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 MENSAJE DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL DIRECTOR DE LA UNESCO, SR. RENÉ MAHEU,
CON OCASIÓN DEL AÑO INTERNACIONAL DE LA EDUCACIÓN
*

 

Hemos tenido la oportunidad de testimoniaros, en diversas ocasiones, toda nuestra simpatía hacia la acción emprendida por la UNESCO al servicio de la educación, de la ciencia y de la cultura.

La Santa Sede ha acogido con satisfacción la feliz iniciativa de un Año Internacional de la Educación y los católicos tienen la intención de colaborar generosamente a los grandes objetivos de esta campaña, con la convicción de que toda obra educativa constituye una fuerza generadora de progreso y una fuente de paz entre los hombres y los pueblos.

La Santa Sede ha considerado oportuno, en esta circunstancia, subrayar algunos de los principios orientadores más importantes relacionados con la materia, y esperamos hacerles un servicio agradable enviándolos a ustedes, con la única preocupación de prestar una aportación útil a esta gran tarea.

Deseamos de todo corazón ver como la UNESCO, fiel a sus nobles objetivos, lleva a cabo su obra pacífica de promoción del hombre, fundamental para el porvenir del mundo.

Vaticano le 8 de diciembre de 1970

PAULUS PP. VI


 

NOTA DE LA SANTA SEDE

I. Una tarea permanente: hacer que el hombre sea más humano

1. Todos los hombres y pueblos han tenido siempre la preocupación de transmitir a las generaciones siguientes, además de la existencia y de los medios de subsistencia, algunos estilos de vida. Por esta razón, aunque de modos muy diversos según los lugares y los tiempos, siempre se ha considerado a la educación como una tarea de primera importancia, que asegura la transmisión del saber, del obrar y « que tiende a hacer que el hombre sea más humano, haciéndole participante de todo lo que puede enriquecerlo en la naturaleza o en la historia... y a convertir las fuerzas del mundo síquico en instrumentos de su libertad » (J. Maritain, L'humanisme integral, París, Aubier, 1936, p. 10-11).

Una necesidad hoy día, particular: la formación continúa

2. Esta función primordial se realiza hoy de mil maneras tanto en los pueblos antiguos como en las naciones jóvenes. Pero el cambio profundo que envuelve a nuestro tiempo hace más difícil el diálogo entre las generaciones, porque exige lo que puede llamarse formación permanente, cuya finalidad es ayudar a los adultos a poner al día sus conocimientos y a incluir en su vida diaria y en su actividad profesional los progresos de la ciencia y de la técnica.

Los jóvenes entre miedo y esperanza

3. Cuando aumenta la diferencia entre ricos y pobres en un mundo reducido a pequeñas dimensiones por los medios de comunicación social, se acentúa el desequilibrio entre « la hipertrofia de medios y la atrofia de fines » (Alocución de Pablo VI al Seminario internacional de los periodistas católicos europeos y de la sociedad africana de culturaL'Osservatore Romano, Edición en lengua española, 5 de octubre de 1969, p. 4). La humanidad se mueve inquieta, entre el miedo y la esperanza, con la oscura sensación de que un brillante avance material y técnico puede ir acompañado de una especie de retroceso moral (Alocución de Pablo VI a la FAO, el 16-11-1970, n. 4, en L'Osservatore Romano, del 17-11-1970 - Edición en lengua española 22 noviembre 1970), y los adultos pueden aparecer con mucha frecuencia desorientados ante «la aspiración ansiosa e impaciente de los jóvenes. ¿Quién no siente en los países ricos su angustia ante la tecnocracia invasora, su repulsa de una sociedad que no logra integrarlos y, en los países pobres, su llanto por no poder, a causa de la preparación insuficiente y de medios inadecuados, dar su aportación generosa a las tareas que los reclaman?» (Alocución de Pablo VI a la O.I.T en Ginebra el 10-6-1969, n. 23, en A.A.S. 61, [1969], p 502 - Edición en lengua española 15 junio 1969).

