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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS PORTUARIOS DE GENOVA
Y DIRIGENTES DE ACCIÓN CATÓLICA
*

Domingo 23 de abril de 1961

 

Señor Cardenal:

Grande es nuestra alegría al recibiros en esta Sala de las Bendiciones, rodeado de un hermoso semicírculo de trabajadores genoveses y de jóvenes formados y dispuestos a trabajar en colaboración apostólica con la jerarquía eclesiástica.

Nos habéis traído representaciones calificadas de vuestra diócesis, que tan querida es a nuestro corazón. Más aún, os diremos que nos es familiar —como comprendéis perfectamente— por muchos recuerdos, relaciones, risueñas perspectivas de vida cristiana.

Además de los trabajadores nos habéis traído la flor de la juventud italiana, los queridos hijos de la Acción Católica. Nadie, por cierto, podrá extrañarse de que el Papa se dirija con afecto particular a la gran familia de la Acción Católica, con la que le familiarizó desde los años de su juventud la costumbre de tratar con prelados y seglares distinguidísimos y beneméritos de este movimiento providencial hoy tan extendido.

Los ojos se iluminan al contemplar estas falanges compactas y fervientes, que dan la certeza de un futuro rico en consoladores frutos. La semilla esparcida un día lejano se ha multiplicado y se multiplica cado vez más hasta poder repetir las palabras del salmista: "qui seminant in lacrimis, in exultatione metent" (Ps. 125,5). Así es: los padres sembraron entre lágrimas, los hijos recogen con alegría. El surco abierto por los precursores ha seguido dando y da abundantes cosechas. Ved aquí, junto a Nos, a los Presidentes diocesanos de la juventud italiana de Acción Católica con la Junta Central en pleno y culos delegados "seniores" reunidos en Roma para el Congreso anual.

¡Señor Cardenal, bendigamos a Dios! '

¡Muy bien, queridos Hijos! Vuestra presencia nos alegra y consuela íntimamente. El doble aspecto, tan característico y consolador, del encuentro de hoy nos sugiere dos pensamientos que han brotado del corazón espontáneamente.

El primero se dirige a los portuarios de Génova, y, por ellos, a los trabajadores de todo el mundo.

No es una frase retórica afirmar que los trabajadores son familiares en el Vaticano; gracias a Dios, es una realidad, una grata costumbre. El Papa está acostumbrado a recibir con el mayor afecto a las representaciones de distinguidos grupos de operarios, en tanto que industrias y oficinas de toda índole están siempre presentes, a veces numerosas, en los encuentros semanales del Papa con sus hijos de todo el mundo. Esta costumbre adquiere realce este año —como decíamos el miércoles pasado a los cultivadores directos—, con la circunstancia del LXX aniversario de la Encíclica Rerum Novarum, que nos ofrecerá "ocasión de hablar de nuevo a los trabajadores para reiterarles a ellos y a cada una de las clases a que pertenecen la atención trepidante, pero al mismo tiempo animosa y generosa, de la Iglesia hacia el mundo del trabajo" (Discurso a los cultivadores directos, L'Osservatore Romano, 21-IV-61).

La Iglesia ha hablado y habla siempre como se lo mandó su Divino Fundador; hablará con sincera claridad.

Os diremos más:. El Papa, que os recibe hoy, quiere disipar el temor de que alguno piense en la insistencia propagandística e intencionada por parte de la Iglesia en la solución de los problemas económicos. Sería una preocupación mezquina. La Iglesia no necesita hacer apologética en un campo que es de dominio histórico. Como también dijimos recientemente, "ahí están los solemnes documentos pontificios para testimoniar la atención maternal de la Iglesia por la protección del trabajo" (ibíd.). Esta preocupación no es de hoy ni suprime aquella mucho mayor de la salvación espiritual de todos los hombres.

La Iglesia estuvo y está al lado de sus hijos en el transcurso de la vida terrena con las mismas solicitudes, incluso materiales, que tuvo Jesús con las muchedumbres de Palestina, cuando multiplicaba los panes a las turbas hambrientas, cuando se inclinaba benigno y paciente sobre el hecho de los paralíticos, de los lisiados, de los moribundos. Pero así como la humilde solicitud de Cristo se dirigía a los cuerpos para salvar las almas y darles la certeza de una vida inmortal, así también la Iglesia está al lado de sus hijos no exclusiva ni preferentemente para la vida presente, que sólo es preparación y viático de la celestial; tampoco quiere engañarlos ni ofuscarlos —como ha sido siempre fácil tarea de maestros improvisados— con visiones optimistas, con promesas fantásticas de felicidad sin ocaso en el tiempo.

Ella quiere dirigirlos sabiamente, a través de inevitables dificultades, para llevarlos a la vida eterna.

Esto es lo que hemos pedido hoy en la Santa Misa de este tercer domingo después de Pascua, antes de comenzar el prefacio: quo terrena desideria mitigantes, discamus amare caelestia, para que, refrenando los deseos terrenos, aprendamos a amar las cosas celestiales. ¡Oh, qué hermosas palabras, tan concisas y gratas, de la Liturgia! Ellas dan la tónica de la vida cristiana en la que los deseos febriles, que devoran a tantas pobres criaturas, sin duda más infelices que malas, se mitigan y extinguen suavemente para que se afiance el empeño de conquistar el cielo en la paz y la gracia del Señor obrando el bien, en la caridad que edifica y hermana.

¡Queridos trabajadores del puerto de Génova! Esto es lo que la Iglesia espera de vosotros. No es dejéis dominar por el espíritu del mundo, por el materialismo que corta las alas a las santas energías del espíritu, sino conservad intacto el propósito de una constante fidelidad a Dios y a su Iglesia. Sed fuertes y generosos; no olvidéis nunca vuestra grandeza de cristianos y de hijos de Dios. Sólo así os sentiréis guiados por las manos de la Providencia del Padre celestial.

El segundo pensamiento se basa en la presencia de la juventud católica. Nos alegramos en esta ocasión de manifestar nuestra viva felicitación a la Presidencia Nacional y a los Consejos del Centro Deportivo y Turístico Juvenil por el celo que despliega incansablemente en tantas actividades y empresas.

Conocemos las dificultades, apreciamos el trabajo desarrollado, seguimos con interés despierto vuestras iniciativas, constantemente dispuestas a captar las buenas inspiraciones para hacer más eficaz y provechoso vuestro Movimiento. Y siempre os animamos a ello.

Aquí está el punto esencial de vuestra actividad y cooperación: tomar por la mano al muchacho en el despertar de la adolescencia y al joven en pleno vigor para realizar una obra fraterna de formación, de ayuda discreta, pero continua, de amor respetuoso y solícito, para crear firmes convicciones e infundir el valor de vivirlas con entusiasmo y perseverancia, para hacer que resplandezca ante el joven toda la belleza de la vida cristiana, respuesta alegre del hombre a la llamada de Dios en Cristo Jesús.

¡Cuántas cualidades necesitáis, queridos hijos, para una misión tan alta y preciosa: prudencia, paciencia, valor, espíritu sobrenatural y prontitud para el sacrificio, ideas claras y decisión para llevarlas a la práctica!

Nos han impresionado vuestras "cuatro jornadas" en que habéis considerado "al joven adulto en el mundo contemporáneo". Hay toda una riqueza en la expresión de estos términos: visión de primavera, ardiente esperanza, solicitud por una prudente inserción de los jóvenes en la vida de los pueblos, pero al mismo tiempo también un despierto sentido de responsabilidad ante la expectativa de esos jóvenes que esperan ocupar su puesto en la sociedad, por los peligros de toda índole a que se exponen.

Un campo maravilloso se ofrece a vuestro trabajo. El exige pulso firme y corazón generoso, de modo que aunéis y conservéis las energías de los primeros años, el encanto de la pureza infantil y de la castidad juvenil, la aplicación constante a los estudios y al trabajo, la preocupación por la formación profesional y artesanal —metódica e intransferible— y lo encaucéis todo para incremento de la vida social ordenada y libre. Pero, sobre todo, ¡no temáis de presentar ante los corazones juveniles una visión del mundo conforme al plan de Dios como resplandece en el Antiguo y Nuevo Testamento, una constante estima de la gracia, un deseo convencido de vida sacramental!

El conocimiento de los tiempos pasados, las recientes experiencias de dolores y duelos, el ejemplo de tantos hermanos vuestros, fuertes en la fe y clarividentes en la vida interior, incluso en medio de las dificultades de situaciones políticas inciertas en algunos países, peligrosas en otros, todo esto sirve para mantener encendida la llama del apostolado, para lanzaros sin vacilaciones. Otros antes que vosotros se cansaron "y vosotros os aprovecháis de su trabajo" (Io. 4,38); otros recibirán la consigna de vuestras manos adiestradas continuando una obra santa que quiere servir al Señor y a su Iglesia y hacer que le sirvan más dignamente.

Os acompañamos con todo nuestro afecto y nuestra diaria oración con la esperanza de veros pronto en otra circunstancia, como se nos anunció previamente y de acogeros con gran alegría.

Al volver a vuestras diócesis para recomenzar con nuevo ímpetu el trabajo que os espera, decid a los jóvenes que el Papa los sigue, los anima y bendice. Decidles también que el Papa les agradece las oraciones y sacrificios que han realizado y realizan en unión con él y cuyas pruebas conmovedoras y gratas son los volúmenes que nos habéis ofrecido esta mañana con las tarjetas de la "Jornada del Sacrificio". Tendremos en estima estos volúmenes, lo mismo que los que ofrecéis todos los años al Papa, porque cada página, cada firma, cada palabra nos recuerda un rostro, un corazón ardiente de adolescente y de joven que ha hecho algo hermoso y grande por Jesús y por su Santa Iglesia.

* * *

¡Queridos portuarios de Génova, queridos hijos de la Acción Católica! Las palabras de salutación y estímulo os dan la seguridad de nuestra benevolencia. Y para que sea mayor vuestra alegría queremos impartiros la confortadora Bendición Apostólica, que hacemos extensiva a vuestros compañeros, especialmente a los niños y a los que sufren, "para que la paz de Cristo exulte en vuestros corazones" (Col. 3,15). ¡A sea!

 


* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 233-238.

 

 



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