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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 30 de octubre de 1963

 

Queridos hijos e hijas:

Tiene lugar vuestra visita en unos días que están llenos del pensamiento de la santidad. Este es el tema que hace tan vivas e interesantes las discusiones del Concilio, éste es el tema que felizmente estamos obligados a meditar, al paso que beatificamos y ofrecemos a la imitación del pueblo cristiano a nuevas figuras de buenos y grandes hombres; y, finalmente, este tema de la santidad será celebrado por toda la Iglesia en la próxima festividad dedicada a todos los santos del Paraíso.

Este pensamiento sugiere nuestros votos respecto a vosotros, que gozáis todos de la selecta y afortunada condición de hijos de Dios, mediante el bautismo, que os da derecho, como solían decir los primeros cristianos, al titulo de “santos”, es decir, bendecidos y dedicados al Señor, y de miembros de la santa Iglesia, y nuestros votos tratan precisamente de despertar en vuestros espíritus el sentido de la dignidad cristiana y el propósito de querer conservarla siempre y vivir, al menos en esa forma habitual y magnífica que llamamos estado de gracia y que ya es santidad. ¿Hay algo más bello, más importante para nuestra vida que esto?

¿Qué otro bien, qué riqueza, qué perfección hay superior a la gracia, al principio divino de la vida sobrenatural? ¿Qué otra condición, qué otra fuerza podemos tener en nuestro interior más eficaz para nuestro progreso espiritual, para nuestra continua santificación, que la fidelidad al estado de gracia? Y el don más precioso que pediremos para vosotros al Señor: que seáis cristianos vivos, vivos con la gracia de Dios, es decir, santos, y capaces de hacer de todas las experiencias de la vida temporal, del gozo y del dolor, del trabajo y del amor, del coloquio interior de la conciencia y del diálogo exterior con el prójimo, una ocasión, un estímulo para ser mejores, para ser más santos.

Será preciso para este fin afianzar en nosotros el sentido moral, es decir, el sentido del bien y del mal, ese mismo sentido del pecado que la mentalidad moderna, cuando está privada de la fe en Dios, va perdiendo tristemente, y será también necesario aumentar en nosotros el gusto por la oración y la confianza en la infinita bondad del Señor, que es verdaderamente el único Santo, el único santificador.

Que nuestra bendición apostólica os obtenga a todos vosotros el sumo beneficio de la santificación cristiana.

 


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