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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A UNA PEREGRINACIÓN ESLOVACA

Sábado 14 de septiembre de 1963

 

Queridos hijos e hijas:

Nos sentimos particularmente dichosos dando la bienvenida a la peregrinación eslovaca, guiada hasta Nos por nuestro querido hermano Andrew Gregory Grutka, obispo de Gary, en los Estados Unidos de América, y compuesta principalmente de miembros de la “Federación Católica Eslovaca de América”, a los que se han unido grupos de eslovacos de Austria, Bélgica, Francia e Italia, acompañados de sus sacerdotes.

Queridos hijos, vuestra visita nos es grata por muchas razones: la primera de todas, por el número y la variedad de países de procedencia, ligados por una patria común de origen y por la fe católica. Vuestra presencia nos trae a la memoria a un pueblo muy querido. Conocemos su lealtad a nuestra religión, la riqueza de su espiritualidad, su tradición moral y cultural, lo mismo que sus problemas. Tenemos presente a un buen pueblo, trabajador, piadoso, por el que sentimos gran estima y afecto y para el que pedimos la protección y el consuelo del Señor.

En segundo lugar, nos emociona el motivo de vuestra peregrinación a Roma. Después de tres años de preparación espiritual lleváis a feliz término la celebración del undécimo centenario de la llegada de los santos Cirilo y Metodio a vuestra patria de origen. ¡Que un firme propósito enriquezca vuestro pensamiento al recordar tan importante hecho histórico!

Es una principal característica de la educación católica descubrir en la Historia no sólo cultura material y memorias de acontecimientos pasados, sino también una tradición ardiente, un coeficiente espiritual de formación moral, una constante dirección para un patente y consecuente progreso a lo largo de los años, una garantía de solidez y paciencia, que da a un pueblo su dignidad, su razón de conducta, su obligación de vivir en armonía con otros pueblos. Uno de los defectos de la sociología moderna más frecuente y más serio es una baja estima de la tradición, presumiendo que se puede establecer una firme y sólida sociedad sin tomar en cuenta el fundamento histórico en que descansa naturalmente y que olvidar la cultura heredada de las generaciones pasadas puede ser más beneficioso a la historia de un pueblo que el progresivo desarrollo, fiel y leal a su patrimonio de pensamientos y hábitos. Y, además, si este patrimonio es rico en esos universales e inmortales valores que la fe católica infunde en la conciencia de un pueblo, entonces el considerar a la tradición como respuesta de la vida moral de aquel pueblo significa darles conciencia de su existencia y merecerles esas ayudas divinas que dan a la ciudad de este mundo algo del esplendor y perpetuidad de la ciudad divina.

Y esto nos parece plenamente cierto y bello en vuestro caso, queridos hijos eslovacos, porque vuestras tradiciones seculares dignamente evocadas y celebradas por vosotros son realmente tradiciones religiosas, tradiciones católicas y, sobre todo, esto es maravilloso, están ligadas a Roma, esta católica, eterna y universal y “patria común” de pueblos que descubre y distribuye la civilización de la fe y caridad de Cristo.

Que vuestros pasos llegaran donde los de vuestros divinos protectores (podemos llamarles, en cierto sentido, divinos fundadores) llegaron, después de evangelizar vuestra tierra de origen, es algo maravilloso; es un hecho con significación histórica y simbólica.

Aquí Cirilo y Metodio, habiendo dejado Constantinopla cuatro años antes de evangelizar Moravia, volvieron a dar cuenta de sus trabajos, defenderlos y recibir su aprobación. Aquí el Papa Adriano II los recibió solemnemente; aquí se reconoció el mérito de uno de los dos hermanos inventores de la escritura que hoy llamamos cirílica.

Aquí fue aprobado como legitimo y prudente el uso del antiguo lenguaje eslavo en la liturgia y la primera traducción de los libros sagrados al idioma de aquellos tiempos; aquí los dos misioneros fueron elevados al episcopado; aquí quedaron depositadas, y todavía son veneradas, las reliquias de San Clemente, en el mismo sitio que después fue colocado el cuerpo de Cirilo al terminar su vida terrestre, y desde aquí Metodio partió otra vez a la tierra eslava para emprender una nueva acción misionera, llevando a cabo nuevos debates y felices resultados.

Al venir a Roma como peregrinos para venerar su memoria y sus reliquias unís la Historia con el presente; reconociendo su auténtico espíritu, confirmáis su continuidad y prevenís su futuro. Un hecho demuestra .que éstos son vuestros sentimientos y vuestras intenciones, y esto nos llena de gratitud y alegría por vuestra visita. Sabemos que una ceremonia especial hará memorable vuestra peregrinación a Roma, nos referimos a la inauguración del Instituto, que dará casa y educación a la juventud eslovaca que desee consagrar su vida al servicio religioso y moral de sus compatriotas eslovacos, y alentar y fortalecer su vocación sacerdotal hasta el fin.

No podemos sino estar dichosos por su desarrollo. Sabemos que ese Instituto, destinado a convertirse en el corazón de la vida religiosa de los eslovacos en Roma, ha sido ya canónicamente erigido en la diócesis de Porto y Santa Rufina el 8 de enero de 1961, y que nuestro querido predecesor, de feliz memoria, Juan XXIII, bendijo su primera piedra el 13 de mayo de 1963. Es una digna obra, que agradecemos a tantos bienhechores eslovacos esparcidos por todo el mundo, muy numerosos, pero de escasos recursos, y con generosidad y sacrificio encomiables. Que cuenten con nuestra alabanza y la recompensa divina. Recordamos especialmente al pueblo eslovaco residente en los Estados Unidos de América, bajo la protección de la “Federación de los Católicos eslovacos de América”, que han correspondido generosamente a los inagotables esfuerzos del antes mencionado obispo Grutka para lograr que este trabajo llegara a su término.

La pública y eficiente colaboración que sus eminencias el cardenal Tisserant, obispo de Porto y Santa Rufina; cardenal Pizzardo, prefecto de la Sagrada Congregación de Seminarios; cardenal Confalonieri, secretario de la Sagrada Congregación Consistorial, dieron a la fundación de este Instituto nos es bien conocida; les manifestamos nuestra más sentida gratitud. Queridos hijos de la nación eslovaca: satisfechos y complacidos por las razones ya dichas, nos permitimos añadir una palabra de paternal recomendación: perseverancia. Continuad cultivando la memoria, el culto, la imitación de vuestros santos, que desde la lejana Edad Media todavía hoy iluminan la senda por la que el espíritu del pueblo eslovaco debe caminar en nuestro tiempo y en el futuro; confirmad vuestra fe católica en las reliquias romanas que visitáis; concentrad vuestros buenos ideales y vuestras esperanzas en el Instituto que habéis fundado a las puertas de Roma; es el punto de contacto para vuestros grupos diseminados por todo el mundo; enviad a él vuestros hijos que el Señor llame a su servicio, en el ministerio sacerdotal, y continuad sosteniéndolo con vuestros sacrificios y vuestra confianza.

Por nuestra parte pediremos que vuestros santos Cirilo y Metodio fortalezcan y sostengan vuestra fidelidad, mantengan vuestros corazones unidos en fraternales lazos espirituales y que continúen protegiendo a vuestra patria y ayudándoos con su intercesión. Invocaremos a la afligida Madre que los eslovacos amorosamente tienen como celestial patrona.

Y confiados en vuestra constante lealtad a la Iglesia católica y a la sede de San Pedro, Nos seguiremos interesándonos paternalmente por vosotros, y ahora os confortamos con nuestra apostólica bendición que brota de nuestro corazón.

 



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