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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL
DE ESTUDIANTES DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y COMERCIALES


Lunes 9 de marzo de 1964

 

¡Queridos hijos, miembros de la Asociación Internacional de Estudiantes de Ciencias Económicas y Comerciales, recibid nuestra bienvenida! Contáis con más de un titulo para ser favorablemente admitidos a la audiencia con el Papa. Sois jóvenes; sois estudiantes; estáis agrupados en una Asociación Internacional, motivos que os aseguran, sin duda, una acogida cordial y benévola en nuestra sede.

I. En primer lugar, sois jóvenes. Y el Papa ama a los jóvenes. Lo ha dicho ya en muchas ocasiones en público y en privado. Quien dice juventud, dice ánimo, entusiasmo, confianza en el futuro, generosidad... ¿Y no es esto lo que necesita la Iglesia para edificar la sociedad del mañana? Queridos amigos, permitidnos un primer consejo, que, creemos, no os disgustará; sed y continuad siendo jóvenes; jóvenes por la pureza de corazón, pues el pecado envejece a las almas prematuramente; jóvenes por el espíritu de empresa y por un sano optimismo, que desconoce la duda y el desaliento; jóvenes por el deseo y la voluntad eficaz de construir un futuro feliz para vuestra generación y para las que le sigan.

II. En segundo lugar, sois estudiantes. Nos también lo hemos sido, y también fuimos consiliario de los estudiantes. Podemos decirlo ahora bien alto: las mejores horas de nuestra actividad sacerdotal, las que nos han dejado recuerdos más queridos, han sido las que pasamos, como joven sacerdote, entre los estudiantes, escuchándolos, tratando de comprenderlos, ayudándoles con todas nuestras fuerzas a descubrir la verdad, el Evangelio, Cristo, la Iglesia... Pues esto es lo que hay que estudiar ante todo; las otras ciencias quedan limitadas y son decepcionantes si no desembocan en los horizontes infinitos que descubre la fe a la mirada del creyente. Estudiar a Cristo, profundizar sin cesar en vuestra fe, sea, queridos hijos, vuestro principal interés, aunque vuestra especialidad —las ciencias económicas y comerciales— os obligue a fijar vuestra mirada casi siempre sobre las realidades terrestres.

III. Finalmente, estáis agrupados en una Asociación Internacional, que es también un título para que seáis bien acogidos en el Vaticano. ¿Por qué? Porque la Iglesia es la primera, la gran sociedad internacional —o más bien supranacional— y no ansía otra cosa que la colaboración fraterna entre todos los pueblos. Las ciencias económicas y comerciales os obligan, decíamos, a fijar casi siempre vuestra mirada en los realidades terrenas. Pero si por el planteamiento en común de vuestros problemas, como en el presente Congreso, por el intercambio de informaciones, los viajes de estudios, los seminarios y las jornadas que organiza vuestra asociación, contribuís a unir a los hombres, a destruir las barreras, observaréis los servicios que podéis hacer a las grandes causas espirituales y morales que preocupan a la Iglesia: la elevación los Pueblos y la paz del mundo. Pues trabajaréis para construir la sociedad del mañana sobre el amor y no sobre el odio, sobre el entendimiento y no sobre la división, sobre la seguridad en el futuro y no sobre el temor continuo a las destrucciones de una guerra total y por ello la Iglesia se llena de gozo y os lo agradece; os alienta a continuar vuestros esfuerzos, y pide que desciendan sobre ellos las bendiciones del cielo.

Esto es, queridos hijos, lo que queríamos deciros en este espacio demasiado breve que nos es posible concederos. Y en prueba de nuestros sentimientos de benevolencia para con vosotros, para los dirigentes y miembros de vuestra Asociación Internacional, y sus familias, os concedemos a todos, de corazón, una paternal bendición apostólica.



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