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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA GENERAL
DE LA FEDERACIÓN DE ASOCIACIONES ITALIANAS DE HOTELES Y TURISMO


Sábado 7 de marzo de 1964

 

Queridos hijos:

Con ocasión de la Asamblea General de la Federación de Asociaciones Italianas de Hoteles y Turismo, habéis querido traernos la expresión de vuestra fe, que Nos es doblemente querida, pues sabemos está acompañada de un gesto que la honra.

La presencia, tan grata del venerable hermano monseñor Luis Romoli, obispo de Pescia, y del celoso párroco de Montecatini, es una luminosa confirmación de ello; se nos ha referido que como recuerdo de esta audiencia, y como testimonio de vuestros sentimientos de devoción hacia nuestra persona, la Federación a la que pertenecéis, ha decidido ofrecer un altar para la nueva iglesia de Montecatini. Os estamos plenamente agradecidos y os manifestamos nuestra viva complacencia.

Así demostráis haber comprendido el puesto de honor que debe ocupar la iglesia y la comunidad parroquial, de protección y vigilancia, también en las localidades turísticas, en las que la heterogeneidad de la procedencia y de la composición de cada uno de los grupos, parece que ha de causar —y desgraciadamente lo causa, no infrecuentemente— un debilitamiento de las buenas y ordenadas costumbres de la vida parroquial.

Este acento, puesto con tan decidida voluntad en la supremacía de los valores espirituales en el campo específico de vuestra actividad, os califica con una nota noble y grata a nuestros ojos; nos habla del espíritu con que queréis dedicaros a vuestro trabajo. Sabemos también que habéis recibido con sentimientos de íntimo agradecimiento y de alegría la reciente disposición del Breve Apostólico, con que hemos declarado a Santa Marta patrona de los hoteleros. No habéis sido ajenos al significado de esta designación, que ha querido indicar que vuestra profesión más allá de sus numerosos problemas de índole práctica, puede y debe inspirarse en un alto propósito de caridad presurosa y benéfica, como forma particular y moderna de la antigua obra de misericordia corporal: “Dar posada al peregrino”. La figura de vuestra patrona os muestra su espíritu y delicadeza; ella que con María y Lázaro hospedó a Cristo en Betania, en su casa, acogedora y cálida de fraternal afecto, os podrá recordar discretamente, en el variado y con frecuencia afanoso desarrollo de vuestra actividad, que los cuidados, las atenciones, la servicial y gentil prontitud a los deseos ajenos, cuando se prestan con espíritu de cristiana sinceridad, no van dirigidos sólo al “cliente”, sino también al hermano, más bien, a Cristo mismo, si se sabe reconocerlo bajo el velo con frecuencia espesa e indescifrable de las apariencias; si se realiza el propio deber por su amor, dándole de esta forma un valor meritorio, que sobrepasa las barreras del tiempo para detenerse en la eternidad.

Vuestra respuesta a nuestras paternales indicaciones; vuestra misma presencia en este significativo y espontáneo encuentro nos dicen, pues, que nos encontramos no sólo ante profesionales expertos y capaces, sino también, y de una manera especial, ante seglares conscientemente abiertos a las responsabilidades de su vocación cristiana. Queremos, por tanto, confiaros algunas consideraciones sobre el turismo hotelero, que las apreciamos con afecto, con la confianza de que despertarán en vosotros reflexiones saludables y providenciales propósitos.

1) Ante todo nos congratulamos con vosotros por la contribución que prestáis —de orden, de distinción, de serenidad y de confort— al positivo desarrollo del turismo, de esta moderna forma organizada de la antigua aspiración del alma humana de viajar, de explorar el vasto mundo, y conocer caras y países nuevos. Como dijimos a los participantes en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el turismo, el 31 de agosto del año pasado, el turismo es “un factor eficaz para la formación cultural moderna, un vínculo de simpatía entre los pueblos y de paz internacional, una experiencia humana capaz de llevar al espíritu a sus más altas cumbres, dignas de la mirada bendita de Dios”. Vuestra organización es un elemento de primer orden para que este cuadro armonioso y optimista sea una realidad siempre consoladora, siempre eficaz, siempre positiva. No economicéis esfuerzo alguno para que el turismo, en sus diversas formas, haga honor a la dignidad del hombre, y coopere a ennoblecerla con sus paréntesis de descanso, de recuperación y de sano equilibrio.

