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ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN XXIII
A LOS PEREGRINOS DE TURÍN
*


Sala del Consistorio
Martes 8 de mayo de 1962

 

Señor Cardenal:

Habéis formado una bella corona de flores, y nos la habéis presentado con tal amabilidad que habéis llenado de alegría Nuestro corazón.

Y habéis dicho bien. En Nuestras notas personales está escrito que el 13 de septiembre de 1947, fiesta de San Maurilio, nos dirigimos en peregrinación al santuario de Varallo; y en la fecha del 24 de mayo de 1950 leemos: "Por la mañana, misa en la pequeña parroquia de San Egidio de Moncalierie, repleta de buena gente. Más tarde, en María Auxiliadora, templo espléndido, repleto y exultante, mientras el cardenal Fossati cantaba la misa. Seguidamente visita a la Consolata y a la capilla de la Santa Síndone".

Veis, podemos confidencialmente ampliar vuestro amable recuerdo.

Gracias, venerado y queridísimo señor cardenal.

Acoger en una gran fiesta a los queridos hijos de Turín es motivo de gozo emocionado para el corazón del Padre; y es, al mismo tiempo, una evocación de recuerdos y de encuentros lejanos y recientes; y es como reunir aquí, para venerarlos todos juntos, las selectísimas figuras, las escuadras imponentes de santos, héroes de la caridad, insignes servidores de la Iglesia y de las almas, que dieron esplendor a vuestra archidiócesis.

Habéis venido hoy junto a la tumba de los Príncipes de los Apóstoles para templar vuestra fe en un acto de preparación ferviente al Concilio Ecuménico Vaticano II. Esta sensibilidad espiritual Nos conforta y Nos hace revivir la encantadora visión del Concilio Eucarístico Nacional de 1953, que Turín ofreció a la Iglesia como edificante espectáculo de recogimiento y de santo entusiasmo.

Señor cardenal, habéis tenido la cortesía de recordar Nuestra alocución del 11 de septiembre de 1953 en Turín. Sí, en aquella circunstancia gustamos definir aquel Congreso Eucarístico "como un Pentecostés, exaltación espiritual y don de lenguas" (Cardenal Roncalli, escritos y discursos, I, 1953-54, pág, 67). Es natural ampliar la imagen ahora aplicándola al Concilio Ecuménico, y encontrar en ello materia más amplia de confiada alegría y trepidante esperanza. Nuevo Pentecostés que verá resplandecer ante el mundo por la procedencia de todos los continentes y por la diversidad de lenguaje, la belleza interior de la Iglesia, una Santa, Católica y Apostólica.

Para que esta nueva efusión del espíritu divino suscite el fuego de un sagrado entusiasmo apostólico y misionero es necesario una intensa preparación en los corazones.

Como dijimos en la audiencia general del miércoles "in albis" deseamos "contemplar las multitudes de fieles, en encendida oración y sentido fervor junto a vos, Como las escuadras avanzadas, prontas a dar, en los propios ambientes, la noticia de que un gran bien derivará del Concilio, porque la idea de éste ha nacido en la humilde y en la sencillez; porque el trabajo preparatorio ya realizado es intenso y múltiple y animosamente se continúa, por obra de grupos especializados.., será, por tanto, un acontecimiento insigne, que conmoverá la vida del espíritu y redundará también en pro del orden social".

Nos alegra que se quieran distinguir los hijos de las diócesis de Turín en este fervor de preparación universal, a la que son llamados todos los miembros de la Iglesia. Sea porque San Máximo, nuestro primer obispo, quiso celebrar en Turín, en el curso del siglo IV, un Concilio de todos los obispos de la provincia romana de la Dalia; sea especialmente por el florecimiento espiritual que ha caracterizado a lo largo de los siglos la historia religiosa de vuestra diócesis.

En Turín, gracias a la ininterrumpida acción pastoral, se preparó el clima propicio para todas aquellas santas reformas a que tiende un Concilio Ecuménico; allí predicaron en el siglo XV San Vicente Ferrer y San Bernardino de Sena; allí también por obra de celosísimos arzobispos se desarrollaron religiosamente las empresas inspiradas por el Concilio de Trento, en especial la formación de un clero santo y santificador. Este clero, aún en tiempos dolorosos, mantiene vivo y operante el amor a las almas, alimentado por una sólida formación ideológica, hasta conseguir aquellos frutos que corresponden a los nombres de los santos sacerdotes del siglo XIX: Cottolengo, Cafasso, Don Bosco, por nombrar ante todo los canonizados. Pero la enumeración sería demasiado larga si pretendiéramos recordar a todos aquellos que la tradición y la piedad popular llaman santos. Sus obras dejan maravillado al mundo.

Vuestra presencia hoy junto al sucesor de Pedro, quiere testimoniar que todos vosotros os encontráis en el surco abierto por vuestros mayores. Dispuestos a responder a las esperanzas de la Santa Iglesia con una ferviente preparación del Concilio. Es muy reciente nuestra invitación para renovar durante este mes el ejemplo de los Apóstoles, que "perseveraban unidos en la oración, juntamente con María, Madre de Cristo" (Hch 1, 14), para que se realice: "la renovación interior de las almas en un verdadero renacimiento cristiano. Si faltase esto—hemos escrito—el Concilio Ecuménico no podría producir fruto alguno: he ahí, pues, la necesidad de una fervorosa oración, de la frecuencia de los sacramentos, que pueden empapar todas las formas de la vida, orientándolas hacia lo sobrenatural, y llenando el entendimiento y la voluntad, los juicios y los propósitos, las profesiones, la cultura, trabajo manual".

En esta atmósfera de recogida intimidad, también vosotros, queridos hijos e hijas, sabréis manifestar aquella tierna piedad mariana, que hace brillar con suave luz vuestra ciudad, la ciudad de la Consolata, de  la Auxiliadora, de la gran Madre de Dios, y de los demás santuarios engarzados en las antiguas carreteras y en los verdes campos de Turín.

He aquí, pues, lo que el corazón Nos ha dictado en esta reunión preparada por vos, señor cardenal, en las vísperas de vuestra peregrinación a Lourdes.

Lourdes, tierra bendita de la madre común, donde se estrechan la mano fraternalmente hombres de todas las procedencias. Donde brota la oración serena y confiada, y el dolor se soporta generoso, como ofrecimiento de expiación y propiciación.

Devoto como sois de la Madre celestial, señor cardenal, os hacemos gustosos nuestro mensajero, llevando allá un rosario, que deseamos entregaros ahora como la más sensible prueba del afectuoso y edificante recuerdo que conservamos de aquel lugar privilegiado, donde María quiso conducir a sus devotos hacia  su Hijo, Jesucristo, Aquel que es la luz del mundo y la salvación de todos.

Cuando volváis a vuestras casas, a vuestro trabajo, queridos. hijos, decid a vuestros amigos, a vuestros paisanos que el Papa sigue al lado de todos con vivo afecto y confía en su generosa respuesta a la invitación, que vuelve a renovaros, de construir la vida cristiana con el amor a la verdad, con el ejercicio de la justicia y de la caridad, y con la realización del trabajo diario con humildad y mansedumbre.

Sella estos deseos la Bendición Apostólica que impartimos sobre vosotros, sobre vos, veneradísimo señor cardenal arzobispo, sobre el obispo coadjutor y sobre el auxiliar, sobre todos los presentes, sobre los familiares de cada uno —especialmente los pequeños y los enfermos de cuerpo y alma—, saludándoos una vez más a todos con plenitud de gozo.

 


* Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 250-253.

 

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