UNESCO y Año Internacional de la educación

4. «El hambre de instrucción no es menos deprimente que el hambre de alimentos» (Encíclica Populorum Progressio, 26-3-67, n. 35). Así la creación, por las Naciones Unidas, de la UNESCO, organismo especializado en materia de educación, ciencia y cultura, ha contribuido al nacimiento de esperanzas legítimas, y la Iglesia no ha cesado de colaborar con esta meritoria institución, sobre todo en este Año Internacional de la Educación. A esa colaboración se debe, por ejemplo, que, además de las tradicionales actividades de enseñanza, y de completo acuerdo con las autoridades públicas, a quienes hay que agradecerlo, hayamos visto desarrollarse entre la juventud cristiana la alfabetización funcional y el empleo de los medios modernos de comunicación social al servicio de los más amplios sectores de la población rural. Los progresos técnicos son constantes en este campo y harán posible en el futuro lo que antes parecía un sueño: ¿quién no cae en la cuenta, por ejemplo, de las inmensas posibilidades que los satélites de transmisiones o las video-casetes ofrecen a los educadores?

En la evolución actual, aprender a enseñar.

5. Es necesario afirmar que el progreso científico y técnico actual y sus repercusiones en cadena sobre la vida de cada día exigen una búsqueda incesante de métodos educativos cada vez mejor adaptados a las necesidades cambiantes de un mundo en continua evolución. El saber ya no constituye un patrimonio adquirido de una vez para siempre. La cantidad de información disponible aumenta sin descanso, mientras los métodos y las técnicas se transforman continuamente. El estudiante actual sabe que en el futuro se encontrará frente a realidades nuevas cuya existencia apenas podían sospechar sus maestros. Además de la necesaria transmisión de un saber, la educación debe esforzarse al máximo en desarrollar las capacidades de juicio y de discernimiento y en comunicar a los interesados la ilusión y los medios para que continúen su educación más tarde por sí solos: en una palabra, aprender a enseñar.

Iglesia, “madre y educadora”, enseñanza, comunidades educativas.

6. En esta hora tan importante para el futuro de la humanidad, la Iglesia, en la forma que le es propia y sin perder nunca de vista que su razón de ser es el anuncio de la Buena Nueva de Cristo Salvador (cf. Const. Dogmática Lumen Gentium, 21-11-1964, n. 1 y 8), tiene la intención de proseguir su misión de « madre y educadora » (Expresión familiar de los padres de la Iglesia y escogida por Juan XXIII como título de la encíclica Mater et Magistra, 15-5-1961, en A.A.S. 53 [1961], p. 401- 464) en los países donde se ha arraigado después de su nacimiento: hay allí una exigencia de la « fe que obra en el amor » (Gálatas 5, 6). « Al mismo tiempo que iglesias, sus misioneros han construido hospicios y hospitales, escuelas y universidades » (Populorum Progressio. n. 12), expresión de su deseo de ayudar a los jóvenes y a los adultos en las necesidades de su vida física e intelectual, moral y espiritual. La Iglesia no se ha limitado a crear normas de enseñanza, sino que ha fundado numerosas comunidades dedicadas a la educación – baste recordar, a títulos diversos, la obra de Don Bosco o la del cardenal Cardijn junto a la de San Juan Bautista de la Salle – destinadas a ayudar a los jóvenes a descubrir su personalidad integrándose libremente en la vida social.

La tarea educadora de la Iglesia al servicio del hombre.

7. Este esfuerzo educativo, muy diverso a través del tiempo y de la historia, se ha orientado especialmente hacia los pobres de todo tipo, dirigiéndose hoy fundamentalmente a los deficientes física y síquicamente y a los inadaptados. Numerosos educadores – religiosos y religiosas en especial – han contribuido ampliamente en muchos países a la promoción de los más pobres, y sobre todo de las mujeres. De esta manera y, por muy diversos caminos, se lleva a cabo la labor educadora de la Iglesia en el mundo, contribuyendo al « verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas» (ibid. n. 20). Al realizar esto, como decía Pablo VI durante la clausura en Roma del reciente Concilio Ecuménico, no persigue más que un objetivo: « servir al hombre » (A.A.S. 58 [1966], p. 55-59).

Un informe especifico al proyecto común,
construir una comunidad fraternal de hombres libres.

