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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 14 de mayo de 1978

 

Reflexión cristiana sobre la vida

Es necesario pensar o, mejor, recapacitar. Nos hallamos en un momento histórico en el que la situación de la sociedad evoluciona, se transforma, plantea problemas nuevos, dificultades nuevas, posibilidades nuevas. El ambiente externo de la vida tiene gran repercusión en nuestras almas. La tragedia del hon. Moro y de los hombres de su escolta nos han turbado profundamente; el desenlace nos hace reflexionar con tristeza sobre este suceso, como si se tratara de una crisis cuyo epílogo no ha solucionado todavía los problemas que plantea; si bien es verdad que se abren ante nosotros aspectos nuevos de este drama nefasto como vislumbres de noticias mejores.

Pero cuántos hechos están ocurriendo que alteran las previsiones de un mundo concebido en el orden, la justicia, la paz, y funestado por leyes inaceptables, por discordias jamás apaciguadas, por problemas que el mismo progreso provoca y agudiza... Una sensación de pesimismo viene a ahogar tantas esperanzas de serenidad y a derrocar nuestra confianza en la bondad del género humano. Es dolorosa y peligrosa esta reflexión nuestra, porque vacía de contenido la confianza en un porvenir justo y dichoso del mundo.

Pero atención: aquí debe detenerse el avance del pesimismo que nos tienta. Haremos esta operación-rescate de nuestro obligado optimismo con algunas ideas fundamentales que debemos extraer de nuestra conciencia religiosa, sin perjuicio de que nos valgamos también de las que podemos deducir de nuestra razón y experiencia.

La primera consideración confortante la debemos pedir a la existencia y bondad de Dios, que no libra a la existencia humana de los hechos siniestros que pueden derivarse de la libertad caprichosa, inestable, falible concedida por la economía del alto gobierno del mundo a ese ser minúsculo y terrible a la vez, que se llama hombre, el cual por incapacidad o por malicia (con la complicidad de otro ser misterioso y maléfico, ¡el diablo!) puede turbar el desenvolvimiento ideal y ordenado de la acción del mismo hombre. Pero este desorden no inmoviliza la mano de Dios, que puede intervenir y sacar bienes nuevos del mal causado por la perversidad de su criatura. Más aún, esta acción de restauro del orden es otro gran efecto de la presencia divina en el escenario humano, pues esta presencia puede hacer derivar efectos positivos de cualquier situación humana; recordemos a San Pablo que nos asegura: "Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman" (Rom 8, 28).

Y una de las artes de la Providencia en relación con nosotros es precisamente la de llevarnos a encontrar tesoros de salvación en la misma experiencia de ciertos males que nos hacen sufrir en la vida. Aquí recordamos las palabras inmensamente consoladoras e innovadoras del mismo Cristo: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados" (Mt 5, 5), a las que hacen eco otras palabras del Divino Maestro referentes a las tribulaciones de los últimos tiempos de la historia: "Por vuestra paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19).

En el sufrimiento humano hay una certeza que debería darle consuelo y hacerlo tolerable, y es que el sufrimiento no es inútil, sino está vinculado a un premio que hacía decir a San Francisco de Asís en medio de la aflicción de sus llagas: "es tanto el gozo que espero, que toda pena me es consuelo".

Entre las maravillas supremas llevadas a cabo por el cristianismo está también la de haber enseñado a sufrir con paciencia y a descubrir tesoros de humanidad y gracia en el dolor y la desdicha (cf. Fr. Coppée, La bonne souffrance, 1908).

Por ello, estas reflexiones nuestras nos llevan de nuevo al optimismo, que no es sólo una tesis intelectual, sino también la visión de la vida o, mejor, la experiencia de la vida, que confiere grandeza y consuelo no ilusorio a quien vive el cristianismo y sabe encontrar en la cruz la sabiduría y las energías que necesita nuestra existencia pobre y a la vez heroica.

Con nuestra bendición apostólica.


Saludos

(A la congregación de las Hermanas de San Juan Bautista)

Nos complacemos en dirigir un saludo especial a la congregación de Hermanas de San Juan Bautista, a las superioras y religiosas aquí presentes, a los beneméritos profesores y al nutrido grupo de alumnos de los colegios battistini. Al celebrar el primer centenario de vuestro instituto, nacido del impulso dinámico y apostólico del venerable canónigo Alfonso María Fusco, y que tantos servicios ha prestado ya a la promoción educadora y social, habéis querido rendir homenaje filial al Vicario de Cristo; en el encuentro afectuoso con él tratáis de renovar vuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Es un gesto de piedad el vuestro y signo a la vez de unidad y de afirmación católica, por el que os damos las gracias de todo corazón, Al mismo tiempo os deseamos que este acto de reflexión y oración junto a la tumba de Pedro, vivo aún en su Sucesor, sea invitación a hacer propósitos generosos. Y finalmente, a vosotros, profesores y alumnos de escuelas católicas que os beneficiáis de una cultura impregnada de ideales cristianos, va nuestro llamamiento estimulante y paterno a seguir el camino emprendido. Con tales sentimientos de esperanza indefectible impartimos a vosotros y a todo el instituto nuestra bendición apostólica.

(En inglés)

Es una alegría para nosotros recibir a otro de los grupos de peregrinos enfermos y minusválidos que van viniendo a Roma con la ayuda de la organización The ACROSS Trust. Saludamos cordialmente a vosotros y a quienes han hecho posible vuestro viaje. Rezamos por vosotros y os pedimos que oréis por nosotros y por toda la Iglesia.

Damos la cordial bienvenida una vez más a un grupo de sacerdotes americanos que siguen un curso de estudios en Roma. Tenemos gran esperanza de que vuestra estancia en esta ciudad sea también ocasión de conversión personal profunda en el amor de Jesucristo. Y cuando volváis a vuestra gente vuestra predicación debe ser un llamamiento a la conversión, a esa conversión constante de la que os proponéis dar ejemplo con vuestras vidas, con la ayuda de Dios. Queridos hijos, predicad el reino de Dios con convicción y premura, y proclamad el Evangelio de salvación con todas vuestras energías. Acordaos de que el Señor Jesús está con nosotros hoy y por siempre.

(En español)

Amadísimos hijos e hijas: Tenemos que pensar, reflexionar; vivimos en un momento histórico, en que la sociedad se transforma, presenta nuevos problemas y nuevas posibilidades. El escenario mismo de la vida —pensad en la tragedia de Aldo Moro y sus compañeros— repercute profundamente en nuestros ánimos. Tantos hechos, que perturban las previsiones de un mundo ordenado, justo y pacífico, nos llevarían a un sentimiento de pesimismo, a mermar nuestra confianza en la bondad del ser humano.

Ante esto, debemos recuperar nuestro obligado optimismo, que nos viene de saber que Dios existe y es bueno. Los desórdenes que provoca la caprichosa e inestable libertad humana no borran la presencia de Dios en el mundo, quien puede sacar efectos positivos de toda situación humana. La Providencia tiene el arte de hacernos hallar tesoros de salvación, en medio de ciertos males que nos hacen sufrir: el sufrimiento no es inútil. "Con vuestra paciencia, salvaréis vuestras almas", nos dice el Señor (Lc 21, 19). Recibid nuestra bendición apostólica, que extendemos a cuantos nos están escuchando por la radio.

 

 



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