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DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
AL VII CONGRESO INTERNACIONAL DE HIDATIDOLOGÍA
*

Castelgandolfo
Domingo 18 de septiembre de 1960

 

Nos es sumamente agradable hoy en nuestra casa, queridos señores, a vosotros llegados de diversas naciones para participar en el VII Congreso Internacional de Hidatidología; después de haberos reunido anteriormente en Uruguay, Argentina, Argelia, Chile, España y Grecia, habéis querido tener esta vez vuestra asamblea en Roma, la capital de la cristiandad. El profesor Pedro Valdoi, que preside tan dignamente vuestra reunión, nos ha rogado filialmente, en nombre vuestro, que os recibamos en audiencia especial.

Con sumo gusto, queridos señores, hemos accedido a este deseo filial. Como decíamos recientemente, al recibir a los participantes en los Juegos Olímpicos romanos, la Iglesia anima y bendice todo lo que se hace para que el hombre viva, siguiendo el antiguo adagio: "mens sana in corpore sano", alma sana en cuerpo sano.

Por eso el Padre común se regocija viendo la colaboración de médicos, cirujanos, biólogos e higienistas de diversos países, para diagnosticar rápidamente los síntomas de las enfermedades que afligen a la humanidad, adoptar una profilaxis eficaz, luchar contra las enfermedades y atacar las epidemias. Y Él se regocija más todavía cuando tal colaboración, estrecha y confiada, de hombres de ciencia y practicantes, tiene por objeto —como es vuestro caso— la salud de los hombres que viven entre los medios menos dotados. La enfermedad en la que vosotros sois eminentes especialistas se da particularmente entre las poblaciones agrícolas y zonas subdesarrolladas donde la higiene es con bastante frecuencia ignorada y la alimentación ordinaria, deficiente, lo que ocasiona un nivel de enfermedad y mortalidad muy elevado.

Al proseguir, queridos señores, la lucha contra "el equinococo hydatido" os constituís sin duda alguna en buenos imitadores de Aquel "que pasó sobre la tierra practicando el bien" (Hechos 10, 38).

Su humilde Vicario os anima también hoy con todo su corazón a desarrollar y a unir vuestros esfuerzos al servicio de los que sufren, como lo. habéis hecho tan eficazmente en el decurso de este Congreso. Así, pues, con sumo gusto os concedemos para vosotros, vuestras familias y todos los enfermos a quienes os esforzáis por aliviar y curar, como prenda de la efusión de la divina gracia, una amplia Bendición Apostólica.

 


* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 478-479.

 

 



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