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PABLO VI

ÁNGELUS

Castelgandolfo
Domingo 11 de agosto de 1963

 

¡Queridísimos hijos! Os damos las gracias a todos por esta visita vuestra y saludamos a todos, impartiendo también a cada uno de vosotros, y a cuantos os son queridos, e igualmente a los objetos de devoción, que lleváis con vosotros, nuestra bendición. Recitaremos juntos, como es costumbre en las audiencias de esta clase, la hermosa oración del Ángelus en honor de la Virgen, a cuya fiesta de la Asunción ya nos acercamos.

Si nos preguntáis por qué intenciones recitaremos esta breve oración, tan llena de significado y eficacia, os responderemos que son muchas las intenciones del Papa, como podéis suponer, pero os indicaremos algunas.

La primera es la feliz continuación del Concilio Ecuménico, a la que nos acercamos y de cuyo éxito podemos esperar tanto para bien de la Iglesia y del mundo.

Además, tenemos siempre en el corazón la intención de la paz entre las clases sociales y las naciones en el mundo. Una paz, como recientemente hemos afirmado nueva y verdadera, y por lo mismo, de larga y difícil conquista. Saludamos sus felices indicios y principios: los hechos que todos vosotros conocéis, y deseamos amplios y fecundos progresos. Creemos siempre que, para tal fin, es indispensable una referencia directa y explícita a Dios y a su ley.

Y he aquí una tercera intención, que llena nuestro espíritu y merecería ilustrarla con largas y ponderadas palabras. Se trata de que el mundo moderno recupere un auténtico y activo sentido religioso. Nada nos parece más grave y más peligroso que e1 olvido de Dios y de Cristo. Con frecuencia ofendemos a la bondad del Señor, que se ha dignado establecer con nosotros relaciones de tanto amor y de tanta esperanza como son las relaciones que Nuestro Señor Jesucristo se ha dignado ofrecer a la humanidad. Por tanto, oremos con humilde fervor por estas intenciones.


Después del Ángelus

A los peregrinos alemanes

Es para Nos una alegría especial poder saludar aquí, en la Casa del Padre Común a tantos hijos e hijas de Alemania. Nuestra bendición se extiende a vosotros, a vuestros familiares que quedaron en la patria y, sobre todo, a aquellos que os son más allegados.

 



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