8. Si es verdad, como dice una famosa frase de un filósofo, « que el crecimiento del cuerpo espera un suplemento de alma y que la mecánica exigirá una mística » (H. Bergson, «Les deux sources de la morale et de la religión, París, Alcan, 17a ed. 1934, p. 535), la Iglesia piensa que su aportación al tema de la educación, en lo que tiene de específico, puede ayudar a los hombres de nuestro tiempo a realizar en plenitud sus mejores aspiraciones: a la creación de un mundo fraterno en el que todos los miembros de la familia humana, desde los más jóvenes a los más ancianos, contribuyan con entusiasmo a la realización de este proyecto que merece concentrar las energías, lleguen progresivamente a dominar, las fuerzas de la naturaleza, a desarrollar armónicamente las posibilidades de la cultura y a promover, respetando las legítimas peculiaridades, una civilización de carácter universal donde todos los hombres puedan vivir en libertad y responsabilidad, a imagen del Dios de amor que es su Padre.

Entre los documentos de la Iglesia referentes a esta materia se hallan los siguientes: Benedicto XV, Carta Apostólica Communes Litteras, 10 de abril de 1919, en A.A.S: 11 (1919); p. 172 ss; Pío XI, Carta encíclica Divini Illius Magistri, 31 de diciembre de 1929, en A.A.S. 22 (1930) p. 49 ss; Pío XII, numerosos documentos, hallándose los más importantes en A.A.S. (1939-1958) y reunidos, pudiéndose manejar cómodamente, en Les enseignements pontificaux, L'Education, París, Desclée, 1955, o en Pío XII, L'éducation, la science et la culture, Paris, Fleurus, 1956; Juan XXIII, Mensaje con motivo del 30 aniversario de la Divini Illius Magistri, 30 de diciembre de 1959, en A.A.S. 52 (1960), p. 57 ss; Concilio Vaticano II, Declaración Gravissimum Educationis, 28 de octubre de 1965, en A.A.S. 58 (1966), p. 728 ss; Pablo VI, abundantes textos en A.A.S. 55 ss (1963 ss.).

II. Hacia un pleno humanismo: un desarrollo integral

9. « Es un humanismo pleno el que hay que promover. ¿Qué quiere decir esto sino el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres?... No existe un auténtico humanismo que no esté abierto al Absoluto, en el reconocimiento de una vocación que da el sentido verdadero de la vida humana... El hombre no se realiza a sí mismo si no es superándose » (Populorum Progressio, n. 42). Estas afirmaciones de la Encíclica Populorum Progressio señalan claramente los objetivos fundamentales de la labor educadora de la Iglesia, preocupada por respetar el equilibrio entre la naturaleza y la gracia, y por ayudar a los hombres a sentirse hermanos en una humanidad en marcha hacia su realización completa.

Una ardiente busca de la verdad.

10. Vivid como hijos de la luz » (Efes. 5, 8). Este consejo de San Pablo compromete a los cristianos a una búsqueda ardiente de la verdad. Lejos de desinteresar al hombre por ella, la fe es un estímulo constante a ir a su encuentro en todos los campos. Ellos descubren que la acción multiforme riel hombre es una prolongación de la acción creadora de Dios, que no puede concebirse como un padre en competencia con sus propios hijos, ya que la ciencia y la técnica de éstos se desarrolla en conformidad con sus planes (cf. Génesis, 1, 8). ¿No pertenece al ámbito de la vocación del hombre su creciente dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, la estructuración de la economía y la dirección política de la sociedad? ¿No es una de las tareas primordiales de la educación la transmisión de este entusiasmo creador, el reparto de «este patrimonio de civilización conquistado a base de grandes sacrificios» (Pablo VI, Mensaje de Navidad de 1968 en A.A.S. 61, [1969] p. 56), abriendo de esta forma con generosidad el camino del porvenir?

Del saber transmitido a los valores comunicados.

11; El descubrimiento así realizado de las manifestaciones culturales y de los progresos técnicos que han caracterizado la vida de la humanidad ensancha el espíritu, enriquece el corazón, dispone al respeto y a la admiración razonable y se transforma en escuela de libertad responsable. La personalidad del educador es insustituible en este proceso hacia la conquista de la verdad, porque no se trata solamente de la transmisión de un saber, sino de la comunicación de valores y del descubrimiento de verdades, este dominio infinito cuya progresiva conquista proporciona nuevos horizontes a la inteligencia y abre a la persona a la búsqueda de la plenitud.

