Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
EN EL OCHENTA CUMPLEAÑOS DEL CARDENAL EUGÈNE TISSERANT


Martes 24 de marzo de 1964

 

Señor cardenal decano,
señores cardenales,
venerados hermanos, ilustres señores y queridos hijos,
digno y reverendísimo prefecto:

Es obligado que nos unamos al homenaje y al augurio de la Biblioteca Apostólica y del Archivo Secreto Vaticano a su cardenal protector, en este fausto día, 24 de marzo de 1964, en el que, pleno de vigor, de energías físicas y espirituales, celebra su ochenta cumpleaños. Hemos precedido esta pública y colectiva manifestación de devotos y gozosos sentimientos con el envío de una carta nuestra al venerado, al eminente cardenal Eugenio Tisserant para esta memorable conmemoración; estamos contentos de que la presente reunión, tan solemne como familiar, nos ofrezca la ocasión de renovar pública y cordialmente la expresión de nuestras felicitaciones y de nuestros votos al eminente y querido purpurado, sabiendo que el título por el que le son atribuidos las dos instituciones insignes de la Sede Apostólica, la Biblioteca Vaticana y el Archivo Secreto Vaticano a la competencia y al cuidado de tan gran protector, como por lo demás ha destacado egregiamente el padre Alfonso Raes, prefecto de esta misma Biblioteca, que nos obliga a manifestar los pensamientos de nuestro corazón al cardenal Tisserant en esta ocasión; sabemos muy bien que honramos en su eximia y querida persona al decano del Sacro Colegio Cardenalicio, al obispo de Ostia y al de la diócesis conjunta de Porto y Santa Rufina, al prefecto de la Sagrada Congregación Ceremonial, al presidente de la Comisión Pontificia de Estudios Bíblicos, al primero de los cardenales que componen el Consejo de la Presidencia del Concilio Ecuménico Vaticano II, al miembro sabio y diligente de no pocas sagradas Congregaciones, Oficios y Comisiones de la Curia Romana. Tampoco podemos olvidar en este testimonio de congratulación y de honor la pertenencia del cardenal Tisserant a la Academia de Francia; hecho éste que no es un legítimo orgullo exclusivo suyo, sino también lo es de la Iglesia romana, tan dignamente presente en aquel célebre instituto, como lo es ciertamente para la Academia de Francia enumerar entre sus “inmortales” a un miembro tal del Sacro Colegio. Personalmente le debemos obligada reverencia y un afecto especial, por haber recibido de su ministerio, hace ahora casi diez años, nuestra consagración episcopal.

Cualquiera puede advertir que refiriéndose al cardenal Tisserant son muchos los aspectos de su riquísima personalidad, que destacan con evidencia, tanto en las largas, diversas y laboriosas vicisitudes de su vida, como en la fecunda y singular variedad de sus estudios y de su obra científica, o la multiplicidad de formas en que su incansable actividad ha dado y da prueba de excepcional resistencia y de apreciados servicios.

Nos gustaría volver a recorrer con él el curso de sus años, dignos todos de admiración y de recuerdo, para bendecir con él al Señor por la abundancia de talentos que se le ha concedido, y para complacernos con el del buen empleo que les ha sabido dar, teniendo fe siempre en su antiguo propósito, en el cual nos parece hay esculpida una nota característica de su espíritu, y como revelado el secreto de su éxito: “…no perder el tiempo”. Por ello ochenta años de vida laboriosa han estado llenos de la actividad más diversa, siempre ordenada, siempre febril, siempre guiada a resultados concretos, el hombre de estudio, de vez en cuando, aparece escritor, profesor, soldado, administrador, viajero y siempre sacerdote ejemplar, desde hace veintiocho años cardenal y veintisiete obispo celoso. Estamos obligados, señor cardenal, a vuestro colega en la Academia de Francia, siempre recordado como embajador en la Santa Sede, el conde Vladimiro de Ormesson, de habernos dado en la respuesta a vuestro discurso de admisión en la mencionada Academia, un claro diseño biográfico vuestro, en el que vuestra figura aparece con los muchos y sucesivos atavíos de los oficios, en que estuvo empeñada vuestra actividad, pero siempre con el rasgo fiel y dominante de vuestro espíritu eclesiástico: “Ante todo, por encima de todo, sois un sacerdote y esta palabra es suficiente para decir todo”.

Es esto precisamente lo que queremos hacer notar en esta ceremonia, en la que queriendo honrar al 39 cardenal bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, digno sucesor de grandes hombres de estudio: Rampola del Tíndaro, Gasquet, Ehrle, Ratti, Mercati... ( por no nombrar más que a los difuntos aún presentes en la memoria de los contemporáneos), se celebra una vez más una tradición del saber, a la que la Iglesia romana está estricta y generosamente ligada, y de la

cual, más aún que fama y prestigio, extrae alimento para la conciencia de su sagrada misión de custodia de los valores espirituales, de su invicta peregrinación en los siglos, de su capacidad para buscarlo todo, para estudiarlo todo, para conocerlo todo y hacer de la alta cultura no un cerrado y privilegiado cenáculo, sino el medio más próximo, más convincente, más amoroso de diálogo con la humanidad.

Sabemos cuántas fatigas, cuántas renuncias, cuánta paciencia, cuánto desinterés, cuánto amor al saber exige la entrega total y perseverante a los estudios superiores, que precisamente por tales, resultan largos, áridos e ingratos; y obligado a descubrir material para la erudición, hacen con frecuencia languidecer la vitalidad del pensamiento y la libertad de la expresión artística, imponen a la mente la paciencia de delicadísimos análisis y frenan los vuelos del espíritu hacia la síntesis de la cultura final. Por ello hemos de rendir homenaje y expresar reconocimiento a quien ha consagrado a esto gran talento, una energía poderosa, una vida entera y con una abnegación plena de amor a la verdad y a la Iglesia ha logrado libros, obras, ejemplos dignos de la admiración y de la emulación de los estudiosos, los siete volúmenes que hay aquí dedicados a Eugenio Tisserant, demuestran ya la medida de estimación que circunda este nombre, y

dicen que es benéfico y fértil el estímulo científico. Aumenta así en Nos la complacencia por esta celebración y nace espontáneo el augurio que la comunicación de pensamientos y de estudios engendrada por su actividad diaria, señor cardenal, y hoy tan egregiamente festejada, pueda conservarse, dilatarse y florecer aún en torno a su venerada persona y en torno a esta sede del saber, que, accesible a cuantos son sus sinceros cultivadores, puede hacer suya, creemos, el

título de primera Biblioteca pública que la Roma clásica, bajo los auspicios de Asinio Pollione, vio abierta sobre el Aventino, “atrium veritatis”, es decir, abierta a todos para el culto de la verdadera doctrina, que por un lado sube hacia Dios, y por el otro, se extiende a todos los posibles alumnos y amigos.

En esto pensábamos, señor cardenal, cuando hace pocas semanas lo tuvimos como guía y compañero en nuestro viaje a los Santos Lugares, que fueron y son el campo principal de sus eruditos estudios; pensábamos en la virtud unitiva de estos estudios que al paso que parecen secuestrar, arduos y profundos, a quien los explora y los profesa, de la conversación ajena, la preparan y la invitan por otro lado; y con paciencia, que no es lentitud, hacen de la cultura un lenguaje común para una común civilización. Pensábamos en el espolón simbólico, en aquella “navecilla” que veíamos en su escudo cardenalicio, recordando no solamente su apellido de tejedor, Tisserant, sino su misión, dedicada a tejer relaciones de amistad, de fraternidad, como la prueba y la esperanza que nos fue dado gustar en aquel viaje, como quiere ser y será toda su vida de hombre de estudios y de hombre de Iglesia.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana