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    DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LAS MISIONES EXTRAORDINARIAS*

Miércoles 5 de noviembre de 1958

 

Es para Nos, señores, un gran regocijo recibiros y poderos así manifestar personalmente nuestra sincera gratitud.

Vuestra venida a las solemnidades de nuestra Coronación es en efecto un acto colectivo que Nos hemos apreciado sobremanera, tanto por el empeño de vuestro Gobierno en hacerse representar en estas solemnidades pontificales como por el número y de la calidad de las Misiones extraordinarias que vosotros constituís.

¿Cómo Nos no podríamos ser profundamente sensibles ante este gesto de homenaje a la Santa Sede y a nuestra Persona? Por ello, Nos queremos ante todo rogaros que tengáis a bien haceros intérpretes ante vuestros respectivos Gobiernos, de nuestros sentimientos de gratitud.

La ceremonia litúrgica en la que habéis tomado parte ayer renovaba ritos varias veces seculares, y a este título, evocaba de manera sugestiva la larga tradición de la Iglesia y su historia tan íntimamente entrelazada con la de vuestros pueblos. Al mismo tiempo, vuestra presencia en aquella ceremonia era ante nuestros ojos un símbolo viviente de las relaciones cordiales y fecundas que esta Sede Apostólica mantiene, hoy como otrora, con tantas Naciones celosas por ver desarrollarse en su seno y para su propia dicha los más altos valores espirituales. Nos damos gracias a Dios por ofrecernos con ello, desde los albores de nuestro Pontificado, un motivo tan legítimo de confianza en las buenas relaciones que Nos deseamos sostener con vuestros Países.

Además, al contemplar vuestras numerosas Misiones, llegadas desde las comarcas más diversas y más lejanas, reunidas hoy en torno a nuestra Persona, ¿cómo podríamos no formular con corazón ardiente el voto – tantas veces formulado ya y siempre rico de esperanzas – por una paz justa y fraternal entre los pueblos? Nos evocamos en este momento, con la emoción que comprenderéis, la gran figura de nuestro venerado Predecesor: durante casi veinte años, sin dejarse jamás abatir por acontecimientos a veces crueles, hizo resplandecer ante los ojos de los hombres el ideal de un orden pacifico entre las Naciones, trabajó con perseverancia para instaurarlo en el mundo y se hizo el intrépido defensor de los derechos más sagrados de las personas y de los pueblos.

El mismo ideal nos anima a Nos, en virtud de la sagrada carga que hemos recibido, y consagraremos nuestras fuerzas a su servicio. ¡Cuánto Nos reconforta, Señores, al día siguiente de Nuestra coronación, confiaros esta intención que Nos es cara y formular ante vosotros el deseo de que progresen en el mundo las causas de la paz, de la justicia, de la verdadera libertad, tan concordante con las enseñanzas del divino Fundador de la Iglesia! Vuestra presencia confirma nuestra esperanza y Nos os quedamos agradecidos por ello.

Con particular benevolencia, Señores, Nos invocamos sobre vuestras Patrias y sobre quienes las gobiernan una amplia efusión de los favores celestiales; de gran corazón, y en prenda de ellos, Nos os impartimos la Bendición Apostólica.


*ORe (Buenos Aires), año VIII, n°361 p.3.

 



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