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RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
EN LA CLAUSURA DEL V CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL
CELEBRADO EN ZARAGOZA
*

Domingo 24 de septiembre de 1961

 

Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.

Españoles todos amadísimos:

Presentes en espíritu a esa magnífica manifestación eucarística que en la «inmortal» Zaragoza tiene lugar estos días, os dirigimos nuestra palabra portadora de nuestro tributo de veneración al Sacramento del Altar, con la que deseamos alentar al pueblo español en su floreciente catolicismo.

España entera se ha dado cita en Zaragoza que está de fiesta —como un día lo estuvieran Valencia, Lugo, Toledo, Granada— pues con Daroca, la «Ciudad de los Corporales», se honra en ofrecer para marco del quinto Congreso Eucarístico Nacional la síntesis armoniosa de sus catedrales, de sus plazas y parques. En la mansedumbre de sus aguas, el caudaloso Ebro parece evocar la plegaria eucarística y mariana de siglos pasados y de apartadas tierras arrastrando en su corriente el eco de canciones e himnos al Amor de los Amores. Hasta el patrimonio de su arte y de su cultura se ha querido poner a los pies del Señor sacramentado como para servir de alegre guirnalda a la austeridad de las sesiones de estudio en torno al santo sacrificio de la misa.

Y Santa Engracia, con los «Innumerables Mártires», los obispos San Valero y San Braulio, aquel Dominguito del Val que mezcló su sangre inocente a la de Cristo; las almas santas que con sus penitencias y oraciones han preparado el fruto de estos actos: todos están ahí con el corazón abierto como un cáliz que sobre la vida de España entera parece verter su sangre —sangre de sacrificio y amor—, con el canto en los labios, el mismo que la Iglesia triunfante eleva eternamente a Dios y al Cordero «que ha sido sacrificado» (Apoc. 5, 12).

El sacrificio de la misa pertenece a la Iglesia ya porque Cristo se lo legó en la última cena, ya porque la misa es ante todo el culto público del pueblo cristiano en el que todo el cuerpo místico que es la Iglesia, con Cristo su cabeza, víctima augusta y a la vez Sumo Sacerdote, es ofrecido y se ofrece al Altísimo para adorarlo, para mostrarle su gratitud, para expiar las culpas y para obtener nuevos favores.

Se habla de que hay que elevar al hombre hasta Dios, al hombre concreto, a ese hombre que tiene una actividad en la sociedad, que siente unas necesidades, que recibe la influencia de una mentalidad y de una formación determinadas.

Mas ¿ dónde buscar el punto de encuentro de cada uno con Dios? ¿No es acaso en el altar, donde se alza la cruz de Cristo, único Mediador entre Dios y los hombres «quia in ipso complacuit omnem plenitudinem inhabitare et per eum reconciliare omnia in ipsum»? (Col. 1, 19-20)

El buen católico piensa no sólo en conservar y aumentar el don de su fe y de su vida sobrenatural, sino también en comunicar a los demás estos tesoros, y partiendo de una clara y profunda concepción cristiana de la profesión, de la familia y de la sociedad, trata de estructurarlas de tal modo que éstas conduzcan el hombre a su fin sobrenatural.

En la ofrenda de la misa está la cifra y la síntesis de la perfección : vivirla es el modo resumido y el más perfecto de ser cristiano. «In fide vivo Filii Dei qui dilexit me et tradidit semetipsum pro me» (Gal. 2, 20) , decía el Apóstol San Pablo. Y ¿no es en esta vida de fe donde el hombre descubre esa actitud espiritual determinada de la que fluyen toda clase de impulsos y consecuencias para vivir recta y santamente y para la práctica del apostolado? ¿No es de ahí de donde brota aquella conducta del hombre mediante la cual se manifiesta de la manera más atrayente la presencia de Dios en el mundo?

Pedid, españoles, orad para que todos conozcan y estimen más y más el gran tesoro que el amor infinito de Dios nos ha legado en el sacrificio incruento del altar.

Por nuestra parte suplicamos al cielo fervientemente que atienda vuestros votos tan hermosamente compendiados en la oración del Congreso. Cuánto nos ha consolado en nuestras visitas a España el ver repletos los templos, rebosantes los seminarios, alegres y serenos vuestros hogares y familias. Somos testigo de las grandes virtudes que adornan al pueblo español. Que el Señor os conserve la unidad en la fe católica y que haga vuestra Patria cada vez más próspera, más feliz, más fiel a su misión histórica. Estos deseos y estas esperanzas los confiamos al patrocinio de Nuestra Señora del Pilar, mientras su mirada maternal invocamos sobre vuestra y nuestra amadísima España, heraldo del Evangelio y paladín del catolicismo, a la que con la efusión de nuestro paternal afecto bendecimos.


* AAS LIII (1961) 680- 681;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 437-439.



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