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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS DIRIGENTES Y OBREROS
DE LOS ESTABLECIMIENTOS RECOARO TERME
*

Domingo 26 de febrero de 1961

 

Queridos hijos de Vicenza:

Algunas amables palabras de vuestro dignísimo Pastor, transmitidas en tono de confiada espera, bastaron para establecer contactos para este encuentro de hoy.

Dirigentes y obreros de los Establecimientos nacionales de Recoaro Terme, estáis aquí, en la casa y en presencia de vuestro Padre, para expresarle con los ojos y con los labios la alegría que reside en el corazón de cada uno en este momento. Pero permitidnos deciros que también es grande nuestra satisfacción al acogeros y daros nuestra paternal bienvenida. Vosotros renováis aquí el espectáculo de la fe y generosidad de las gentes venecianas y nos transmitís el saludo tan grato de todos vuestros camaradas de trabajo.

El venerable Hermano episcopus Vicentinus et episcopus Ecclesiae Dei, ha querido renovar la alegría de la peregrinación de 1957, cuando fuisteis recibidos por Pío XII, de venerable memoria. Aquel encuentro está tan vivo en nuestra memoria, que hoy hace más significativa la peregrinación actual en el centro esplendoroso de la Catolicidad. Esto significa templar espiritualmente las energías y recomenzar el camino con la bendición del Señor.

¡Muy bien, queridos hijos, ánimo! Nos sentimos cerca de vosotros con la más viva benevolencia. Vuestra condición de trabajadores presentes aquí en la casa del Papa, en el santo tiempo de Cuaresma, sugiere algunas consideraciones que os confiamos con toda sencillez, para que sirvan de común consuelo y edificación y, luego, las transmitáis a vuestros familiares.

Ante todo, nos place subrayar el significado del acto que habéis realizado esta mañana: un testimonio sincero de fidelidad a la Iglesia.

Ubi Petrus ibi Ecclesia, dice la vigorosa expresión de San Ambrosio: "Donde está Pedro allí está la Iglesia. Y donde está la Iglesia —continúa el gran Obispo de Milán— no hay muerte sino la vida eterna" (Enarr. in Ps., 40, 30; ML 14, 1082).

Vosotros habéis rendido homenaje hoy a Pedro, que pervive en su humilde Sucesor, y en el acto de fidelidad a él se manifiesta y sublima vuestra fidelidad a la Iglesia, que os aparece todavía más bella en el fulgor incomparable de su unidad y cohesión.

Como observa el inmortal Pontífice San León Magno, "Pedro, perseverando en la firmeza de la roca recibida de Cristo, nunca abandonó el timón de la Iglesia… Por esto, en toda la Iglesia, Pedro dice cada día: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo; y toda lengua que confiesa al Señor va dirigida por el magisterio de esa voz... Por eso, cuando vuestros oídos escuchan nuestras exhortaciones, sabed que aquel mismo os habla, cuyo lugar ocupamos; pues os exhortamos con su mismo afecto y os predicamos lo mismo que él enseñó" (Serm. III, 3, 4; ML 54, 146-7).

¡Oh, qué hermosas palabras éstas del gran San León; qué fuerza tienen en sí mismas, qué confianza infunden en el alma de los creyentes! ¡Qué alegría para un cristiano saber que está fundamentado en la firme roca, que quiso Jesús bendito, y creer que, permaneciendo fieles a ella, no se puede ir al encuentro de la muerte segunda: ibi nulla mors, sed vita aeterna!

Este es, queridos hijos de Vicenza, el alto significado que queremos sacar de vuestra presencia: un acto de fe, una promesa de renovada fidelidad a la Iglesia, para tener la certeza de las realidades superiores, las únicas que no decepcionan ni abandonan nunca.

La alegría de vuestra peregrinación romana, con las bellezas y grandezas que se ofrecen a vuestros ojos, no os hace olvidar que estamos en el santo tiempo de Cuaresma. Este es el segundo pensamiento. La verdadera alegría cristiana nunca va separada de una tónica contenida de sobriedad y distinción a que nos exhorta con mayor insistencia este tiempo litúrgico.

Pues bien, queridos hijos, sepamos profundizar en las enseñanzas de Cuaresma. La presencia en Roma puede resultar instructiva hasta bajo este aspecto, porque precisamente aquí tienen lugar cada día las Estaciones cuaresmales en las antiguas y gloriosas iglesias y basílicas romanas, construidas sobre el sepulcro o memoria particular de los mártires.

Nos mismo, el Miércoles de Ceniza, quisimos iniciar el austero ejercicio de las Estaciones y nos encaminamos a Santa Sabina. Y nos place repetiros todo lo que dijimos en aquella ocasión, subrayando el significado de este tiempo aceptable, como lo llama la Liturgia, tiempo propicio para toda buena obra. "Todos formamos una gran familia. Todo cristiano debe pensar en su prójimo, debe entregarse a sus hermanos; cooperar según su propia vocación y posibilidades en el apostolado, multiplicar las obras buenas y asistenciales..., proclamando en toda circunstancia la presencia, el tono y el ejercicio de la caridad; superar, además, los rumores, las adversidades, oposiciones del mundo, que ignora o persigue la fe, y difundir el testimonio de las obras, que proceden de la fe y que suscita y revaloriza la caridad" (L'Osservatore Romano, 17 de febrero de 1961).

