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JUAN XXIII

AUDIENCIA GENERAL*

Basílica de San Pedro
Miércoles 2 de agosto de 1961

 

¡Queridos hijos! Esta audiencia de la tarde en la Basílica de San Pedro renueva el espectáculo de la muchedumbre ingente que se congregó esta mañana en torno a los restos mortales del cardenal Tardini y nos depara la deseada oportunidad de reiterar las expresiones de triste pesar por el repentino fallecimiento del signe y benemeritísimo prelado.

El curso de su vida encierra una lección para quien le ha conocido y para todos los que, de diferentes lenguas y pueblos, oyendo ahora hablar de él más profundamente, son invitados a imitar sus ejemplos.

Toda la vida del cardenal Tardini fue un gran servicio —servitium Dominicum— que convenía a su nombre de Domenico; servicio de Dios y de las almas, desde las más modestas situaciones, aunque sostenidas por él tan noblemente, hasta la participación directa al lado de la persona del Papa en el gobierno de la Santa Iglesia universal.

Este es un gran título de mérito insigne, gran misión del Secretario de Estado.

Pero la dignidad y el mérito de este servicio, cuando se comparte en los diferentes grados de la Jerarquía eclesiástica, concierne en cierto modo a la responsabilidad de todo buen cristiano. El Señor ha otorgado una gracia de participación en la vida social de la Iglesia, y esto comporta tal abundancia de ayudas que transforman —no hablemos de un simple sacerdote a quien conviene el christianus sibi y el sacerdos aliis— sino el más sencillo y modesto fiel en un apóstol de Jesús bendito y en un insigne servidor de la santa Iglesia.

Esta es la lección que se vislumbra en toda la vida del cardenal Tardini: servir a Cristo en la persona del Papa y servir a las almas en las múltiples obras de misericordia y de fraternidad humana y cristiana.

¿Cómo se mantiene este servicio? Con buena voluntad, con empeño y con la práctica de las virtudes fundamentales, la primera de todas la humildad. Luego con el impulso generoso en aceptar sin temores y resistencias la propia cruz, las tribulaciones y los dolores de la vida.

La oración da valor a lodo esto y proporciona paz y descanso,

También en esto el cardenal Tardini dejó un edificante ejemplo. Hasta los últimos momentos conservó un espíritu abierto y lúcido y de apreciación de los acontecimientos, reflejo natural de la afortunada y buena índole de su carácter. Cuando comprendió que era necesario partir, quiso dar el supremo paso como perfecto cristiano, como sacerdote y prelado ejemplar, noble y piadoso.

Esto explica porqué también el cúmulo de circunstancias de su repentino fallecimiento, haciendo honor a su persona, hayan despertado en torno suyo tantas atenciones de reverente homenaje. Tal ha sido la lección suya.

Así, pues, excelente servicio a la Iglesia y oración habitual y fervorosa.

¡Queridos hijos! Queremos terminar el recuerdo conmovido de la vida y ejemplos de nuestro querido y fiel Secretario de Estado con una elevación espiritual que la fecha de hoy sugiere como título de respeto hacia una forma noble de piedad popular. El 2 de agosto de cada año renueva la antiquísima grande indulgencia de la Porciúncula que, desde hace más de siete siglos, el humilde y gran hermano San Francisco de Asís consiguió de la bondad del Señor, como por divina inspiración, en la iglesita de Santa María de los Ángeles, para salvación y bendición de las gentes y remisión de los pecados.

La vida de todos los siglos necesita mucho perdón, tanto por lo que se refiere a la conducta de cada alma cuanto a la de las familias y de los pueblos. Nos pedimos perdón al Señor, como Jesús nos enseñó a pedirlo en la súplica del Pater Noster.

Y esta indulgencia de la Porciúncula, que atraía las muchedumbres a Asís el 2 de agosto, fue uno de los movimientos populares más notables de la Edad Media y de la Edad Moderna, Aunque en los siglos más cercanos a nosotros se hayan añadido y difundido otras devociones con esta finalidad precisa, esta del gran Perdón de Asís es una luminosa atracción del pueblo católico hacia la misericordia del Señor.

El depositario de estos tesoros de la santa Iglesia es el Vicario de Cristo, que dispone de ellos con corazón generoso y siente todo el afecto de cantar con voz plena: Indulgentiam, absolutionem, remissionem peccatorum nostrorum concedat nobis omnipotens et misericors Dominus.

El Papa dispone de ellos y los aplica a los vivos y diuntos de todo orden y grado.

Hemos juzgado muy conveniente, aprovechando la piadosa coincidencia del Perdón de Asís con las honras fúnebres a nuestro valioso y llorado Secretario de Estado y Arcipreste de esta Basílica de San Pedro —que él tanto quería y cuyo esplendor estaba promoviendo— invitar a todos los que están ante Nos en innumerable muchedumbre, reunidos aquí de todas las partes del mundo y que hablan diversas lenguas, a que se unan a nuestra oración para conseguir la extraordinaria indulgencia del Perdón, haciendo de ella una triple aplicación: al alma de cada uno de los presentes, al alma de la persona difunta más querida para Nos, al alma bendita del cardenal Domenico Tardini, que queremos saludar una vez más en el momento de tomar posesión de la gloria celestial, en donde esperamos encontrarlo en la eternidad bienaventurada.

Hemos reducido esta forma de obtener la indulgencia de la Porciúncula, pero sólo por esta vez, a la recitación colectiva que pronunciaremos todos juntos —en vez de los seis prescritos— a un solo Pater, Ave y Gloria, advirtiendo, sin embargo, que sigue en pie todo lo que se requiere ordinariamente para lucrar la gran indulgencia, a saber, una santa confesión y una santa comunión, en uno de los ocho días siguientes a este nuestro triste, piadoso pero dichosísimo encuentro.

¡Queridos hijos!, uníos, pues, a Nos y pronunciad con voz clara todos juntos la querida, triple, dulcísima  invocación confiada:

Finalmente, queremos bendeciros a todos juntos con gran efusión y afecto paternal, con voz triste y confiada, invocando a los intercesores, los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y a San Francisco de Asís; séaos propicia a vosotros y a vuestros seres queridos vivos y difuntos la gran invocación, la altísima bendición.

 


*  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 377-380.

 

 



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