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DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LA UNIÓN CATÓLICA DE LA PRENSA ITALIANA
*

Domingo 4 de diciembre de 1960

 

Os acogemos con afecto particular, queridos hijos periodistas católicos. Lleváis un hermoso, alto y exigente nombre.

La reunión de hoy reaviva en nuestro espíritu el recuerdo de otros encuentros dispensados a los representantes de la prensa y nos permite manifestar la estima que fomentamos hacia aquellos que se dedican a la difícil y grave profesión del periodismo, pero con preferencia muy natural y comprensible hacia vosotros, que ejercéis tal profesión a la luz del Evangelio de Jesucristo y de la enseñanza viva y perenne de la Iglesia.

Hemos saludado con ánimo paternal esta vuestra segunda Asamblea nacional y queremos aprovechar esta ocasión para insistir en un tema que llevamos muy en el corazón.

Desgraciadamente, las ya lamentables deficiencias y peligros en el sector de la prensa siguen siendo graves. Y es tal nuestra preocupación, que hoy creemos poder prescindir de todo otro preámbulo y de repetir impresionantes cuadros estadísticos, que vosotros conocéis, por otra parte, para pasar a exponer lo que consideramos más necesario y urgente, no sólo para vosotros, que honráis vuestra condición de católicos, sino para todos los que trabajan con vosotros en nombre de la rectitud y de la verdad y defienden los hermosos ideales que son comunes a los hombres de buena voluntad.

Sería estéril dejarse llevar de lamentaciones y recriminaciones. Tenemos que construir, queridos hijos, tenemos que avanzar, echando las bases de una nueva era más sana, más justa, más generosa con el ardiente deseo de un acontecimiento que no puede tardar; debemos sembrar, aunque a veces una profunda tristeza nos oprime el corazón, seguros de la promesa de una alegre mies: Qui seminat in lacrimis, in exultatione metent, los que siembran entre lágrimas cosecharán con alegría (Ps. 125,4).

Vamos, pues, a hacer algunas consideraciones prácticas, que confiamos a vuestra experiencia, competencia y buena voluntad. Hélas aquí: la preparación, la cooperación y coordinación fraterna, la sensibilidad. cristiana de los periodistas católicos.

Preparación profesional

1. Vuestra preparación profesional, queridos hijos, nos hace pensar en la amplitud e importancia de la misión que habéis escogido. Ningún cargo se improvisa, bien lo sabéis, y si a toda profesión de responsabilidad social preceden largos y duros años de especialización, de teoría y práctica, con mayor motivo debe esto aplicarse a los periodistas militantes. Un periodista no se improvisa. Para alcanzar ese conjunto de cualidades que hace fácil y útil su servicio, es necesario un aprendizaje. Reflexionad. El periodista necesita la delicadeza del médico, la facilidad del literato, la perspicacia del jurista, el sentido de responsabilidad del educador.

Tal amplitud de horizontes exige, por consiguiente, una seria preparación. Por eso no bastará solamente saber informar y ser informado. Es necesario conocer el modo y las técnicas de la información y al mismo tiempo no perder el tiempo en inútiles audiciones y lecturas, para que se afine la sensibilidad y se posea el arte de saber escoger, entresacar y revestir las noticias.

Semejante preparación exige grandes posibilidades materiales, y, por tanto, es un deber la compensación económica. Es necesario que los colaboradores de cada periódico perciban una justa retribución, a pesar de la escasez de medios financieros de que adolece la prensa católica, carente de los beneficios económicos extraordinarios con que fácilmente cuenta la prensa partidista y la llamada independiente. El ruego y la consigna de nuestro inmortal predecesor León XIII es todavía válida: "Todos los que desean realmente y de corazón que las cosas, tanto sagradas como civiles, sean defendidas eficazmente por valientes escritores y que florezcan, traten de fomentar en ellos, con su generosidad, los frutos de las letras y del talento, y cuanto más rico sea uno, sosténgaseles con los propios medios y bienes." (Ene. Etsi Nos, 15 de febrero de 1882, Acta Leonis, III,12).

Por tanto, hay que ser generosos y sostener la buena causa. Y aun cuando en este punto se alcance la situación ideal y más satisfactoria, será necesario siempre evitar el profesionalismo puro, ya que el que mira las cosas desde el solo punto de vista económico, técnico y de la perfección del trabajo, aunque sea honrado, no llenará su cometido si no está sostenido y elevado por el espíritu de oración y de caridad, por un impulso de apostolado. Esto es lo que embellece y hace meritorias ante Dios cada una de vuestras acciones, especialmente las que forman la trama diaria de vuestra actividad.

