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RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL CONGRESO EUCARÍSTICO DE EL SALVADOR


19 de abril de 1964

 

Amadísimos hijos:

Han pasado ya los cincuenta años desde que nuestro venerado y santo predecesor, el Papa Pío X, erigió la provincia eclesiástica en que se articulan las diócesis que configuran la vida religiosa de El Salvador. Para conmemorar un acontecimiento tan trascendental habéis querido, siguiendo la invitación de vuestros celosos pastores, rendir homenaje de acción de gracias al Señor en el Sacramento del Altar con la celebración de un Congreso Eucarístico Nacional que en este día se clausura solemnemente.

Ahora, pues, que vuestros ojos están vueltos a Cristo Sacramentado, os dirigimos este saludo con el que, por una parte, anhelamos expresar el gran afecto que nuestro corazón siente por vosotros, la admiración que nos merecen vuestras tradiciones, y, por otra, infundir aliento a vuestro fervor y entusiasmo. Con la sencillez, pues, de una conversación familiar vamos a brindaros algunos pensamientos que escogemos de tantos como se agolpan a nuestra mente al ponernos en contacto con vosotros.

El desarrollo de la organización eclesiástica, con la erección de la archidiócesis, ha proporcionado, sin duda, nuevos recursos al ejercicio del apostolado. Así lo sabéis apreciar vosotros, y la historia de vuestro país en este medio siglo puede hablar de la gratitud que sentís para con el Papa Santo de la Eucaristía que abrió este nuevo capitulo a la expansión y dinamismo espiritual vuestro. Nos consta que en este agradecimiento encuentran asimismo su significación más hermosa el afecto y adhesión que os distinguen para con la Sede de Pedro, roca sobre la que se asienta la Iglesia entera, centro de unidad y propulsión, garantía de pureza en la fe y promesa cierta de fecundidad cristiana. Esto nos consuela, y a perseverar en tales sentimientos os animamos.

La tensión espiritual creada por el acontecimiento del Congreso, os diremos en segundo lugar, reclama de vosotros atención constante al crecimiento en la vida de la gracia, en la vida en Cristo (cfr. Ef 4, 15). Conservar el patrimonio heredado, si puede constituir de por sí mismo una tarea difícil en esta época, no basta en un programa sinceramente cristiano: es preciso airear, para acrecentarlo, el siempre fecundo tesoro espiritual recibido de los mayores; para no decaer es necesario revitalizar constantemente obras, instituciones, cultura, todo, con el fermento siempre eficaz del evangelio, a cuya luz puede y deben orientarse los nuevos tiempos.

Ved, finalmente, la emoción de nuestro espíritu que en estos momentos tiene su cita con el vuestro ante el tabernáculo, ante el Dios de los Amores. Dios está con nosotros: et habitavit in nobis (Jn 1, 14); sí, ha querido seguir viviendo con nosotros: en la fábrica, en el campo, en la ciudad. Con Él, como de la mano, quisiéramos acercarnos ahora a cada uno de vosotros para susurrar a vuestro oído la palabra de vida, la idea salvadora; nos gustaría, sobre todo, entrar en vuestros hogares donde Él particularmente pide tener su morada como en un oasis de paz. El esfuerzo realizado, como preparación al Congreso, para la moralización del matrimonio y la familia ha tenido ya sus frutos; otros tal vez esperan todavía, para su madurez completa, la decisión final por vuestra parte. Nada que sea contrario a la ley de Dios sirve para edificar la ciudad y, por el contrario, en la santidad de los vínculos familiares, en el respeto sagrado a las fuentes de la vida humana, el verdadero progreso social encontrará su base más firme.

Amadísimos hijos: Muchas de vuestras ciudades llevan nombres de santos; vuestra misma nación, que se asoma al Pacífico con aire de gallardo y noble señorío, se honra también con la denominación del divino Salvador. Tenemos no sólo la esperanza, sino, más todavía, la certeza de que seguiréis haciendo honor a tales títulos en vuestras actividades, en el hogar, en la enseñanza, en las relaciones sociales y cívicas. Pedimos a Dios, por intercesión de la Virgen Santísima, que, como fruto el más señalado de estas solemnidades, una primavera de vocaciones eclesiásticas y religiosas alegre las aulas de vuestros centros de formación. Quede vuestro Congreso como una fecha histórica en el renacimiento espiritual de la nación.

Estas plegarias presentamos al Rey Eucarístico elevando las manos suplicantes, mientras os enviamos a ti, dignísimo cardenal legado nuestro, a los Venerables arzobispos y obispos ahí presentes, a las altas autoridades de esa querida República, al clero y fieles todos de El Salvador una particular bendición apostólica.



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