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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A UNA PEREGRINACIÓN DE PROTESTANTES JAPONESES


Lunes 11 de mayo de 1964

 

Al contemplar vuestro grupo, llegado del querido país del Sol Naciente, nos parece ver en su realidad tangible las palabras de Dios en boca de su profeta Malaquías: “De Oriente a Occidente ha sido presentada una ofrenda pura a mi nombre” (Ml, 1, 11). Pues vosotros sois representantes de un gran número de hermanos que alaban el nombre del Señor allí donde nace el sol y habéis recorrido hacia el poniente la mitad de la tierra con deseo expreso de ofrecer vuestra ofrenda de oraciones en los mismos lugares en que el Señor nació, vivió y sufrió por nuestra salvación; luego continuando vuestro camino hacia el Occidente, habéis llegado a esta ciudad de Roma en la que el Apóstol Pedro estableció la Sede de la Iglesia, sede sobre la que se han sentado después de él en una serie ininterrumpida, todos los obispos de Roma, hasta éste que tiene hoy la dicha de recibiros y dirigiros la palabra.

Recientemente, Nos mismo hemos realizado, en sentido inverso, esta peregrinación a los santos lugares, para orar en las fuentes mismas de la religión cristiana y suplicar la realización del deseo supremo de Nuestro Señor: “que también ellos sean una sola cosa en Nosotros” (Jn 17, 21), la unidad de todos los que creen en el Señor.

Vuestra presencia aquí, por sí sola sería ya una prueba suficiente de vuestra simpatía por la Iglesia católica; pero sabemos las numerosas demostraciones que en el pasado habéis ofrecido de este afecto y de este sentimiento de fraternidad que, por otra parte, según se nos ha indicado, en el Japón es la regla general entre los cristianos de las diversas confesiones. De corazón deseamos que vuestra visita a Roma estreche aún más estos lazos, para que nuestros pasos, cuando a Dios plazca, se unan completamente.

En vuestro gran país, donde los cristianos no son más que una débil minoría, deben sentir más que en ninguna parte la necesidad de colaborar si quieren que el nombre del Señor sea cada vez más alabado, y que sean cada vez más numerosos en las regiones del Sol Naciente —“ab ortu solis”— los que ofrezcan al Señor una ofrenda pura.

Ciertamente habréis seguido nuestros esfuerzos durante el Concilio y habréis escuchado la expresión de nuestros ardientes deseos en favor de una aproximación cada vez más estrecha entre aquellos que están separados por circunstancias históricas; y creemos no equivocarnos al adivinar en vuestros corazones un análogo deseo.

En el Japón formáis un grupo más importante por su calidad que por su número; las funciones y puestos que ocupáis os permiten ejercer una influencia considerable sobre vuestros conciudadanos. Pedimos al Señor que se digne bendecir y acrecentar en vuestras manos esta posibilidad de expansión, y que os ayude a serviros de ellas para su gloria y también para el bienestar de vuestro país.

Animado de estos sentimientos pedimos para todos vosotros, vuestras familias y vuestros amigos, las más abundantes bendiciones del cielo.



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