Ved, pues, que lo primero que llevamos en el corazón es vuestra preparación, considerada en su plena luz, en la que se funden armoniosamente las cualidades naturales, las exigencias técnicas y la vocación espiritual a obrar el bien para agradar a Dios, según las enseñanzas del Apóstol, "para que sigáis una conducta digna de Dios, procurando serle gratos en todo, dando frutos de buenas obras y creciendo en el conocimiento de Dios" (Col., 1,10).

Cooperación y coordinación fraterna

2. La segunda consideración quiere insistir sobre el deber grande e imprescindible de la caridad.

Al terminar la jornada memorable del 28 de octubre de 1958, entre los comentarios de la prensa sobre la elección del nuevo Papa, vosotros fuisteis los primeros en poner el acento —y todavía los repetís— sobre el diligite alterutrum, que brotó de nuestros labios en el momento de aceptar el peso que nos impuso la voluntad de Dios, acento, queremos decir, sobre el amaos unos a otros, que llevamos en el corazón como un deber sagrado, antes y sobre todo otro propósito de empresas laudables y de medidas premeditadas.

¡La caridad! Praeceptum Domini est, praeceptum Domini, proseguía el Apóstol del amor, Juan Evangelista.

Esta caridad os invita a estar unidos en la fe y la acción, en las convicciones e ideales, en las fatigas y afán militante.

Estad unidos, ayudad a los católicos fieles y convencidos a permanecer unidos entre ellos, a tener confianza en la doctrina social de la Iglesia y en su legislación, purificada con experiencias multiseculares, a conocerla y ahondar en ella. Ayudadles a que se dejen ganar cada vez más por el método cristiano de pensar, de valorar, de decidir por encima de las tentaciones de la singularidad, del resentimiento y del interés; a no dejarse engañar por las apariencias de una libertad mal entendida que se convierte en intolerancia de toda reprensión y de toda disciplina.

Vosotros nos comprendéis perfectamente. El respeto que debemos a quien no ha alcanzado la completa madurez cristiana y católica y está en los umbrales del templo, no autoriza a peligrosas concesiones, a compromisos, a renuncias que perjudican el patrimonio sagrado de verdad y de justicia que es el Evangelio.

El más grave peligro a que está expuesta una parte de nuestros hijos es precisamente éste de intolerancia, repetimos, de una disciplina común que se convierte, sin embargo, en tolerancia e indiferencia frente a los errores y a las posturas peligrosas en los diferentes campos de la vida pública, en la política y en las diversiones, en la literatura como en la práctica religiosa.

Que sepáis también poner en guardia contra ese espíritu mundano que explotan especiales corrientes de pensamiento y costumbres modernas, que intentan por todos los medios sustraer a la sociedad a la influencia del Evangelio de Cristo, a las enseñanzas de la Iglesia, a los eternos valores de verdad divina, de amor, pureza y apostolado con que floreció la civilización cristiana. Estos movimientos se erigen como en defensores de una vaga libertad pero están dispuestos a negársela a la Iglesia cuando tiene que defender su tesoro de verdades reveladas o el patrimonio de moralidad confiado a ella, proclamando la separación e independencia de la Iglesia respecto al poder civil, pero siempre están en acción para limitar toda actividad de la Iglesia y echar sobre ella sombras de sospecha y malas intenciones. Su acción podría compararse a la que describe agudamente Manzoni hablando del iniquo que es fuerte: "el cual puede insultar y decirse ofendido, escarnecer y pedir razones, atemorizar y quejarse, mostrarse descarado o irreprensible" (Los Novios, cap. VII).

Frente a tales actitudes es más que nunca necesaria la unión para defender y ayudar a defender la verdad, la justicia, la honestidad, antes, incluso, que la religión y el Evangelio. ¡Oh, qué grande es, queridos hijos, vuestra misión aun en este aspecto, y digna de todos los estímulos y consuelos! Permaneced, pues, unidos; os lo pide el Papa en nombre de Aquel que rogó por la unión de todos sus fieles: Ut omnes unum sint, también y sobre todo, por el fin que os hemos propuesto: "Para que todos sean una sola cosa; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Io. 17,21).