Esta es la consigna cuaresmal, queridos hijos, para que sea gozoso vuestro encuentro con Jesús Resucitado, Rey bendito de los pueblos y de los siglos, de vuestros corazones, de vuestras familias, de vuestros establecimientos. A El la gloria ahora y en los días de la eternidad (2 Petr. 3, 18).

Por último, queridos hijos, sabemos comprender a fondo y estimar cada vez más vuestra dignidad de trabajadores cristianos.

Hablando a vuestro grupo, Pío XII, de venerable memoria, repitió solemnemente las predilecciones de la Iglesia hacia el mundo del trabajo, y aquellas exhortaciones saludables —lo hemos sabido muy bien— cayeron en el buen terreno de vuestras almas y de vuestra actividad individual y colectiva.

Vosotros conocéis la solicitud de los Papas, atestiguada en valiosos documentos, que, en las revoluciones sociales de la era moderna, siguen siendo como pilares de la doctrina católica.

Este año se celebra el septuagésimo aniversario de la Rerum Novarum, la Encíclica de León XIII, que tanta luz de enseñanzas y orientaciones dio a la sociología católica. Será preocupación nuestra —ya lo hemos anunciado— recordar el acontecimiento con una nueva página de este gran libro de la sociología cristiana.

Tomando impulso de este septuagésimo aniversario de la Rerum Novarum, que vuestro noble empeño sea mostraros siempre dignos de los desvelos maternales de la Iglesia. Vuestro celosísimo Prelado y venerable Hermano nuestro nos ha dado a conocer, proporcionándonos viva alegría, que en vuestros establecimientos están en vigor oportunas previsiones y disposiciones, que se inspiran en las sublimes enseñanzas de esta Encíclica.

Formulamos el voto cordial de que se continúe de este modo con confianza y ánimo. El trabajador cristiano halla en el Magisterio de la Iglesia la más fuerte y providencial defensa de su dignidad, intereses, derechos, y no tiene igual en el terreno social; más todavía, la posesión de la verdad y de la justicia, que sólo es válida cuando se funda en Dios, creador y juez, le da una grandeza y superioridad que no teme comparaciones. Estad siempre convencidos de ello, queridos hijos, y colaborad en la afirmación cada vez mayor y más conquistadora de la doctrina social cristiana. Sed en el campo y ejercicio de vuestro trabajo apóstoles generosos y ardientes, para que se acreciente felizmente el Reino de Cristo Señor en el mundo entero.

Queridos hijos: Al volver a vuestras ciudades y pueblos vicentinos, de los cuales conservamos en los ojos gratísima visión, llevando con vosotros el recuerdo del que os habla ahora como Pastor y Padre, proponeos encomendarle a la querida Virgen del Monte Bérico, cuyas benditas laderas le son familiares desde su adolescencia, para que, elevándose cual súplica universal de todos los santuarios del mundo, lleguen feliz cumplimiento los humildes pero fervientes propósitos de nuestro oficio de Pontífice.

¡Oh, querida Vicenza, tierra privilegiada del Señor! ¡Cuántas almas santas te embellecieron! Nos basta nombrar la florecilla de las Maestras de Santa Dorotea, cuya definitiva glorificación se prepara ante la faz de la Iglesia universal.

¡Vicenza, tierra floreciente por sus numerosas vocaciones, por un clero distinguidísimo, benemérita instituciones, tradiciones firmes y espléndidas, que pasan de manos de los padres a los hijos y son, incluso para el futuro, garantía segura de fe católica, de fervor misionero, de caridad conquistadora! ¡Queridos hijos! En la emoción y calor de las palabras habéis sentido vibrar nuestro corazón y como el eco del recuerdo siempre vivo que guardamos del Congreso Eucarístico diocesano de septiembre de 1951 y de otros encuentros familiares, a los que fuimos amablemente invitados por vuestro Obispo.

Por ello, pues, os estamos reconocidos aún hoy y apreciamos lo que sois y todo lo que representáis.

Y con el antiguo afecto, ahora por la llamada y gracia del Señor, dilatado más allá de los confines de nuestra tierra natal y del Véneto, cuya dirección llevamos durante seis años como Patriarca y Arzobispo metropolitano, enviamos de nuevo a vosotros y a vuestros seres queridos, vuestras instituciones religiosas y civiles, caritativas y culturales, la Bendición Apostólica, amplísima y paternal, con el deseo de que se realice y agrande para Vicenza, para su Obispo y clero, para sus trabajadores y patronos, la bíblica y amante promesa de gracia, de prosperidad y de alegría: de rore coeli et de pinguedine terrae. Así exactamente: rocío del cielo y abundancia de la tierra.

 


* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 163-168.

 

 



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