Una búsqueda de la sabiduría, maestra de vida.

12. Cuando la nueva generación, sedienta de autenticidad y recelosa de toda autoridad, a menudo rebelde a las enseñanzas del pasado, sobre todo del pasado más cercano, busca la verdad, ¿no va al encuentro de una sabiduría que sea maestra de la vida, más que de un saber en continua evolución, cuyos límites intuye con agudeza? ¿Quien puede estar indiferente ante tal espera? Para una respuesta válida no es suficiente el mejoramiento de las reformas pedagógicas, de las que, por otra parte, no puede prescindirse, sino que se necesita un testimonio vital. Los maestros, preparados siempre, como exhorta San Pedro, «a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 Pedro 3, 15), experimentarán con alegría la palabra de Cristo a Nicodemo: «El que obra la verdad, va a la luz» Jn 3, 21).

Enseñar a saber y a querer algo para preparar a transmitirlo.

13. Enraizada en una experiencia viviente que se comunica, la educación persigue sin descanso su objetivo: formar hombres, enseñarles a vivir, llevarles al descubrimiento de que sería imprudente obrar sin saber, pero que también sería una cobardía saber sin obrar. Porque la adquisición del saber y el aprendizaje se orientan directamente hacia la acción personal y social. No hay verdadera educación sin la movilización de todas las facultades humanas, desde la inteligencia hasta la sensibilidad, y sin un desarrollo armónico del espíritu y del cuerpo. ¿Acaso no es el primer beneficiario su agente principal, cuyo dinamismo interior se trata de despertar, alimentar y orientar? Lejos de encerrarlo en una actitud pasiva, es necesario iniciarlo sin tardanza en las responsabilidades, confiándole progresivamente la realización de tareas y la toma de decisiones.

Arraigar un proyecto de vida, dando los medios de realizarlo.

14. Por lo tanto no se trata de una educación para sí mismo sino un esfuerzo realizado por hombres concretos para ayudar a otros hombres a conseguir el puesto que les corresponde en su comunidad vital, y desarrollar en ella, según sus posibilidades, todas sus acciones libres y responsables. Educar no consiste en la transmisión de una cultura abstracta, sino en la creación de un proyecto de vida en una determinada civilización, dando los medios para llevarlo a cabo. Alfabetizar, sí, pero para abrir el camino a una formación adecuada que capacite para aprender un oficio, para realizar una tarea profesional útil, para actuar como ciudadanos. Por consiguiente, no tendremos necesidad de educadores anclados en un saber sin relación con la vida y en recetas estereotipadas, sino de maestros poseídos de una exigencia constante de búsqueda y de adaptación, preocupados por la preparación del futuro y siempre atentos a las exigencias de los acontecimientos (inventos nuevos, iniciativas, incluso la contestación) para darles una orientación positiva sin privarlas de su función estimuladora.

En simbiosis con todos los medios vigentes socio-profesionales y culturales.

15. Para que los educadores puedan cumplir bien su misión, necesitan encarnarse profundamente en la comunidad para compenetrarse « con sus tradiciones, con sus necesidades, con su nivel cultural, con la orientación de sus tendencias y de sus exigencias... expresadas a nivel escolar, por individuos, de grupos organizados, de instituciones culturales o religiosas, que tienen como fin propio la formación de los jóvenes de cara a sus funciones futuras » (Carta del Secretario de Estado a la 45 Semana Social de Francia, con el título « La enseñanza, problema social », en Le compte rendu de la Semaine, Lyon, Chronique sociale de France, 1958, p. 6). Un cierto individualismo intelectual ha causado ya demasiados estragos para que no se imponga la necesidad de extender ampliamente la educación en el mundo (cf. Mensaje de René Maheu, director general de la UNESCO, con motivo del Año Internacional de la Educación).