Sensibilidad cristiana

3. Finalmente, os es necesaria una profunda sensibilidad cristiana, que penetre toda vuestra actividad y di funda con gracia y distinción ese buen olor de Cristo (2 Cor., 2,1) que da a cada cosa su tono justo. Sensibilidad cristiana en todo y con todos para que llegue a todos el testimonio de la sinceridad unida al respeto, de la claridad de ideas, unida a la madurez de pensamiento y de expresión.

Aprovechamos la ocasión de este encuentro familiar para confiaros que, al examinar periódicos y diarios, solemos encontrar con sensible pena una fraseología a veces hermética, ampulosa, desproporcionada, o bien áspera, agresiva y polémica sin necesidad. Esto es exponente de la penetración por doquier de una costumbre, a veces hasta en los anuncios publicitarios, en las crónicas de acontecimientos deportivos y exhibiciones folklóricas regionales.

Pues bien, el periodista católico debe preservarse de esta costumbre de pensar y de escribir, que corrompe el genuino sentido de la cortesía, de la educación, del método cristiano que quiere convencer con nobleza persuasiva y atraer con razones y no con sugestiones.

La sensibilidad de que hablamos se revela en el modo de presentar y no presentar una determinada crónica y los contornos de un suceso escabroso y turbulento y en ello sigue los imperativos de la recta conciencia y no fines más o menos confesables.

Se manifiesta también en no escatimar los elogios, especialmente a personas que viven aún, en no atribuir todos los méritos a una sola parte, a una organización, sino saber seleccionar lo que edifica, siempre que se ofrezca para estimular y establecer fecundos contactos. Enseña, asimismo, a manejar la historia de los que nos precedieron, a no olvidar las enseñanzas del pasado, a valorar toda buena manifestación del espíritu humano en el transcurso de la vida de los pueblos.

Sensibilidad cristiana que, como habéis visto, procura y pone de manifiesto esas expresiones universales de lo verdadero, de lo bueno y de lo bello que hallan voces y colores en la naturaleza, en la música, en los monumentos de la literatura y del arte. Lo repetimos, queridos hijos, con las mismas palabras que dirigimos con ánimo paternal a vuestros colegas del Avvenire d'Italia el 18 de octubre del año pasado: "Educad a los lectores para que aprecien lo verdadero, bueno y bello; sabed, por tanto, sacar tema para vuestros trabajos de las fuentes inagotables de la verdad, de la belleza y de la bondad, que brotan de la ilustración de las diferentes épocas de la historia, del mundo del arte y de la poesía, de las conquistas de la ciencia, de la maravillosa vida del ,universo, de los viajes de exploradores y misioneros" (Discursos, Mensajes, Coloquios, vol. I, pág. 486).

¡Qué fuentes inagotables de inspiración para el periodista y de delectación para sus lectores brota de semejante patrimonio común a toda la humanidad, con demasiada frecuencia olvidado para dar lugar a los oropeles de lo efímero y a las habladurías de lo transitorio! Sin hacer ostentación, por lo demás, de erudición, como conviene al periódico que pasa por las manos de todos como fuente de información y de consuelo sereno, es posible sacar inspiración constante y jugosa de un panorama tan vasto de realidades vivas, interesantes y agradables.

¡Queridos hijos! No os desaniméis por las dificultades cotidianas en que se desenvuelve vuestro trabajo, sino sabed animarlo con la generosidad y el entusiasmo que nace de vuestras más profundas convicciones. Estamos unidos a vosotros con atención paternal, con vivo interés por vuestros problemas, con la ayuda que nos es posible y especialmente con la oración. Que el Señor os conceda tener siempre fe en vuestros propósitos, que acreciente vuestra actividad para que sea cada vez más eficaz y mantenga vuestra unión en las empresas, convocando en torno a ella todas esas buenas y animosas energías que, unidas, pueden hacer tanto bien, mediante el conocimiento y valoración de los talentos propios de cada periodista puestos al servicio de todos.

Estos son nuestros más ardientes deseos, nuestras íntimas aspiraciones. Y en prenda del paternal afecto que tenemos a cada uno de vosotros, nos complacemos en acompañarlos con nuestra especial y confortadora Bendición Apostólica, que hacemos extensiva a toda la Unión y a todos los que os son más allegados y queridos por lazos de familia, de profesión y de amistad.


* AAS 52 (1960) 1014-1019;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 57-64.

 

 

 



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