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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL CONGRESO DE JÓVENES MAESTROS
DE LA ASOCIACIÓN DE MAESTROS CATÓLICOS DE ITALIA

Aula de la Bendición
Sábado 21 de marzo de 1964

 

Ilustres señores, profesores, instructores y vosotros especialmente, queridos jóvenes maestros:

Nos tenemos que limitar a daros nuestra bendición; y os la damos con todo el corazón. Vuestro número, la dignidad y calidad de las personas que participan en vuestro Congreso, la extrema importancia del tema allí tratado: “La vocación de la enseñanza”, la complejidad y gravedad de los problemas, que a este tema se refieren, el honor y la alegría, que vuestra visita nos proporciona, exigiría que también nuestra palabra entrase en lo vivo del tema.

Pero no nos lo permite hoy la marcha de las audiencias. Por lo demás, no creemos que podría nuestra palabra añadir nuevas y mejores consideraciones a las que han sido presentadas en vuestro congreso con tanta competencia y autoridad. Podemos hacer nuestras estas consideraciones, especialmente las que se refieren a la disminución del número de personas que se dedican a la enseñanza, al paso que crece la necesidad de nuevos y esforzados maestros, y el que la valoración de la profesión educadora parece decrecer en la opinión pública. Nos gusta poder compartir la hermosa apología, que voces plenas de cordialidad y sabiduría han hecho de la misión didáctica y pedagógica, que hoy todavía, hoy con mayor evidencia, se reserva a aquellos que consagran su vida a la escuela; y Nos también quisiéramos engrandecer la función, que habéis escogido, de mediadores del saber y de formadores de hombres nuevos, función insustituible y función determinante del futuro de las jóvenes generaciones.

También creemos, y os lo repetimos, que ha llegado el momento de animar, de proteger, favorecer y, sobre todo, idealizar la vocación escolar. Al paso que la sociedad debe a la profesión de los educadores toda clase de interés, para que su reclutamiento sea promovido y favorecido de todas formas, para que su clasificación cultural sea mejorada y asistida, y para que su profesión sea adecuadamente remunerada y asegurada, los educadores mismos deben exigirse la más segura conciencia de la excelencia de su vocación escolar, y deben de buscar y encontrar en el ejercicio paciente y sabio del esfuerzo escolar la ascesis más noble y más estimulante de su perfección personal.

También creemos que el maestro consigue su plenitud espiritual y moral, en sus sufrimientos, en sus responsabilidades, en sus satisfacciones y en sus esperanzas, solamente si interiormente está iluminado por la fe católica y por la concepción, que de ella procede, de la verdad, de la palabra, del alma humana, de la comunicación entre los espíritus, de la libertad y de la obligación moral en que toda conciencia debe ser educada; del maestro y del alumno; en una palabra, de la escuela.

En este punto, podemos añadir algunas palabras a las muchas y hermosas cosas, que vuestro congreso ha presentado a vuestros ánimos. Sí, Nos podemos valorar vuestras consideraciones con la dignidad del Maestro cristiano, que se realiza perfectamente, y se anula entregándose espiritualmente, cuando sobre sí refleja y hace suya, y, en cierta medida, personifica la función del único verdadero Maestro de la humanidad, Nuestro Señor Jesucristo.

Podíamos dar a la palabra vocación, que habéis hecho gozne de vuestras consideraciones, su más alto y auténtico significado, el de una llamada, que resuena en el más profundo rincón del corazón y le testimonia su carácter transcendente; de esta forma llama Cristo a los que invita a ser maestros de sus propios hermanos. Podíamos sumar a los motivos, por los que un espíritu generoso escoge la carrera escolar, el impulso de la caridad, por el que no se huyen las dificultades de una profesión, sino que se buscan, no se temen los trabajos, sino que se aceptan, no se minimizan las necesidades ajenas sino que se sirven, no se define simplemente a los demás, sino que se les ama, no se reconoce en el prójimo únicamente lo que su aspecto humano representa, sino que se ve misteriosamente en él a Cristo. ¡Cómo conoce y experimenta el maestro católico estos cánones de la caridad! Y podíamos deciros, maestros católicos, que también la Iglesia tiene necesidad de vosotros; también la Iglesia os llama al grande y austero, y con frecuencia despreciado, deber escolar; en cualquier parte que se ejerza es sublime; también la Iglesia os confirma en la certeza de que habéis elegido un magnífico camino, la vida os llega en sus más genuinas y sagradas expresiones; también la Iglesia consuela vuestra dedicación con la promesa de recompensas, que van más allá de la retribución económica y de los beneficios temporales de una honrada profesión; recordad: “Lo hicisteis conmigo”, dirá el último día el Señor por todos los humildes cuidados tenidos con “mis pequeños” (Mt 25, 40).

¡Arriba los corazones, queridos maestros católicos! Y corno decíamos, para encerrar todo en ella, os damos a todos vosotros, con particular afecto, nuestra bendición apostólica.



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