III. La educación obra comunitaria

16. La educación constituye actualmente, más que nunca, una obra común que debe movilizar en su provecho todas las fuerzas vivas de la gran comunidad humana: en primer lugar a la familia, a los centros de enseñanza de todo tipo con su aportación específica, a las agrupaciones socio-culturales y a las asociaciones profesionales y, finalmente, a las comunidades eclesiales, trabajando todos con generosidad y desinterés en la realización de esta gran obra al servicio del bien común del que son garantía los poderes públicos (Cf. Juan XXIII, Encíclica Pacem in Terris, 11 de abril de 1963, en A.A.S. 55 [1963] p. 301 ss.).

La familia, primera comunidad educadora.

17. Los padres, primeros educadores de sus hijos, (Pablo VI, Discours aux Equipes Notre-Dame, 4 de mayo de 1970, n. 10-11 en A.A.S. 62 [1970] p. 432- 433 Edición en lengua española 17 mayo 1970), no pueden quedar al margen de las directrices orientadoras de la enseñanza. Su influencia, capital e insustituible, debe estar en completa armonía con la de los especialistas para asegurar el buen resultado de esta tarea ardua y difícil que es la educación de un hombrecito y su preparación para afrontar su misión futura. Porque para que la educación consiga su objetivo ha de concebirse como un complemento de la educación recibida en la familia, no como sustitución de ella. ¿No es tarea prácticamente exclusiva de los padres de en cargarse del desarrollo armónico de las facultades afectivas del niño? ¿No imprime en el hombre la integridad moral que ha observado entre los suyos un sello indeleble para toda la vida y un punto de referencia al que se refiere sin cesar? En medio de la creciente confusión de los adultos, frente a las reivindicaciones imperiosas y a veces contradictorias de las nuevas generaciones, es necesario que los padres y educadores diseñen conjuntamente un proyecto común, capaz de asegurar la indispensable transmisión del patrimonio cultural, adecuado para recoger las adquisiciones cada vez mayores de la ciencia y de la técnica y orientado a preparar al escolar de hoy a que, cuando sea un adulto responsable, cumpla, su misión profesional y su compromiso cívico en el mundo en construcción (Cf. Juan XXIII, encíclica Mater et Magistra, 15 de mayo de 1961, en A.A.S. 53 [1961] p. 450 ss.).

Rechazar toda segregación.

18. Las divisiones que con excesiva frecuencia separan a los hombres, son el fruto de una historia marcada por el egoísmo, por la ambición, por el espíritu de dominio y por el pecado personal y colectivo. El niño y el adolescente sólo piden vivir en unión con sus semejantes, sin importarles su raza y su procedencia social, prescindiendo de las diferencias originadas por toda segregación debida a la riqueza o al poder. Por consiguiente, es de capital importancia que desaparezca toda clase de segregación en el ambiente educativo y que éste haga resaltar las mejores capacidades de cada uno, en una ferviente atmósfera de emulación fraterna y de amistad fecunda.

Abrir a lo universal.

19. La inserción en una cultura va unida al respeto que se debe a los demás. Al descubrirse diferentes a los demás, los hombres cobran conciencia de ser complementarios, y su apertura a lo universal es un componente esencial de su formación. Esto es tan verdadero que la madurez de juicio y la capacidad de adaptación son signos característicos de la auténtica cultura (Cf. Constitución Pastoral Gaudium et spes, 7 de diciembre de 1965, nn. 53-62). En todas las partes del mundo se multiplican los intercambios, se entablan relaciones, se crean lazos de solidaridad, y mundos hasta hace poco extranjeros entre sí, se sienten de pronto familiares. Pero, al mismo tiempo, se revelan desigualdades degradantes e injusticias manifiestas que suscitan la tentación de responder con la revolución a los fallos de las instituciones. En efecto, ¿no se observa cómo personas y grupos sociales e incluso pueblos enteros siguen enriqueciéndose egoísticamente mientras la gran mayoría de los demás se están condenados al estancamiento o incluso al retroceso?

Educación y desarrollo.

