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MENSAJE DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LA IV CONFERENCIA DE LAS NACIONES UNIDAS
PARA EL COMERCIO Y EL DESARROLLO (UNCTAD)*

 

De la IV Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo reunida en Nairobi, los pueblos, sobre todo los más pobres, esperan decisiones que aporten remedios rápidos y eficaces a las miserias más urgentes y promuevan, tanto en las mentalidades como en las estructuras, relaciones nuevas entre las naciones, permitiendo a todos contribuir activamente a una vida internacional más solidaria.

Nos unimos nuestra voz a estas llamadas. Expresamos nuestro deseo profundo y confiado de que de vuestra asamblea 'broten obras importantes, así como nuevas razones de esperanza para los hombres.

Con posterioridad a vuestra Conferencia de Santiago de Chile, la crisis internacional ha ido acumulando sufrimientos e inquietudes. El hambre reina en muchas regiones. El paro forzoso mina las energías. La inflación perturba profundamente los intercambios comerciales. El adeudamiento de los países en vías de desarrollo alcanza proporciones abrumadoras y desalentadoras.

Sin embargo, esta situación no os encuentra desprevenidos. Gracias a los laboriosos esfuerzos de las anteriores Conferencias de Ginebra, de Nueva Delhi, de Santiago, pacientemente prolongados en el intervalo de las sesiones, se ha ido creando .una toma de conciencia. Conocéis mejor las causas del mal, en su complejidad a la vez política, técnica, social, cultural y moral. La voluntad de una acción amplia y coordinada brota a partir de algunas convicciones ya ampliamente compartidas. Las decisiones valientes son necesarias y posibles, basadas en una solidaridad mundial en cuya realización todos están invitados a participar.

¿No es un signo particularmente alentador el constatar que los pueblos más jóvenes y más débiles se muestran cada vez más decididos a movilizar sus propias riquezas, tanto humanas como materiales, para desarrollar su personalidad y empeñarla, de una manera responsable en la creación de redes de solidaridad más densas y sólidas? Con una convicción cada vez más firme, volvemos a repetir lo que escribimos hace ya casi diez años en nuestra Encíclica sobre el desarrollo de los pueblos: "La solidaridad mundial, cada día más eficiente, debe permitir a todos los pueblos el llegar a ser por sí mismos artífices de su destino... Los pueblos más jóvenes o más débiles reclaman tener su parte activa en la construcción de un mundo mejor, más respetuoso de los derechos y de la vocación de cada uno: a la responsabilidad de cada uno queda el escucharlo y el responder a él" (n. 65).

Nuestra convicción se basa en el espectáculo alentador de las más positivas experiencias de hombres y de pueblos. Hunde sus raíces en la fe en Dios que "ha querido que todos los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos" (Gaudium et spes, 24). La tierra les ha sido dada para que la cultiven, para que administren y multipliquen los bienes materiales de una manera responsable, para que pongan en ellos su sello, para que los llenen de humanidad y conviertan los cambios de bienes entre individuos y entre pueblos en un proceso constante de desarrollo personal y solidario.

La gestión de los recursos terrestres ocupa, por tanto, el centro de vuestras discusiones. Tenéis la legítima ambición de construir redes comerciales que aseguren precios más remuneradores, más estables, más equitativos para todos, especialmente para los más pobres. Para conseguirlo, esta búsqueda, este diálogo entre países ricos y países menos favorecidos, debe inscribirse en la perspectiva superior del destino universal de los bienes de este mundo, de la interdependencia de los pueblos y de la corresponsabilidad en la organización de los intercambios comerciales, en interés de todos. Por eso tenéis que reavivar sin cesar, personalmente o en equipo de trabajo, la llama de vuestras convicciones: las riquezas materiales están hechas para permitir a los hombres que se alimenten, que se vistan, que tengan dónde vivir, que se instruyan, que se ayuden mutuamente y, desarrollando su solidaridad, formen comunidades verdaderamente fraternas, que obtengan una verdadera alegría de vivir.

Os dirigimos este mensaje, señor Secretario General, en nombre del Evangelio que, al revelar a los hombres la profundidad de su vocación divina, libera en ellos energías y una luz irreemplazable para orientar y sostener sus esfuerzos hacia una humanidad mejor, hacia lo que Nos hemos llamado la civilización del amor.

Invocando sobre los participantes a la Conferencia de la UNCTAD reunida en Nairobi la abundancia de bendiciones divinas, pedimos a Dios Todopoderoso que les haga encontrar, en el abrumador trabajo que les espera, el gozo de abrir juntos nuevos caminos a la esperanza de los pueblos.

Vaticano, 28 de abril de 1976.

PAULUS PP. VI


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.20, p.1, 2.

 



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