2) A este fin es deseable una estrecha colaboración de las organizaciones hoteleras con las autoridades eclesiásticas de la parroquia, de la diócesis, y también de toda la región. Ciertamente cuando el párroco, el obispo y toda la conferencia episcopal pueden contar con la franca, sincera y presurosa colaboración de los organismos turísticos, de los hoteleros en especial, es un motivo de gozo, pues surgirá de ello óptimos resultados. En este campo se ha hecho mucho, y se lo agradecemos al Señor, y también a los hombres de buena voluntad; pero aún queda mucho por hacer. Las autoridades eclesiásticas han recibido de Dios la grave responsabilidad de pensar en el cuidado espiritual de los fieles, que aún temporalmente moran en sus circunscripciones, organizándola de la forma más apropiada a las exigencias modernas de la pastoral de conjunto; pero es grande también el campo que se abre a la colaboración de todos vosotros. Nos referimos a los encuentros de cultura y espiritualidad católica, realizados en los hoteles de renombradas estaciones climatológicas con éxito superior a lo esperado; a las variadas y eficaces indicaciones de los servicios litúrgicos, en las diversas lenguas extranjeras; para que puedan ser conocidas rápidamente por los hospedados; a las empresas benéficas que pueden realizarse para atender a necesidades especiales, que afligen en el mundo a tan gran parte de la humanidad; a cada una de las actividades sugeridas por las circunstancias, y realizadas prontamente; y, sobre todo, al ejemplo íntegro y alegre de la práctica cristiana, que debe distinguirse con vuestras familias, e inspirar también al personal de vuestros hoteles, pues, solamente con la fuerza del ejemplo se puede contribuir de forma decisiva a la ansiada renovación moral, que es una de las principales finalidades del Concilio Ecuménico Vaticano II.

3) Y puesto que son particularmente numerosos en esta audiencia los hoteleros de Roma, una última palabra de aliento y exhortación va dirigida a ellos, llamados a desarrollar la actividad común con una característica especial. En esta ciudad, que como cofre de incomparable belleza, encierra dentro de sí la tumba de Pedro el Pescador Cabeza de los Apóstoles, y la Sede del Primado que Cristo le confirió, concurren cada año en número creciente fieles de todo el mundo para “videre Petrum”, para ver a Pedro en la persona de su humilde, pero auténtico sucesor. No son solamente turistas y visitantes, encantados por las bellezas históricas y artísticas de la ciudad, sino que son ante todo peregrinos, movidos por un afán de fe y de oración; son almas sencillas, de penitentes, de contemplativos, de estudiosos, de fieles, que caminan hacia las tumbas de los apóstoles con frecuencia con las mismas disposiciones conmovedoras de los antiguos romeros, cuyas aspiraciones trazaron con arte inmortal Dante y Petrarca. Pues bien, también a vosotros os corresponde, queridos hoteleros de Roma, actuar de forma que no queden desilusionadas las esperanzas de estas almas; que encuentren en la urbe moderna aquél carácter sagrado que hace que su fascinación sea única en el mundo. También vuestra acción, eventualmente revalorizada por las intervenciones federadas, puede exigir, ante el surgir inquietante de cierto cosmopolitismo deteriorante, que Roma brille, hoy como siempre, con su encanto de ciudad santa, de centro de la cristiandad, de faro de vida espiritual.

Nuestros votos están confiados a la maternal intercesión de la Virgen, de Santa Marta, de todos los santos, para que os consigan del Señor las gracias necesarias para el recto, próspero y feliz cumplimiento de vuestro deber; y en prenda de los favores celestiales os impartimos con gozo nuestra especial bendición apostólica. 


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