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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 28 de agosto de 1963

 

Queridos hijos e hijas:

Os saludamos en el nombre del Señor. Pretendemos dar al saludo su más profundo y completo significado. Nuestro saludo no quiere ser sencillamente una expresión verbal y convencional, quiere testimoniaros a todos nuestro espíritu, es decir, la conciencia de nuestros vínculos espirituales con cada uno de vosotros, de padre, de hermano, de maestro, de sacerdote y de Vicario de Cristo; quiere manifestaros la complacencia que sentimos al poder acogeros, conoceros y bendeciros; quiere aseguraros nuestro gran empeño por vuestro bien, confortaros con la comunicación de nuestra caridad, asistiros con la ayuda de nuestras oraciones; quiere también manifestaros la confianza que tenemos en vosotros, que habéis venido a darnos prueba de vuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia, y que queréis salir de esta audiencia más firmes en el propósito de una vigorosa y sincera vida cristiana.

¡Con estos pensamientos y afectos, os saludamos! Quisiéramos poder llamaras por vuestros nombres, uno por uno, ¡tan grande es nuestro amor por cada uno de vosotros, tan grande es el concepto que tenemos de cada una de las almas, elevadas por el bautismo y por la fe a la dignidad de hijas de Dios! Recordamos las salutaciones que San Pablo escribe al final de su carta a los romanos, nombrando a cada una de las personas que conocía en la primera comunidad cristiana de Roma. ¡No nos es posible hacer otro tanto, vosotros sois muchos, demasiados para esto! Pero deseamos que cada uno de vosotros tenga, en la experiencia de comunidad eclesial que esta audiencia le proporciona, el sentido del puesto privilegiado que a cada uno se le reserva, el sentido de la vocación personal con que la Iglesia lo ama y lo llama, y la certeza de que la bendición apostólica que ahora daremos a todos a una va también, y de forma completa, destinada a él.

Y, naturalmente, esta bendición, que quiere llegar a cada uno de vosotros, se extiende también a las personas que os son queridas, y alcanza a los objetos de devoción que habéis traído con vosotros.

 


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