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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO DE ESTUDIOS
DE POLÍTICA ECONÓMICA Y FINANCIERA*


Lunes 21 de junio de 1965

 

Distinguidos Señores:

Queremos rendir honor a vuestros estudios, a vuestras nobles e importantes actividades; y más que nada, queremos alabar la feliz iniciativa que es ha conducido aquí, para dar una digna y, en cierto modo, lógica conclusión a vuestro IX Congreso de Estudios de Política económica y financiera. ¿Cuál es la razón de esta visita al Papa? ¿De qué manera puede el Papa estar en relación con la ciencia que caracteriza vuestro Centro y empeña vuestras investigaciones y actividades? Nos mismo advertimos que puede a primera vista parecer contradictorio y casi chocante conducir vuestro grupo ante Nos; ante Nos, que no sólo no podemos gloriarnos de competencia alguna científica en materia ,de estudios financieros, sino que además estamos por principio al margen de ellos, por razón de la misión evangélica que Nos obliga a desentendernos de los valores de que vosotros os ocupáis y a poner Nuestro corazón y cuidado en la búsqueda de otros valores que no son precisamente los económicos y financieros.

No obstante, otras razones hacen ver lo acertado de vuestra iniciativa y llenan Nuestro corazón de satisfacción y agradecimiento por esta visita. La primera razón, que de por sí nada tiene que ver con la naturaleza, de vuestra actividad pero que justifica vuestra presencia en Nuestra morada, es vuestra bondad, vuestra deferencia hacia el humilde Siervo de los siervos de Dios y el sentimiento de fe que vernos complacidos iluminar vuestros espíritus. Razón excelente y siempre válida y siempre capaz de procurarnos viva satisfacción; la satisfacción de acoger hombres de cultura, hombres rectos y de valer, hombres de actividades importantísimas y gravísimas, hombres dedicados a servicio y al progreso de la sociedad; hombres sabios, honestos, laboriosos y conscientes de los deberes y de las necesidades del mundo moderno. Bastaría esta sola consideración para daros Nuestra bienvenida acompañada de Nuestro saludo y bendición.

Mas creemos que casi instintivamente vuestros pasos, que desde el Líbano, donde habéis celebrado vuestras reuniones, se habían desviado acertadamente hacia los Santos Lugares, se han dirigido a la vuelta hacia la casa del Papa, del Obispo de Roma, heredero y vicario de Cristo, de Quien habéis allí buscado las huellas, los recuerdos y el misterioso eco de su mensaje imperecedero. Habéis percibido la relación, no solamente histórica, sino también misteriosamente vital que asocia a Cristo con San Pedro y con quien en su misión le sucede, y habéis seguido dócilmente el atractivo espiritual de poner término aquí a vuestro viaje, el cual se ha convertido así de científico y profano, de turístico y de observación, en espiritual, en una peregrinación: partiendo de Palestina, vuestro viaje termina lógicamente en Roma. Después de la celebración de vuestro reciente Congreso de Estudios de Política económica y financiera en Beirut a fines del mes de abril, habéis realizado un viaje a Tierra Santa para buscar, siguiendo las huellas del Salvador Divino, las señales siempre vivas y elocuentes e intensamente conmovedoras de su presencia entre los hijos de los hombres, de su vida humilde y sacrificada, de su Pasión redentora. Y ahora, para coronar ese viaje a las fuentes genuinas del Cristianismo, habéis deseado concluir espiritualmente vuestro itinerario de estudiosos y ele creyentes junto a Pedro.

Os lo agradecemos, amados hijos y distinguidos señores, por la delicadeza de vuestra alusión a Nuestra peregrinación a aquellos benditos Lugares y por la gentil coincidencia de la Audiencia que tiene lugar en un día tan significativo para Nos, trayéndonos las emociones y los recuerdos de hace dos años, en el día de Nuestra elevación a esta Cátedra sublime y tremenda; mas os lo agradecemos sobre todo, y no tememos repetirnos, por el significado de este gesto de homenaje y de fe.

Y queremos sacar de ahí un auspicio, tanto más fausto y prometedor, cuanto más sincera y genuina ha sido vuestra determinación de venir hasta aquí; un auspicio para ese arte de bien administrar, al que no sólo dedicáis vuestros severos estudios, fomentando su continuo progreso científico, sino que además le consagráis vuestra vida y los talentos que el Señor os ha dado. No decimos nada nuevo al insistir aquí ante vosotros que sois eximios estudiosos y reconocidos especialistas, que este arte exige un conocimiento profundo y siempre renovado de sus leyes propias; mas sabéis también que esto no basta, puesto que, al igual que cualquier otra ciencia o actividad humana, este arte no comprende solamente datos puramente técnicos, especulaciones abstractas, documentaciones completas y necesarias, cálculos puramente económicos; sino que además supone y exige otras leyes morales y sociales que tengan en cuenta al hombre en toda su integridad, y más en particular este hombre, en el orden de la caída y de la Redención, en el orden del espíritu y de la gracia, es decir, el hombre redimido y peregrino, que, en el uso de las realidades terrenas –políticas, económicas, sociales, financieras y organizativas–, debe encontrar el instrumento o, al menos no debe encontrar obstáculo para la consecución de su fin supremo: conocer, amar y servir a Dios en esta vida para gozar de El después en la otra, en el Cielo, como enseña con augusta y bíblica sencillez el catecismo. A estas leyes morales y sociales, vividas antes que enseñadas y propuestas teóricamente, vosotros —estamos seguros— acomodáis vuestra probidad de hombres y vuestra autoridad de estudiosos. Lo celebramos y de todo corazón os alentamos.

A las conciencias sensibles y avisadas no puede ciertamente pasar inadvertido el grave peligro, la deficiencia paralizadora, la letal escisión, a la cual aludía Nuestro Predecesor Juan XXIII en la Encíclica Pacem in terris, condición obscura de tantas modernas instituciones del orden temporal, las cuales florecen actualmente con el progreso científico y técnico y abundan en medios aptos para la realización de cualquier proyecto, pero con frecuencia en ellos se han enrarecido la motivación y la inspiración cristianas. Con razón surge la pregunta de cómo ha podido suceder este fenómeno, siendo así que en la institución de aquellas leyes contribuyeron no poco y siguen contribuyendo personas que profesan el cristianismo y que, al menos en parte, conforman realmente su vida con las normas evangélicas. La causa de esto creemos hallarla en la falta de coherencia entre la conducta y la fe. Es, pues, apetecible que de tal modo se restablezca en ellos la unidad de la mente y del espíritu, que en sus actos dominen simultáneamente la luz de la fe y la fuerza del amor.

Este Congreso, continuado en la peregrinación a Tierra Santa y concluido aquí en esta Roma Santa, Nos dice que habéis sabido comprender y buscar esta deseada síntesis y que a ella queréis orientar vuestros estudios y actividades. Continuad, pues, por este camino, en el cual encontraréis siempre una fuente continua de enriquecimiento espiritual, de luz intelectual, de benéfica irradiación para el progreso de la sociedad en que actuáis.

A esto os invita Nuestra palabra, en esto os sostiene Nuestra oración, para esto os conforte Nuestra Bendición, que extendemos asimismo a vuestras familias y colaboradores.


*ORe (Buenos Aires), año XV, n°654, p.5.

 



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