20. El Año Internacional de la Educación, unido al comienzo del Segundo Decenio del Desarrollo, proporciona una ocasión providencial para una toma de conciencia responsable de este fenómeno indigno de una humanidad civilizada. En un momento en que el desarrollo y la educación movilizan fuerzas cada vez mayores, éstas no cumplirán su misión, si no favorecieran por todos los medios a su alcance, la educación para el desarrollo. Ya no hay lugar para la indiferencia y la pasividad frente a este drama de nuestro tiempo que ha sido denunciado angustiosamente por la encíclica Populorum Progressio. Se hace totalmente necesaria una «concienciación» como ha sido justamente llamada y puede esperarse que brote como una fuente incontestable, de esperanza en este inundo sediento de justicia.

Participación de la Iglesia.

21. La educación, con la fecundación de las inteligencias y la forja de las voluntades, despierta al mismo tiempo las conciencias y llama a la acción. Un esfuerzo de este calibre requiere la integración armónica de diversas comunidades humanas. La Iglesia, por su parte, no tiene otra ambición que la de seguir contribuyendo a ello. Los educadores católicos, reivindicando únicamente la libertad de servir (Declaración Dignitatis Humanae, 7 de diciembre de 1965, n. 13), esperan poder trabajar en estrecha unión con todos los educadores, en una colaboración leal con todos los responsables del bien común de los pueblos y se esfuerzan en suprimir de su acción toda tentación de particularismo estrecho o de rivalidad agresiva. No son excesivas todas las buenas voluntades para llevar a cabo la tarea educativa que se impone con urgencia a los hombres de hoy, si quieren asegurar la promoción armónica de lo humano en el hombre y en la sociedad.

Una verdadera formación para una promoción humana.

22. En una época en que se aspira en todas partes a una renovación de los planes de educación y a una puesta al día de los métodos pedagógicos, la Iglesia, fiel a las exigencias espirituales que la animan, exhorta a todos sus hijos a colaborar con competencia y discernimiento, tomando cada cual sus propias responsabilidades – padres, educadores, animadores, responsables públicos – en la consecución de una auténtica formación humana. Ella se esfuerza en inculcar en sus centros de enseñanza, proporcionando los conocimientos necesarios y desarrollando las actitudes socio-profesionales, una noción justa de los verdaderos valores, en formar en las virtudes personales y sociales, y en transmitir, junto con la fe en Cristo, el amor al hombre. Pide a todos los católicos, dondequiera que desarrolle su labor educativa, que no se distingan más que por su generosa contribución a la tarea común, por su desinterés, por su deseo de suscitar comunidades abiertas y fraternas, por su preocupación en desarrollar armónicamente todas las posibilidades de las personas que les están encomendadas, por el respeto de las vocaciones personales y la promoción de los verdaderos valores.

Conclusión: hacia la realización de un proyecto común, de un mundo fraterno.

23. Una inmensa tarea urge a los hombres de hoy. Y ciertamente no podrán llevarlo a cabo emprendiéndolo sin ilusión. El Año Internacional de la Educación, adquiriendo una visión más exacta de las necesidades de un futuro cuya perspectiva permite prever las orientaciones más fundamentales, ofrece una oportunidad a todos los responsables para que profundicen en sus convicciones y van de nuevo adelante con entusiasmo. A pesar de la legítima diversidad de criterios existentes entre los hombres, es necesario que todos se pongan de acuerdo en un proyecto común: crear juntos una sociedad de hombres libres y responsables, asunto tan urgente cuanto que «el problema más crucial que ha de afrontar nuestro sistema educativo no es un problema de educación, sino un problema de civilización» (J. Maritain, Pour une phlilosophie de l'éducation, París, Fayard, 1969, p. 155). La finalidad última de toda auténtica educación es la sabiduría, hecha de ciencia y de conciencia. Con la ciencia, el hombre, el último en aparecer sobre la tierra, pero el único ser dotado de inteligencia, penetra los secretos de la naturaleza, y, con la conciencia, pone sus conquistas al servicio de la familia humana; constituirlo gerente de la creación, descubre, en su colaboración a la obra de Dios y en el dominio de la materia, su dignidad de persona humana, fundamento de una sociedad verdaderamente fraterna. ¡Qué noble tarea la de todo educador: capacitar a los hombres para cumplir, como tales, su maravilloso destino!


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1971 n.2 p.9, 10, 11.

 



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