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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS PRELADOS DE LITUANIA
EN EL TRESCIENTOS CINCUENTA ANIVERSARIO
DE LA MUERTE DEL OBISPO MELCHOR GIEDRAITIS
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Así como a los hijos es tanto más dulce conservar lo hondo del corazón la querida memoria del padre y honrarla oportunamente, así también es hermoso, sobre toda ponderación, evocar los ejemplos de los santos Pastores, quienes constantemente, con decisión y empeño, han luchado en defensa de su grey, a ellos confiada, y le han dejado una herencia de doctrina y de ejemplo, más preciosa que cualquier otra cosa terrena.

Esto es lo que ocurrirá este año —como se ha dicho— al pueblo lituano, para Nos tan querido, al cumplirse los trescientos cincuenta años en que un valeroso Obispo de aquella nación abandonó esta vida mortal. Nos referimos a Melchor Giedraitis, que vuestro pueblo está concorde en seguir creyendo que estuvo adornado de santidad insigne. Deseando, pues, completar en cierto modo vuestra alegría, no queremos en silencio esta ocasión, ya que, al presentar todo lo que él hizo y al traer a la memoria de todos sus virtudes, creemos hacer algo que responde a las necesidades del tiempo presente.

Melchor Giedraitis durante toda su vida se distinguió por su piedad y grandeza de alma y fue un auténtico apóstol que promovió y robusteció la santa Religión de Cristo en vuestra nación y la grabó sólidamente en los corazones de su pueblo. Pues, desde el primer momento, es decir, desde el año 1576, cuando él, a la edad de cuarenta años, fue elevado a la dignidad episcopal, nada deseó tanto como, «cual buen soldado de Jesucristo» (2Tm 2, 3), trabajar por aumentar la gloria de Dios y procurar la salvación de las almas; llevó al pueblo, que todavía se hallaba entregado a diversos errores, a practicar de manera más digna y diligente la religión cristiana; se esforzó, además, por que muchos, entre los cuales se encontraban muchos nobles, que se habían apartado de la fe católica; volviesen a la obediencia deferente a la Cátedra de Pedro.

Causa admiración todo lo que él logró conseguir en las circunstancias concretas de su tiempo con la palabra y actividad en los límites de la estricta observancia a las prescripciones del Concilio de Trento todavía reciente; entregándose con toda el alma a los deberes pastorales, fundó nueve parroquias y edificó iglesias, con celo promovió el decoro de las funciones sagradas, se esforzó en instruir en la doctrina cristiana a todas las categorías de fieles. Su preocupación principal y actividad admirable fue promover la instrucción catequística, pues se esforzó ya por formar sacerdotes idóneos tomados entre la misma gente del lugar, quienes usando la lengua patria —como él mismo trataba de ser ejemplo en esto— más fácilmente se ganarían los hombres para Cristo, ya por publicar escritos por medio de los cuales se difundiesen lo más ampliamente posible por los confines de la patria los preceptos cristianos.

Precisamente estas preclaras virtudes Nos parecen ejemplos tanto más idóneos para ser propuestos de modo muy especial a los queridos hijos del pueblo lituano.

Conocemos bien las calamidades que han caído sobre vosotros, lo cual Nos llena de mucha tristeza. Pues desde hace algunos años en vuestra patria de elección se crean dificultades de toda índole a la Iglesia Católica, ya sea en el cumplimiento de la misión propia por parte de los Obispos y de los sacerdotes, ya sea en todo lo que concierne a la práctica misma de la vida cristiana.

Los sagrados Pastores, o alejados de la patria o expulsados de las propias diócesis, se ven obligados a vivir lejos de su querida grey o se ven un tanto impedidos en el cumplimiento libre y plenamente del propio deber a la vista de los súbditos. No pocos sacerdotes y también un número considerable de seglares por causa de su gran firmeza de ánimo en la adhesión a la fe y en la defensa de los sacrosantos derechos de la Iglesia o han sido enviados al destierro o a la cárcel, donde con frecuencia terminaron por morir abatidos por las enfermedades y por el sufrimiento.

Los miembros de las familias religiosas dispersos, sus bienes y sedes confiscados, suprimidas las asociaciones de Acción Católica; vuestras escuelas prohibidas y en su lugar se han introducido solamente aquellas en las que no sólo se ha impedido toda enseñanza de la doctrina cristiana, sino que, además, se propaga con grandes alardes propagandísticos el ateísmo; a la libertad de la Iglesia el poder civil opone no pocas limitaciones y obstáculos; en fin, desde hace tiempo han reducido al silencio y faltan periódicos, revistas y otras publicaciones semejantes inspiradas en la doctrina cristiana que en el pasado los católicos sabia y útilmente publicaban en gran número.

