Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

 Miércoles 8 de enero de 1964

 

Celebramos esta audiencia después de nuestra peregrinación a Tierra Santa, y es la primera audiencia general después de nuestro regreso. En verdad nuestro regreso ha sido una verdadera audiencia general al pueblo de Roma y a todas sus autoridades, una audiencia como no ha habido nunca otra de tales dimensiones y amplitud; es de por sí un acontecimiento único de importancia excepcional; nunca el Papa ha recibido semejante acogida y semejantes aclamaciones de los ciudadanos de Roma, nunca el Sucesor de San Pedro ha experimentado el vínculo misterioso y feliz que lo une a Roma, su diócesis, su ciudad. Nunca Roma se ha mostrado tan sincera, tan cortés, tan espontáneamente consciente al recibir y aceptar al humilde apóstol, mensajero del Evangelio de Cristo. Nunca las relaciones entre Roma y Jerusalén han sido más directas y estrechas con la suerte espiritual de la Iglesia católica y de su misión entre los hombres.

También podríamos decir que nuestros encuentros con las autoridades y con las poblaciones de los Santos Lugares no pudieron ser más cordiales ni más clamorosos; en medio de un inmenso gozo y llenos de admiración hemos sido honrados con un recibimiento tan entusiasta y general, en todos los lugares y en todos los momentos de nuestra peregrinación, que hemos de atribuir a estos efectos causas superiores a las normales; verdaderamente nuevos motivos, extraños y superiores, han influido en el feliz éxito de nuestro viaje; ha sido como un golpe de arado, que ha removido un terreno duro e inerte hasta ahora, y ha despertado las conciencias a pensamientos y designios divinos que estaban sepultados, pero no olvidados por una secular experiencia histórica, que ahora parece manifestarse en voces proféticas; quizá nunca el pasado —el de la Sagrada Escritura en especial— ha estado tan presente en la memoria y en el afecto de algunos sencillos, pero espléndidos particulares, y tan lleno de presagios, tan inclinado hacia un futuro, desconocido todavía, pero intuido como pleno de cosas buenas y grandes. También hemos de estar agradecidos al Señor por esto, y a aquellos que han contribuido al feliz éxito de nuestra peregrinación.

Y os decimos a vosotros estas cosas, porque sois los primeros a los que hemos podido abrir nuestro corazón, y también porque quisiéramos que la reflexión sobre este hecho continuase, y no solamente en Nos que sentimos su deber y necesidad, sino también en los buenos fieles, en los espíritus inteligentes y juiciosos que saben buscar y descifrar “los signos de los tiempos” como dice Jesús (Mt 16, 4).

Esta reflexión puede ser larga, y para quienes conocen sus términos, bastante fecunda y profunda. A vosotros, en este encuentro familiar, os diremos sencillamente lo obligado y beneficioso que es, para el que quiere ser verdaderamente cristiano, ir a las fuentes de la propia fe, de la propia religión, el retorno al Evangelio debe ser nuestro continuo ejercicio de pensamiento, de fervor espiritual, de renovación moral, de sensibilidad religiosa y humana. Este retorno no exige un viaje propio y real a los lugares santificados por la vida del Señor; exige, sí, un conocimiento afectivo y siempre inquieto de su “epifanía” de su manifestación al mundo; exige que seamos, cada vez más, discípulos fieles, atentos y dispuestos a seguir las enseñanzas vitales que el Señor nos ha dado.

Este retorno a las fuentes del Evangelio no lleva consigo un abandono de cuanto la Iglesia ha derivado de Cristo, sino un esfuerzo, cada vez más intenso, de acercamiento de nuestra profesión cristiana a su concepción original, la búsqueda de una mayor fidelidad esencial al pensamiento del Señor y de animación espiritual de cuanto el desarrollo auténtico de la tradición nos ha proporcionado, la cual ha prolongado hasta nosotros el designio de Dios, que haciéndose hombre, se ha dignado hacer posible la cristianización de las más diversas manifestaciones humanas, las buenas, es decir, verdaderamente humanas.

Señalamos estos pensamientos para que asociados al recuerdo de esta audiencia, sean, para vosotros, fermento de un interés interior por un mejor conocimiento de Cristo y su imitación, con la más confiada fidelidad a la santa Iglesia, que es la larga estirpe nacida de Cristo, la verdadera vid, siempre alimentada por la linfa que asciende de la raíz divina, que es hoy todavía la Iglesia verdadera, la Iglesia viva,

Y vosotros, gozosos de saber que no sólo sois hojas y ramas de esta mística planta, sino flores y frutos, con el deseo de que sea así siempre y cada vez más os bendecimos de corazón a todos.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana