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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
CON OCASIÓN DEL XXXIX CONGRESO
EUCARÍSTICO INTERNACIONAL

Sábado 4 de junio de 1966

 

Señor Embajador,
Amadísimos Hijos de Colombia:

Las amables palabras con todos los deseos en ellas contenidos que Vuestra Excelencia, Señor Embajador, Nos acaba de dirigir, son expresión clara de los sentimientos que como fiel servidor de la Iglesia y de vuestro País os distinguen; son también eco de los pensamientos y afectos que en este día llenan el alma de la ilustre colonia colombiana residente en Roma y que con vivo gozo contemplamos reunida en torno nuestro, y quieren ser asimismo intérpretes de la tensión espiritual que invade el ánimo de vuestros católicos conciudadanos en el momento actual de su historia. ¡Gracias vivísimas por vuestro devoto homenaje!

Es para Nos un placer el bendecir la primera piedra del templete que va a erigirse en el campo donde tendrán lugar las más solemnes ceremonias del próximo Congreso Eucarístico Internacional. Esta piedra sencilla, arrancada a nuestra Basílica de San Pedro, lleva en sí misma olor de cercanía a la tumba del primer Apóstol; es también un testimonio de la especial vinculación entre los Colombianos y la Santa Sede: una misma es su fe que los califica, idéntico es el amor que vivo en todos está para con la Iglesia.

Al enviar este recuerdo sagrado a Colombia, va en él el mensaje de nuestro afecto y con él van también nuestros augurios.

Cuando Nos hemos fijado en Colombia para sede de la grande manifestación eucarística, hemos pensado en los siglos de fe cristiana que llenan sus anales; Nos proponemos que este acontecimiento sea premio por sus servicios preclaros a la causa católica; concebimos la esperanza de que constituya estímulo a nuevo dinamismo religioso y mayores virtudes sociales.

Los actos que se avecinan, preparados con la sabia organización de que los católicos colombianos han sabido dar inequívocas pruebas en otras ocasiones, precedidos con expresiones de renovación espiritual en los diversos sectores de la Comunidad eclesial, atraerán sin duda sobre el noble pueblo colombiano gracias especiales: la Eucaristía es centro de unidad, semilla de concordia y unión, manantial de paz y de reconciliación.

Vuestro hermoso País, con todas sus bellezas naturales y sus tesoros de arte, será digno pedestal para la custodia eucarística desde el que Cristo Señor irradiará también para la, humanidad entera los dones más preciados del Cielo: el templete que se va a erigir sea como nuevo Sinaí, que testimonie la alianza del Rey de amor con su pueblo; nuevo Tabor en el que refulja la gloria de Dios ante la faz de la tierra; nuevo calvario y altar de redención para todos los hombres.

Señor Embajador, amadísimos Hijos: Mucho amamos a Colombia, mucho pensamos en ella. De ahora en adelante nuestro corazón estará aún más cerca de vosotros en espera de las grandes Jornadas que en el año mil novecientos sesenta y ocho han de llevar a las naciones hermanas de América, a la catolicidad, al mundo el triunfo de Cristo Eucarístico. A vosotros, a vuestros familiares ausentes, al queridísimo País que representáis vaya una especial Bendición Apostólica.

 



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