En estas difíciles circunstancias las iniciativas y ejemplos de vida del ilustre Obispo servirán, sin duda, para alentar a estos cristianos, para practicar la virtud con fuerza invencible, y, en primer lugar, al muy querido clero lituano, que sabemos se distingue por su mucho celo y que tan generosamente corresponde a la misión a ellos confiada.

Por tanto, considerando las raras cualidades de alma de Melchor Giedraitis, que logró superar tantas situaciones difíciles, que los sacerdotes sean en medio de su pueblo perfectos hombres de Dios, aptos para toda obra buena e idóneos ministros de la Nueva Alianza (cf. 2Tm 3, 17; 2 Co 3, 6). Sigan e imiten su constancia en la defensa de los derechos de la Iglesia, en la enseñanza, en cuanto les sea posible, de los preceptos cristianos, conscientes de que la palabra de Dios no está encadenada (cf. 2Tm 2, 9). Y mientras exhortamos a los mismos sacerdotes a que «fuertes en la fe» (1P 5, 9) se unan cada vez más estrechamente entre ellos para la defensa de los comunes propósitos y para conservar íntegro el tesoro de la religión, por ellos elevamos nuestras ardientes súplicas «al Dios de todo consuelo» (2Co 1, 3).

Consideren también los fieles todo lo que ha hecho el ilustre Obispo de Lituania para que puedan conservar con ánimo tranquilo y fuerte la fe católica, recibida de él como verdadera herencia de valor inestimable y primera fuente de salvación y de alabanza, y conformen su propia conducta con la suya.

En verdad, ya se sabe cómo aman realmente la religión católica, dispuestos cuantas veces tienen la posibilidad, a ir a las iglesias para asistir a las funciones sagradas, arrostrando incluso largos viajes y venciendo muchas dificultades; y cómo también siguen fidelísimos al Romano Pontífice y a la legítima Jerarquía. Por ello Nos congratulamos con ellos con ánimo paternal y los exhortamos a que, con la diligencia en ellos habitual, se mantengan en esta actitud en el futuro, y principalmente se fortalezcan con la recepción de los Sacramentos y asistan los días festivos, cuando se presente la ocasión, al Sacrificio eucarístico, en el cual podrán encontrar aquella vida que no puede apagarse.

Exhortamos también a los padres y madres para que, conscientes de sus gravísimos deberes, eduquen con toda diligencia, con la palabra y con el ejemplo, e induzcan a la práctica de la virtud a sus hijos, especialmente cuando ya son mayorcitos; desde el momento en que está prohibido a los sacerdotes enseñar el catecismo a los niños, es necesario que los padres suplan a los ministros de Dios para transmitirles la antorcha encendida de la fe heredada.

También exhortamos a los jóvenes, a quienes amamos con afecto paternal, a que miren las grandes e insignes obras de Melchor Giedraitis con el fin de que aprendan de él lo que es luchar por la fe católica y defenderla con todas sus fuerzas.

Nos hacernos votos para que brillen días mejores, y finalmente, eliminadas oposiciones y desconfianzas por cuya causa la santa Iglesia está agitada e impedida, florezca en todas las clases de ciudadanos aquella paz y concordia, que se funda como en un firme cimiento, únicamente en la religión de Cristo. Y suplicamos a Dios Omnipotente que todos sus deseos le sean concedidos por intercesión de la dulcísima Virgen María Inmaculada, en la cual reside el motivo de nuestra confianza. Sabemos que en las actuales circunstancias vosotros la invocáis con piedad más ardiente, habiéndose celebrado el tricésimo quincuagésimo aniversario en que vuestro pueblo comenzó a venerar de manera muy especial a la Madre de Dios en Siluva.

Deseamos, además, confirmar nuestros votos con la Bendición Apostólica, la cual, como portadora de celestiales dones y testimonio de nuestra benevolencia, de todo corazón impartimos a cada uno de vosotros, venerables hermanos, así como al clero y querido pueblo lituano, ya a los que se encuentran en la patria, ya a los que permanecen fuera de sus fronteras.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 8 de diciembre del año 1959, segundo de nuestro Pontificado.

IOANNES PP. XXIII


* AAS 52 (1960) 40-42



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