Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN EL III SIMPOSIUM DEL TURISMO


Sábado 6 de junio de 1964

 

Queridos hijos:

Vuestra presencia nos brinda un doble motivo de satisfacción, que nos es grato manifestaros al comienzo de este encuentro. En primer lugar, porque al asistir y participar en tan gran número al III Symposium del Turismo en Castelfusano, habéis comprendido y habéis hecho nuestras las preocupaciones de la Comisión Episcopal Italiana y de la Comisión Episcopal de la Alta Dirección de la Acción Católica. Es, pues, la vuestra una forma clara de colaboración con la jerarquía eclesiástica, que os califica como hijos fieles de la Iglesia, católicos militantes y convencidos, que quieren estar concretamente presentes con los recursos de su experiencia y, sobre todo, con la conciencia de su fe, en un problema tan urgente, dinámico y moderno como el turismo.

En segundo lugar, nos complacemos sinceramente con vosotros por el carácter eminentemente espiritual que habéis querido dar a vuestro Symposium: dos jornadas de retiro, de meditación constructiva y regeneración interior, que, abstrayéndoos durante algún tiempo del «cliché» cotidiano de vuestra vida, atareada y febril como nunca, os hacen reanudarla en los umbrales de las actividades veraniegas, convencidos, animados, dispuestos a poner a prueba vuestras convicciones cristianas con las diversas e imponderables responsabilidades que vuestro trabajo os reserva para el futuro inmediato.

El tema que ha polarizado vuestra atención y vuestras discusiones hace hincapié en la gran importancia espiritual y formativa del turismo, considerándolo plenamente como «un medio de educación». Es hermoso que, en nuestros días, cuando este fenómeno ha adquirido plena madurez de estructura y desarrollo; que encontrando expresiones en innumerables organismos que lo configuran y le prestan múltiples subsidios técnicos de inapreciable precisión, utilidad y resultados; que cuando el turismo, como hoy, ha conseguido universal y característica fisonomía, sea considerado por los católicos en sus posibilidades educativas dignas plenamente de la persona humana, también aquí sujeto augusto y central, que debe encontrar en él su ennoblecimiento y perfeccionamiento físico y espiritual.

Nuestro venerado predecesor Pío XII subrayó ya con trazos enérgicos el «ascetismo del turismo», con los beneficios que proporciona, como «el afinamiento de los sentidos, la ampliación del espíritu, el enriquecimiento de experiencias» (A las Organizaciones del Turismo Italiano, 30 marzo 1952). Baste considerar los elementos de decisión, sacrificio, resistencia física, de solaz y descanso que lo integran, para comprender lo que lleva consigo de ascesis, de esfuerzo personal, de adaptación, de ansia de equilibrio espiritual y moral, a pesar de las cambiantes y provisorias condiciones de vida que impone. Bien es verdad, por desgracia, que para algunos, no suficientemente formados, el paréntesis de libertad que entraña el turismo es ocasión de desorden; se abandonan, por ejemplo, las buenas costumbres de la santificación de

las fiestas; se extrema, en algunos, el esfuerzo moral por una constante rectitud y una cristalina limpieza en el pensar y en el obrar. Pero también es verdad lo contrario, y, creemos, en proporciones muy extensas; es decir, para muchos el turismo significa el retorno a las prácticas cristianas; encuentros insospechados y tonificantes con católicos generosos, con ambientes religiosos de tono espiritualmente alto, han llevado al redescubrimiento de la divina atracción del cristianismo; han hecho del turismo —como Nos mismo decíamos en el mes de agosto pasado—«una experiencia humana capaz de llevar al espíritu a sus más altas cumbres, dignas de la mirada benévola de Dios» (A la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Turismo, 31 agosto 1963).

La Iglesia, pues, no puede y no debe desinteresarse de un fenómeno de tanta amplitud y complejidad; ella sabe que el turismo impone a la cura de almas superar el estancamiento en las posiciones tradicionales y buscar nuevas formas que respondan al ansia apostólica que el Salvador comunicó a la Iglesia. La Iglesia estimula y favorece todas las iniciativas prácticas, que hacen indispensable su presencia donde haya almas que buscar y nutrir; sabe que el turismo abre el laicado católico un campo amplio y múltiple de posibilidades en esa colaboración, que también el Concilio ecuménico está estudiando en sus distintas formas, para hacerla plenamente efectiva, y llama a todos los católicos militantes a dejar la simple veleidad, a veces estéril e inconcluyente, y pasar a la acción directa, fructuosa, positiva, en colaboración con la jerarquía católica. Acción necesaria que compromete a todos los seglares, sea en su condición de turistas o de organizadores del turismo, o como dirigentes, funcionarios, economistas, gerentes de hoteles y también al personal humilde y escondido que ofrece sus servicios en un segundo plano. Como decíamos el 7 de marzo a la Federación de Asociaciones Italianas de Hoteles y Turismo, «cuando el párroco, el obispo y toda la Conferencia episcopal pueden contar con la franca, sincera y presurosa colaboración de los organismos turísticos..., es de alegrarse, pues de ello brotan óptimos resultados. En este campo se ha hecho mucho, y de ello damos gracias a Dios y a los hombres de buena voluntad; pero aún resta mucho por hacer» (L'Osservatore Romano, 8 marzo 1964).

Venerables hermanos y queridos hijos: Queremos que sea ésta nuestra consigna, y que os legamos como recuerdo de la audiencia de hoy: sí, resta aún mucho por hacer para que la conciencia católica en el campo del turismo dé todos sus frutos. Será preciso trabajar unidos, con una visión unitaria de los proyectos, de los esfuerzos y del apostolado, evidentemente sin limitar o poner freno a las iniciativas ya arraigadas en este campo, sino orientando y coordinando la actividad común, con el fin de conseguir resultados cada vez más concretos y duraderos, y dar así a nuestras organizaciones el peso y autoridad que, por separado, no pueden tener; será necesario también trabajar con un plan exquisitamente logrado y periódicamente sometido al control exacto de los resultados conseguidos; será necesario tener presentes en el campo del turismo a los nómadas con una apropiada cura pastoral, y hacer más eficiente y plena de interés y eficacia la de los centros de veraneo, encomendada a la responsabilidad de los ordinarios de lugar; será también necesario comprometer a las organizaciones católicas en una asistencia espiritual, eficaz y puntual, a los cuadros dirigentes y al personal hotelero de las zonas climáticas y veraniegas; será oportuno multiplicar las iniciativas de carácter cultural y recreativo, con encuentros frecuentes que eleven los ánimos y los dispongan a aceptar la palabra de Dios, acercándolos más a las grandes realidades de la vida religiosa; será preciso, finalmente, respondiendo a una precisa responsabilidad social, ofrecer a las clases menos pudientes la posibilidad de un sereno restablecimiento de sus energías en casas de vacaciones a propósito, en excursiones, en colonias de vacaciones para sus hijos y en las demás empresas que el celo pastoral, cuando está movido por la «entrega diaria» (cfr. 2 Cor 11, 28), sabe sugerir y llevar a término.

Esto es, queridos hijos, lo que nos ha sugerido vuestra presencia, Es un programa extenso, comprometedor, que requiere —lo repetimos— el esfuerzo conjunto de todas las organizaciones católicas; nuestras débiles fuerzas humanas quizá tiemblen ante tanta inmensidad; pero, confiamos, el Señor está con nosotros. ¡En el nombre del Señor! También aquí con confianza adelante y con resolución; y el Señor no regateará su ayuda en el momento oportuno.

El pensamiento y la oración del Papa están con vosotros para animaros, sosteneros y obteneros la imprescindible ayuda divina. Que nuestra especial bendición apostólica os acompañe en vuestra actividad y sea el testimonio de toda la benevolencia que por vosotros sentimos.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana