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ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS TRABAJADORES EN LA FIESTA DEL TRABAJO
*

Basílica de San Pedro
Lunes 1 de mayo de 1961

 

Queridos hijos:

Cada semana, y a veces con mayor frecuencia, es fiesta para el corazón del Padre, que se abre a las confidencias de los hijos reunidos aquí de todos los puntos de la tierra en la gran basílica y salas vaticanas.

La presencia, tan serena y al mismo tiempo entusiasta de tantos fieles, entre los que sobresalen por su vivacidad los jóvenes y niños, da la seguridad de que el espíritu de fe, de piedad cristiana, de activa fraternidad es siempre vivo, animoso y edificante.

El desarrollo de las vías y medios de comunicación hace más fácil reunirse en Roma con frecuencia y prontitud a inmensas muchedumbres.

¿Cómo queréis que el Papa no se alegre con la visión que contempla ante sus ojos y que se renueva como para demostrar que la Iglesia católica tiene innumerables falanges de hijos conscientes de su vocación y dispuestos a distinguirse en toda circunstancia?

Sin duda sabemos comprender los motivos que traen a Roma a cada grupo y compartimos vuestra alegría, queridos hijos, vuestras angustias y legítimas aspiraciones.

Y Nos, ¿qué estamos dispuestos a daros? Y ¿qué hemos dado a aquellos que os han precedido sino volver a casa laudantes et benedicentes Dominum?

He aquí una palabra sencilla, una exhortación paternal, una bendición grande y cordial.

Hoy es una triple fiesta: comienzo del mes de mayo, que quiere hacer más fervorosa y afectuosa nuestra devoción a la Madre celestial, la festividad de su Esposo, Patrono de la Iglesia universal, invocado con el título de la labor que desarrolló en los años de su vida terrena, San José Artesano, y, por tanto, fiesta de los trabajadores.

La Iglesia, que ha elegido y escogido del seno de todas las clases sociales los cooperadores de su ministerio de apostolado y santificación de las almas, ha sido desde los comienzos de su glorioso camino la madre de los humildes, la protectora de los desvalidos, la defensora del progreso moral y económico del hombre. Ella nunca llegó tarde sino en tiempo oportuno, moderando la práctica de las virtudes teologales y cardinales que únicamente practicándolas conjuntamente dirigen los acontecimientos para preparar el verdadero progreso y la verdadera civilización.

En su sencillez, estas palabras encierran el sentimiento vivísimo de nuestra participación en la "fiesta del trabajo", que precede este año a la reunión internacional de los trabajadores cristianos, aquí en San Pedro, el 14 de mayo.

Los brazos están abiertos, los corazones conmovidos y los labios, obedientes al mandato del Divino Salvador: "Id..., enseñad", se disponen y continúan abriéndose a la evangelización del mensaje social cristiano, que está al alcance de toda conciencia recta, de toda buena voluntad.

Sus principios fundamentales están en las tablas de la ley, en la doctrina y ejemplos de Jesús. Y su admirable desarrollo, en dos milenios de historia, en las precisiones doctrinales exigidas por los tiempos, evoca los augustos nombres de Romanos Pontífices e innumerables doctores y apóstoles que enseñaron al hombre el recto camino y la alegría imperecedera de sentirse y llamarse hijos de Dios.

En realidad, al mensaje social cristiano podemos aplicar el elogio del Libro de la Sabiduría con que comenzaba la misa de hoy:

«Él "guía (al hombre) por un camino admirable y es protección de día y luz de estrellas de noche» (c. 10,17).

 


* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 257-259.

 

 



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