Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

FESTIVIDAD DE LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

ANUNCIO DE LA FECHA DE COMIENZO
DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN XXIII*

Viernes 2 de febrero de 1962

 

Queridos hijos:

La reunión de un conjunto numeroso y querido de miembros del clero secular y regular de Roma y de antiguas sociedades aquí reunidos para la ofrenda de los cirios benditos, nos ha dado la ocasión en los dos últimos años para decir algunas palabras tan amablemente escuchadas por vosotros como gustosamente dichas por Nos.

El episodio de la Presentación, Jesús niño, sostenido en los brazos maternales de María, junto a San José, el fiel custodio de ambos, difunden en torno a sí una gran ternura y paz y tocan los corazones.

La liturgia de hoy se inspira en los acentos antiguos del viejo Simeón que saluda a la visión de la Luz, descubierta a los hombres rectos y temerosos de Dios a lo largo de la sucesión de los siglos.

¡Qué espectáculo y qué íntimo gozo al contemplar esta Luz —lumen ad revelationem gentium— de la que goza toda la historia de la humanidad, luz de verdad, luz de caridad! Esta, a su vez, como dice San Pablo, es gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, expresiones todas de la fraternidad humana (Cf. Gal 5, 22).

En la festividad de este año no llamamos vuestra atención sobre la serena alegría, ni sobre la tranquilidad y la paz, sino sobre las penas y los lamentos que nos llegan de las diversas partes del mundo: Europa, Asia, África y América, donde la inquietud del vivir es la ruina de los estamentos sociales.

Los puntos neurálgicos y peligrosos de este amenazador desorden los conocéis por algunos nombres que se han hecho, durante varios meses, trágicos y funestos.

Permítasenos nombrar explícitamente a un país que visitamos en 1950 y que nos dejó imborrables y bellas impresiones: Argelia. Cada día, cada noche, debido a las más graves violencias, allí se multiplican las víctimas. Los acontecimientos tan tristes que se suceden en las diversas partes del mundo, algunos agravados en estas últimas semanas, que llegan a explotar en episodios de abierto desorden y de delito, nos causan grave ansiedad y nos entristecen. Son bastante frecuentes las noticias de nuevos atentados contra la vida y los bienes de numerosos ciudadanos. La experiencia prueba que la violencia atrae a la violencia: "El que a hierro mata, a hierro muere". De esta manera no se defienden los bienes sagrados del hombre, el orden social, la libertad, el verdadero progreso, la civilización y la paz.

Nos apenan todos los acontecimientos dolorosos de cualquier género: tanto las desmedidas rebeliones como las represiones arbitrarias que continúan ensangrentando el mundo. Con esta ocasión han  muerto también numerosos misioneros que obedecían al mandato de Cristo de llevar la luz de la revelación cristiana, promoviendo de este modo también el progreso espiritual y social.

Para llegar en todas partes a la desea pacífica convivencia entre las comunidades de diversas estirpes es preciso, ante todo, depuesta toda animosidad, nutrirse de ideas de paz y no de aflicción (Cf. Jer 29, 11).

Esto es, queridos hijos, lo que deseamos confiar a vuestras oraciones y a las de todos los pueblos en la festividad de la Presentación de Cristo en el Templo y en la de su Madre que lo ofrece al Padre Eterno.

Por los méritos de Cristo Salvador, por la intercesión de María, comience a brillar la estrella de la concordia verdadera entre los hermanos, hoy tristemente opuestos los unos a los otros; y las poblaciones dispuestas a la conquista de la convivencia pacífica encuentren la acogida a sus legítimas aspiraciones.

Al observar los horizontes hay como una claridad, por la serenidad que parece volver, debido a que no empeora y que tal vez está en vía de mejorar.

Pero al Pastor de la grey universal de Cristo le es motivo de intensa pena —a quien la habitual serenidad de ánimo le anima a velar, pero no a calmarse— el sufrimiento, el desastre, la inquietud en que tantos de sus hijos se encuentran, ¿Cómo no apenarse íntimamente al pensar en sus angustias, si paternalmente se preocupa de todos? Cristo es el Redentor de todo el género humano; Él es hoy saludado lumen ad revelationem gentium: Salvador de todos los pueblos y, por tanto, a Él no sólo le pertenecen los que son hijos de la Iglesia católica, sino todos los que son bautizados en su nombre, y cuantos son igualmente suyos por derecho de creación y por la virtud redentora de su Preciosísima Sangre, derramada para la salvación de todos los hombres. Sangre de la Cruz. ¡Señor: per sanctam crucem tuam redemisti mundum!

Descienda esta Sangre Redentora sobre todos los hombres no como extraños ni hostiles, sino como hermanos; confirme la voluntad de paz, las aspiraciones a la tranquilidad y al bienestar; extinga todo germen de división y rivalidad para que se difunda y reine el amor mutuo, fundamento de una duradera civilización cristiana.

Queridos hijos: Nos hemos reservado para el final de nuestro coloquio, y como para suavizar la tristeza del doloroso tema tratado, una noticia que, bajo los auspicios de la presentación de Cristo en el Templo hecha por su Madre bendita, pensamos que será muy querida.

He aquí, firmado por nuestra mano, ante vosotros, que por la variedad de vuestra procedencia representáis a la Iglesia esparcida por todas las regiones de la tierra, el Motu proprio que fija la fecha de la solemne apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. Esta fecha es la del 11 de octubre de 1962, y es una evocación del Concilio de Efeso, y precisamente de la salida de la iglesia de San Pedro ad Vincula del sacerdote Felipe —huius tituli presbyter— para Efeso, en representación del Papa Celestino. A esta misma basílica el Padre Santo Pío IX, animado por una profunda reverencia por tan insignes recuerdos, se acercó el 1 de agosto de 1862, y sucesivamente el 27 de marzo de 1868, mientras se hacía la preparación del Concilio Vaticano I.

Esta es una noticia verdaderamente augural y animadora.

Queridos hijos: El Concilio Vaticano II Nos es manifiesto que es objeto de los deseos y de los votos de todo el mundo.

Confiamos en el Señor, pero ¿quién conoce el misterio del futuro sobre todas las circunstancias de su celebración?

El Pastor de la Iglesia universal es, ante todo, el guardián que vigila sobre la grey de Cristo.

Es natural que pueda anunciarse y que Nos preocupe cualquier incertidumbre, y que acontezca dirigirse a él, al humilde Vicario de Cristo que os habla con las palabras bíblicas de Isaías: “¿En qué hora estamos de la noche, en qué hora estamos?” (Is 21, 11).

El guardián, el místico pastor, ¿no podrá responder “Hay runa claridad en la mañana, pero no podrá volver la noche”?

Está bien que vosotros continuéis preguntando: Si quaeritis, quaerite. Pero el Pastor, guardián de la grey, continuará con su advertencia: Convertimini, venite (Is 21, 12), pero como diciendo a todos: “Desprendeos de vuestros errores y volved todos juntos” —venite, venite— no a la obstinación de los malentendidos, de la crueldad entre los pueblos hermanos. sino a la ley de la humana y cristiana prudencia —ad lumen et revelationem gentium— que será esplendor de verdad y de justicia; gloria del pueblo de Dios.

Queridos hijos: Tal es el mejor voto de esta sagrada jornada y sobre el voto, ciertamente un poco conmovido en nuestro corazón y en nuestros labios, pongamos el sello de la Bendición Apostólica. Amén.


* AAS 54 (1962) p. 101; Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, p.149-153.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana