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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE FINLANDIA
ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 12 de diciembre de 1968

 

Señor Embajador:

Nos recibimos con la más viva satisfacción las Cartas credenciales que Nos presentáis y Nos somos felices de saludar en vuestra persona al Embajador de una nación con la que la Santa Sede mantiene las relaciones más cordiales desde hace más de veinticinco años.

Vuestra Excelencia ha mencionado las horas sombrías de la segunda guerra mundial que vieron el establecimiento de estas relaciones. Era en 1942. Entonces, Nos éramos en la Secretaria de Estado; Nos conservamos un recuerdo muy claro de ese episodio y de la fuerza con la que Nuestro Predecesor Pío XII, al recibir al primer y muy digno representante de vuestro país, el Sr. Georges Gripenberg, subrayó «el derecho inviolable de todas las naciones, grandes o pequeñas, para determinar su propio destino, con exclusión de toda ingerencia extranjera» (Discursos y Radiomensajes de Pío XII, IV, p.161).

En un momento en que parecía que sólo contaba la fuerza de las armas, estas palabras de fe y de aliento, siempre actuales, como la experiencia lo ha demostrado recientemente una vez más, querían ser una afirmación del derecho al mismo tiempo que un llamamiento a la esperanza. Finlandia, después de haber atravesado el período doloroso de la guerra, reafirmó con orgullo la independencia que había proclamado en 1917, y todos pueden comprobar hoy, después de este medio siglo de vida autónoma, las pruebas que ha sabido dar de su personalidad en el concierto de las naciones.

Por su parte, la Santa Sede se siente feliz y honrada de mantener relaciones con vuestro país, ante todo por su historia: se puede decir que el cristianismo está en sus orígenes y ha acompañado su marcha.

En la Finlandia de hoy, la comunidad católica es, por cierto, poco numerosa. Pero la caracterizan dos rasgos valiosos a Nuestros ojos. En primer lugar, goza de plena libertad, lo que honra sobremanera a vuestro pueblo y asegura a la Iglesia católica una vida digna y pacífica en vuestro país. Además, Nuestros hijos se encuentran en relaciones amistosas con sus hermanos cristianos, luteranos y evangélicos, que son la mayoría de la población finlandesa. Nos queremos pensar que en el clima ecuménico postconciliar, estas relaciones de caridad fraterna seguirán creciendo y produciendo frutos, para el mayor bien de unos y otros.

Nos tenemos otro motivo más para apreciar las relaciones que la Santa Sede mantiene con vuestro país: es el alto grado de cultura y de civilización que ha alcanzado a través de los siglos. Finlandia representa una destacada expresión étnico-cultural en el conjunto del norte europeo; por otro lado, como Vuestra Excelencia lo hizo notar justamente, está animada por un espíritu de neutralidad activa al servicio de la paz, y en este campo coincide con una de las principales preocupaciones de la Santa Sede en este tiempo.

Esto os dice, Señor Embajador, que Nos apreciamos muy especialmente los votos que Nos presentáis de parte de Su Excelencia el Señor Presidente de la República de Finlandia, a quien rogamos transmitáis los Nuestros, muy fervientes.

Acogiendo con gran satisfacción la expresión de los sentimientos que os animan personalmente en el momento de haceros cargo de vuestra nueva y noble misión, Nos invocamos de todo corazón sobre su feliz ejercicio, así como sobre vuestra persona, vuestra familia, vuestro país y sus gobernantes, la abundancia de las bendiciones de Dios Todopoderoso.


*ORe (Buenos Aires), año XVIII, n°831, p.3.

 



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