:  "El  mundo fue hecho por él, y el mundo no lo reconoció. Vino a los suyos, y los suyos no lo acogieron" (Jn 1, 10-11). El Verbo eterno "era la luz verdadera, que  ilumina  a  todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1, 9). Sin embargo, en vez de difundirse ampliamente, esta luz ha sido a menudo obstaculizada y obscurecida por las tinieblas. En el corazón del pecador es rechazada. Los pecados de las personas se funden y se consolidan en estructuras sociales de injusticia, en desequilibrios económicos y culturales que discriminan a las personas y las marginan de la sociedad. El signo de que  celebramos  realmente el jubileo como año de la misericordia del Señor (cf. Is 61, 2) será nuestra conversión a la luz y nuestros esfuerzos por restablecer la equidad y promover la justicia en todos los ámbitos de la sociedad.

6. "A los que lo acogieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12).

En la Eucaristía damos gracias a Dios Padre por los numerosos dones que nos ha concedido y, en particular, por el de su amado Hijo, nuestro Salvador Jesucristo. Jesucristo es el testigo fiel y veraz (cf. Ap 3, 14).

El Sínodo recuerda a los cristianos de Asia que "la vida perfectamente humana de Jesús, dedicada enteramente al amor y al servicio del Padre y de la humanidad, revela que la vocación de todo ser humano consiste en recibir y dar amor" (Ecclesia in Asia, 13). En los santos admiramos la inagotable capacidad del corazón humano de amar a Dios y al hombre, aunque eso implique grandes sufrimientos. ¿No va en esa misma dirección la herencia de tantos sabios maestros en la India y en otros pueblos de Asia? Esta enseñanza sigue siendo válida también hoy, y resulta más necesaria que nunca. El mundo sólo se transformará si los hombres y mujeres de buena voluntad, y todas las naciones, aceptan realmente que el único camino digno de la familia humana es la senda de la paz, del respeto mutuo, de la comprensión y el amor, y de la solidaridad con los necesitados.
Queridos hermanos y hermanas, ¿qué pide  la Iglesia a sus miembros en el alba de un nuevo milenio? Ante todo, que seáis testigos convincentes, encarnando en vuestra vida el mensaje que proclamáis. Como nos recuerda la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia:  sólo se puede encender un fuego con algo que esté encendido. Sólo se puede predicar el Evangelio si los obispos, los sacerdotes, los consagrados y los laicos están encendidos de amor a Cristo y arden de celo por darlo a conocer, amar y seguir (cf. Ecclesia in Asia, 23).

Este es el mensaje del Sínodo:  un mensaje de amor y esperanza para los pueblos de este continente. Ojalá que la Iglesia en Asia acoja este mensaje, para que todos "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

 



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