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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LA EDITORIAL "MORCELLIANA" DE BRESCIA


Lunes 15 de junio de 1964

 

Queridos amigos y estimados señores:

No os será difícil imaginar lo grata que nos resulta vuestra visita; la expresión de los sentimientos con que acompañáis este acto de homenaje y el regalo de vuestras nuevas ediciones encuentra una cordial resonancia en nuestro espíritu. Nos sentimos gozoso de veros y recibiros. Nos conmueve la idea de vuestra peregrinación en comitiva, guiados por la intención de expresarnos el testimonio de vuestro amistoso recuerdo, de vuestra perseverante y floreciente actividad y de vuestra sincera y leal fidelidad a la Cátedra de San Pedro.

Os estamos muy obligados por tanto afecto y devoción. Y os podemos asegurar que del mismo modo que vosotros, nuestro pensamiento tiene siempre presentes en nuestro espíritu vuestras empresas y a todos vosotros, y siempre con la estima que siempre alentamos por la “Morcelliana”, y con el deseo de su mayor progreso.

No parece desapropiado para nuestro servicio apostólico, que pone ante Nos, en responsable visión, el panorama de toda la Iglesia, y con éste el del mundo contemporáneo, dedicar una mirada llena de benevolencia e interés a esta benemérita Casa Editorial Católica. Vínculos personales ligan a ella nuestros recuerdos, que no podemos olvidar ni callar, en virtud especialmente del significado que entonces tuvieron, y todavía tienen, los hechos a que estos recuerdos se refieren. Silenciamos las personas, pero las llevamos en el corazón. Lo reseñaremos superficialmente. La “Morcelliana” fue la última obra de interés público que los católicos brescianos crearon, después de cuarenta años de fervorosas y múltiples actividades, desarrollada con mucho provecho, tanto cultural como religioso, social y civil de la tierra bresciana. Los hechos son conocidos. A las obras que a este período siguieron, el testimonio del silencio, de la fe, de la paciencia y de la esperanza.

La actividad de los católicos brescianos en el período siguiente a la primera guerra mundial quedó, se puede decir, completamente paralizada; y, salvo algunas notables instituciones, toda la serie de iniciativas que con mucho esfuerzo, y con mucho sentido del bien público, habían creado, se sofocaron y terminaron, Sólo una obra nueva nació de las ruinas, y fue la “Morcelliana”, simbólica heredera de una tradición rota; y sobre las ruinas floreció, como sabéis, como significando que una iniciativa del pensamiento puede virtualmente incluir a las demás, y que donde alienta y vive el pensamiento permanecen los más preciosos valores, los del espíritu, y no sólo sobreviven, sino que terminan por crear otras expresiones de vida y, a Dios gracias, por vencer.

Pero más que los orígenes humildes y dramáticos de la “Morcelliana” nos place recordar la finalidad por la que surgió y por la que vive. Nos referimos sencillamente a su finalidad de la cultura católica, no académica o escolar, nacida en las mejores fuentes de la elaboración del pensamiento como ejercicio de la expresión moderna. Ni la primera, ni la única, providencial y original, la “Morcelliana” fue y es una Casa Editorial preocupada por estimular y nutrir la cultura, religiosa sobre todo, encaminándola luego a todas las ramas del saber humanístico, en el campo católico en primer lugar y luego en todo el radio de la sociedad contemporánea que experimenta y busca, aunque sólo sea a título de información, el influjo del pensamiento espiritualista que irradia la luz cristiana.

Y que esta finalidad era digna de ser sabiamente perseguida lo dice el hecho de que la cultura católica, después de la crisis modernista y de la convulsión espiritual producida por la primera guerra mundial, tenía una enorme necesidad del abastecimiento propio y de la importación de la producción de los libros católicos más significativos de los países vecinos, como lo confirma el hecho del consentimiento y aplauso que rápidamente obtuvo, y obtiene todavía, la nueva Casa Editorial. Esta intención de proporcionar nuevas, buenas, serias y modernas lecturas a la cultura de nuestro tiempo merece especial encomio; nos sentimos gozoso de dar abierto testimonio de ello y confortar vuestra actividad con nuestro cordial aliento.

Pues estamos convencidos de que en el marco complejo del fenómeno cultural, la editorial, que de por sí no debería tener más que una función instrumental, tiene, sin embargo, una importancia suma, y, bajo ciertos aspectos, determinante. Se dice, justamente, que la acción crea el órgano; pero en vuestro sector también es verdad que el órgano provoca la acción. Vosotros habéis sido un estímulo eficaz para la producción y difusión de nuevos libros, de nuevas corrientes, de nuevas expresiones tanto del pensamiento particular de diversos autores como de la cultura característica de un ambiente y de un momento. Entre otros méritos tenéis el de descubrir al posible escritor y convertirlo en escritor efectivo; adiestráis al estudioso en la expresión de obras nuevas y de valor; a enfrentarse con el público, elevándolo a la plataforma del libro impreso. Os convertís, en cierto sentido, en los rectores de la cultura; intuís los problemas y promovéis una literatura en su favor. Antes de servir a los lectores, educáis a los escritores y trazáis los caminos de la producción de libros. Habéis intentado la difícil prueba del trabajo colectivo; habéis realizado programas para sacar a luz colecciones homogéneas y orgánicas de libros nuevos, lo que lleva consigo intención y continuidad proporcionados por toda una corriente de estudio y de pensamiento. Sois, pues, una palestra de los hombres que se dedican al servicio de la cultura católica, y todos pueden advertir la necesidad que tenemos de una falange de hombres así, que ofrezcan al público moderno tanto los selectos tesoros del patrimonio cultural católico, heredado de la tradición, como los frutos del pensamiento cristiano con las condiciones y exigencias de nuestro tiempo.

El problema de la novedad editorial sólo está parcialmente resuelto entre nosotros; sin libros nuevos hoy el pensamiento no vive, y el pensamiento religioso, que debería experimentar menos esta necesidad, la tiene no menos que el profano. Hoy el libro es como el pan, lo queremos tierno y del día. Y vosotros cumplís, junto con toda una escuadra de generosos editores católicos, este servicio, ejercéis esta providencial caridad intelectual. Podéis llamarla misión, y hacéis bien consagrándole toda clase de energías.

Lo cual quiere decir que tenéis todavía un amplio y largo camino que recorrer. El hermoso catálogo de vuestras publicaciones, que atestigua, con la valiosa revista Humanitas, una copiosa y costosa actividad ya realizada, no debe disminuir, sino más bien acelerar vuestro paso hacia nuevos progresos y nuevas metas.



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