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SANTA MISA PARA LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE MILÁN

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Basílica Vaticana
Dominica in Albis 5 de abril de 1964

 

Queridísimos hijos e hijas:

Esta celebración de la santa misa en la Basílica de San Pedro Nos pone en contacto —¡ no puramente local!, sino cordial y espiritual— con esta multitud numerosa y compleja, que rodea nuestro altar, y que queremos saludar, sin interrumpir la acción del culto, que estamos realizando, alimentándola con pensamientos y sentimientos, que la hagan más consciente, más singular, más comunitaria, más viva. Y no lo podemos conseguir sin introducir este breve diálogo con vosotros, fieles que asistís a esta santa misa de la Dominica in Albis, ante todo porque vuestra presencia ha motivado nuestra actual celebración. Para vosotros, queridos hijos e hijas, hemos subido sobre la tumba del Apóstol Pedro para ofrecer el divino sacrificio, y con vosotros y para vosotros pretendemos celebrarlo.

Para todos vosotros, sea cual sea el país del que procedáis, o el grupo al que pertenezcáis; todos y cada uno sois objeto de nuestro afecto, que a todos y cada uno asocia a este sagrado rito; acogemos en nuestra oración a cada una de las personas y a toda la asamblea, gozoso como puede estarlo el Padre común, el Pastor universal, el Sumo Pontífice, de ser vuestra voz ante Dios y ser su voz para todos vosotros, mientras “in persona Christi” somos ahora el puente de todas vuestras oraciones que suben y de toda la gracia divina que desciende.

Pero, entre todos, debemos nombrar, como a la cabeza de los nombres litúrgicos de nuestro “memento”, aquellos que no sólo han ocasionado este encuentro espiritual, sino que son su razón intencional; nos referimos a los estudiantes de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, tanto de Milán, como de Piacenza, de Castelnuovo Fogliani, de Bérgamo y de Roma, con su rector magnífico el profesor Francisco Vito, el Consejo de profesores, asesores y encargados, con los directores espirituales, los administradores, los miembros de las diversas oficinas, y, finalmente, con el Consejo permanente del Instituto de Estudios Superiores José Toniolo, que es fuente nutricia e inspiradora de la Universidad misma. La presencia de monseñor Juan Colombo, arzobispo de Milán, y de monseñor Carlos Colombo, electo obispo titular y presidente del Instituto Toniolo, habla de cómo la Iglesia en su jerarquía demuestra su predilección por este gran organismo de estudios y de formación pedagógica y científica.

Carísimo y espléndido complejo de personas y de obras, de vida y de pensamiento, de estudio y de acción, grande y poderoso edificio académico erigido por la formidable energía, por la apostólica caridad, por la ilustre sabiduría del siempre llorado padre Agustín Gemelli y por sus extraordinarios colaboradores; sabemos que le debemos por muchos títulos nuestra más devota y afectuosa acogida, y que les somos acreedores, aquí, en la acción sagrada que sublima el misterioso comercio con Dios, mediante la inefable renovación del sacrificio eucarístico, de pensamientos, sentimientos y augurios, que expresen nuestro apasionado interés, nuestros votos por su estabilidad y prosperidad; pues no olvidamos haber siempre alimentado un amor particular por la institución universitaria, por sí misma, por lo que es y por lo que representa en la expresión del espíritu humano y en la funcionalidad moral de la sociedad civil; y recordamos muy bien el mérito que siempre hemos reconocido, y que tiene, una escuela universitaria, que se honra y enorgullece del calificativo de “católica”; y siempre llevamos grabado en nuestro espíritu, como sí todavía perdurara la causa, el recuerdo de haber estado Nos mismo unidos por vínculos honoríficos y de responsabilidad a la gloriosa Universidad Católica; mas aún diremos que el oficio pontifical, ahora a Nos confiado, de maestro y pastor de toda la Iglesia de Cristo, nos obliga y nos dispone aún más a reconocer, a proteger, a admirar, a amar en este nuestro joven y floreciente Ateneo, un testimonio, una esperanza, una fuerza del catolicismo italiano moderno.

Sabemos, además, que este encuentro de la Universidad Católica con nuestra humilde, pero amistosa persona, no es casual, sino querido y preparado con meditado propósito; por ello el encuentro quiere ser —no diremos, en esta sede, oficial— sino intencional, cordial, lleno de altos pensamientos y de buenas promesas. Y como tal lo acogemos y lo bendecimos, Queremos, en cuanto es posible dentro del ámbito y la forma de este rito, confirmar las relaciones espirituales que han unido, desde el comienzo, a la Universidad Católica del Sagrado Corazón con la Sede Apostólica, un Papa de origen y de temple milanés, Pío XI, de feliz memoria, fue su sabio y vigoroso Patrono desde el comienzo; su actual, inferior e indigno, pera auténtico sucesor, en la cátedra de San Ambrosio primero, y ahora en la de Pedro, renueva al predilecto Ateneo su estima, su confianza y su protección; y al mismo tiempo agradece y valora la fidelidad sincera y filial, que esta presencia de la Universidad Católica tan patente y piadosamente nos manifiesta.

Y estamos gozosos de que el pasaje evangélico de la liturgia de hoy nos lleve al corazón de la problemática que nace de tales relaciones con natural espontaneidad, la problemática precisamente de las relaciones entre los dos magisterios, el eclesiástico y el profano, fundado aquél sobre el pensamiento divino y éste sobre el pensamiento humano, aquél procedente de la fe y éste de la razón, Antiguo problema que la Universidad Católica resuelve no ya con la confirmación de la legitimidad de uno con exclusivo provecho del otro, es decir, confirmando que puede existir una autoridad doctrinal extrínseca, y superior, a la que procede de las solas fuerzas de la mente humana; antiguo problema que la Universidad Católica resuelve negando que entre las dos verdades, de la fe y de la ciencia, haya una objetiva e insalvable oposición (así rezaba la sentencia grabada sobre las vidrieras del aula magna de la primera sede de la Universidad Católica, en la Vía Santa Agnese en Milán); antiguo problema que la Universidad Católica resuelve no ya separando un pensamiento del otro, el puramente religioso del estrictamente racional, como dos momentos irreductibles e incomunicables del espíritu, como extranjeros que hablasen lenguajes distintos, sino descubriendo y desarrollando las respectivas competencias y las mutuas interferencias; antiguo problema, decíamos, que la Universidad Católica resuelve con siempre nuevas experiencias y testimonios de la profunda y mutua correspondencia subjetiva de esas dos verdades, diversamente cognoscibles, pero secretamente complementarias e inagotablemente destinadas a producir choques e inquietudes iniciales, si queréis, pero luego a un diálogo que vigorosamente estimula el movimiento interior dialéctico del pensamiento y la confianza en la progresiva cognoscibilidad exterior de las cosas. Este dualismo siempre es característico de una alta escuela católica, aunque de suyo el conocimiento de la palabra divina no esté condicionado a la ciencia de las disciplinas humanas, y aunque estas testimonien su racional validez sin llamarse religiosas o católicas. Pero la presencia de este dualismo, es decir, de las dos fuentes diferentes de la sabiduría humana, estará siempre presente a quien acepta como verdadera la revelación cristiana y reconoce como cierta la conclusión lógica de la investigación científica; y asumirá, en los ciclos de la cultura, expresiones diversas, siempre vivas, siempre dramáticas, siempre fecundas para quien es maestro y para quien es alumno de una Universidad Católica. Será también para vosotros, maestros y alumnos del Ateneo del Sagrado Corazón vuestro problema, vuestro tormento, vuestro cimiento, vuestro consuelo, y como dice la epístola de hoy, vuestra victoria: “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1 Jn 5, 4).

Podéis suponer que son muchas las cosas que os podríamos decir a este respecto, muchos los consejos, muchas las directrices, muchos los preceptos. Nuestro oficio, por un lado, pondría en nuestros labios muchas didascalias muy autorizadas y muy sabias; la inquieta y enrarecida atmósfera de muchas zonas de la cultura, por otro lado, nos invitaría a aprovechar la ocasión para decir a oyentes tan selectos, como vosotros, algunas buenas y saludables palabras. Pero renunciamos con la seguridad de que ya estáis óptimamente provistos. Renunciamos por el placer de confiaros como recuerdo de esta hora feliz, unas palabras de Cristo, que quisiéramos que no sólo las recordarais, sino que las pensarais, las experimentarais, y Dios lo quiera, las gozarais y las anunciarais luego corno testimonio, cuya difusión ya hemos augurado en el mensaje pascual. Unas palabras, que Cristo pronunció precisamente al final de la magnífica escena narrada por el Evangelio, que acabamos de leer, el Evangelio de Tomás, el incrédulo, el desconfiado, el positivista, el prototipo de quienes quieren reducir a experiencia sensible el mensaje de las verdades evangélicas. Cristo dijo, pues... “Bienaventurados… aquellos que creyeron” (Jn 20, 29). Una nueva, una última bienaventuranza del Evangelio, la de la fe. Bienaventurados quienes tengan fe en Cristo, sin haberlo visto, sin haberlo tocado; sino por haber aceptado como verdadera, como real, como iluminante, como salvadora su palabra.

No añadiremos ningún comentario. Pero permitid que os supliquemos que escuchéis, que aceptéis, que experimentéis estas palabras de Cristo, la fe es una bienaventuranza. No es una engañosa ilusión, ni una ficción mítica, ni un consuelo subrepticio; sino una auténtica felicidad. La felicidad de la verdad (¿hay algún candidato más destacado que vosotros a gozarla?), la felicidad de la plenitud, la felicidad de la vida divina, factible a una maravillosa participación humana. No mortificación del pensamiento, ni obstáculo a la investigación científica, ni peso inútil para la gracilidad del estilo espiritual moderno; sino luz, voz, descubrimiento, que engrandece el alma, y hace comprensible la vida y el mundo; felicidad del saber supremo; y una vez más, felicidad de conocer la verdad. La voz que debería seros conocida y familiar, como la de un maestro o colega siempre actual, la voz de San Agustín, expresa la conclusión, síntesis de un largo pensar: la felicidad no es otra cosa que la alegría de la verdad: “Beata vita, quae non est nisi gaudium de veritate” (Conf. X, 23 PI, 32, 794).

Esto, ya se sabe, es una meta; pero señala un camino, el de la vida espiritual propia de una sede del pensamiento filosófico y de la investigación científica a nivel universitario; y es el sendero áspero y florido de las almas vivas dedicadas y abiertas a las más embriagadoras experiencias de nuestra religión, aquellas, que al decir de San Pablo, la hacen “capaces de comprender, con todos los santos, la amplitud, la altura y la profundidad, y comprender este amor de Cristo, que sobrepasa toda ciencia, para que estéis colmados de toda la plenitud de Dios” (Ef 3, 18-19), aquellas que ciertamente muchos de vosotros que nos escucháis, van misteriosa y dulcemente explorando en las silenciosas visitas de la capilla de la Universidad, su centro, su hogar; aquellas que han merecido y prefijado a la Universidad misma el apelativo de Universidad Católica del Sagrado Corazón.

Camino que conocéis, pues fiel y fervorosamente lo recorréis; camino flanqueado por las tumbas del beato Contardo Ferrini, de Agustín Gemelli, de Luis Necchi, de Francisco Olgiati, de Pedro Panighi, de Armida Barelli, con una sola y elocuente inscripción, para quienes, como vosotros, la saben leer: ¡Continuad!

Este es el camino al que os exhortan nuestras palabras y en el que os acompaña nuestra bendición apostólica.

 


Saludo a los peregrinos de diversas naciones.

Nous saluons avec une paternelle affection les pèlerins de langue française présents ici aujourd’hui. Nous souhaitons à tous que leur participation à la sainte Messe du dimanche de Quasimodo leur obtienne la fermeté et la joie de la foi, cette foi que l‘Apôtre Thomas proclama par son invocation au Christ ressuscité: «Mon Seigneur et mon Dieu!», cette foi qui doit illuminer et diriger le chemin de votre vie terrestre vers la vie éternelle. Nous donnerons à tous, à la fin, Notre Bénédiction Apostolique.

We give an affectionate and fatherly greeting to all those present who speak English, and to all We express the hope that their assistance at the Holy Mass of Low Sunday Will obtain for them the strength and the joy of faith, which the Apostle Thomas proclaimed loudly to the Rising Christ: «My Lord and my God», and which should illumine and direct the path of our earthly sojourn towards eternal life.
To all We shall impart, at the close, Our Apostolic Benediction.

Geliebte Stihne und Ttichter!
Unser herzlicher, väterlicher Gruss gilt auch allen deutscher Sprache, die an dieser Audienz teilnehmen.
Euch allen wünschen Wir von Herzen, dass die Teilnahme an dieser heiligen Messfeier am Weissen-Sonntag euch Festigkeit und Freude im Glauben schenke. So wie der heilige Apostel Thomas ausrief, als er den auferstandenen Heiland sah: «Mein Herr und mein Gott», so möge euch dieser Ruf erleuchten und führen durch euer ganzes Erdenleben hin zur ewigen Herrlichkeit.
Mit diesem Wunsche erteilen Wir euch allen aus ganzem Herzen den Apostolischen Segen.

Saludamos ahora con afecto paternal a todas las personas de lengua española presentes en la Basílica. A todas les deseamos que su participación en la santa misa de la Dominica in Albis, obtengan la firmeza y la alegría en la fe, aquella que el Apóstol Tomás proclamó con su invocación a Cristo resucitado: “Señor mío y Dios mío”; aquella que debe iluminar y guiar el camino de nuestra vida terrena hacia la vida eterna. A todos daremos al final nuestra bendición apostólica.



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