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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA A JORDANIA



Lunes 20 de marzo de 2000

   
Majestad;
miembros del Gobierno:
 

1. Con espíritu de profundo respeto y amistad saludo a todos los que viven en el reino hachemí de Jordania:  los miembros de la Iglesia católica y de las demás Iglesias cristianas, los musulmanes, a los que los seguidores de Jesucristo tenemos en gran estima, y todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Mi visita a vuestro país y todo el viaje que acabo de comenzar forman parte de la Peregrinación religiosa jubilar que estoy realizando para conmemorar el bimilenario del nacimiento de Jesucristo. Desde el inicio de mi ministerio como Obispo de Roma, sentía un gran deseo de celebrar este acontecimiento orando en algunos de los lugares vinculados a la historia de la salvación, lugares que nos hablan de la larga preparación de ese momento a través de los tiempos bíblicos, lugares donde nuestro Señor Jesucristo realmente vivió, o que están relacionados con su obra de redención. Mi espíritu se dirige en primer lugar a Ur de los caldeos, donde comenzó el camino de fe de Abraham. Ya he visitado Egipto y el monte Sinaí, donde Dios reveló su nombre a Moisés y le encomendó las tablas de la ley de la Alianza.

2. Hoy me encuentro en Jordania, una tierra que me resulta familiar por la sagrada Escritura:  una tierra santificada por la presencia de Jesús mismo, por la presencia de Moisés, Elías y Juan Bautista, así como de los santos y mártires de la Iglesia primitiva. Vuestra tierra es famosa por su hospitalidad y apertura a todos. Son cualidades del pueblo jordano que he experimentado muchas veces en las conversaciones con el rey Hussein, que en paz descanse, y que he visto confirmadas en mi encuentro con Su Majestad en el Vaticano, en septiembre del año pasado.

Majestad, sé cuánto se interesa por la paz en su tierra y en la región entera, y cuán importante es para usted que todos los jordanos, tanto musulmanes como cristianos, se consideren un solo pueblo y una sola familia. En esta área del mundo existen graves y urgentes problemas que conciernen a la justicia, los derechos de los pueblos y de las naciones, que deben ser resueltos para el bien de todos los que se hallan implicados y como condición para una paz duradera. Ese proceso de búsqueda de la paz, aunque sea difícil o largo, debe proseguir. Sin paz no puede haber un auténtico desarrollo para esta región ni una vida mejor para sus pueblos ni un futuro más luminoso para sus hijos. Por eso, el conocido compromiso de Jordania para garantizar las condiciones necesarias para la paz es tan importante y loable.

Construir un futuro de paz exige un entendimiento cada vez mayor y una cooperación cada vez más efectiva entre los pueblos que reconocen al único Dios verdadero e indivisible, al Creador de todo lo que existe. Las tres históricas religiones monoteístas consideran la paz, el bien y el respeto a la persona humana entre sus valores más importantes. Espero vivamente que mi visita fortalezca el diálogo, ya fecundo, entre cristianos y musulmanes, que se está realizando en Jordania, particularmente a través del Royal Interfaith Institute.

3. La Iglesia católica, sin olvidar que su misión principal es de índole espiritual, siempre anhela cooperar con cada una de las naciones y de las personas de buena voluntad para promover y favorecer la dignidad de la persona humana. Lo hace especialmente en sus escuelas y programas educativos, y mediante sus instituciones caritativas y sociales. Vuestra noble tradición de respetar a todas las religiones garantiza la libertad religiosa que lo hace posible, y que de hecho es un derecho humano fundamental. Cuando se respeta, todos los ciudadanos se sienten iguales, y cada uno, impulsado por sus propias convicciones espirituales, puede contribuir a la construcción de la sociedad como casa común de todos.

4. La cordial invitación que Sus Majestades, el Gobierno y el pueblo de Jordania me dirigieron es expresión de nuestra esperanza común con vistas a una nueva época de paz y desarrollo en esta región. Se lo agradezco sinceramente y, apreciando profundamente su cortesía, les aseguro mis oraciones por ustedes, por todo el pueblo jordano, por los refugiados que se hallan entre ustedes y por los jóvenes, que constituyen gran parte de la población.

¡Dios todopoderoso conceda a Sus Majestades felicidad y larga vida!

¡Dios bendiga a Jordania con prosperidad y paz!

  



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