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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA
DEL CONGO ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 14 de octubre de 1968

 

Señor Embajador:

El establecimiento de relaciones diplomáticas regulares entre un país y la Santa Sede es siempre para ésta motivo de profunda satisfacción. En efecto, es evidente que ningún cálculo de interés temporal entra aquí en juego, sino únicamente la preocupación por los valores morales y espirituales lo que honora a quienes expresan deseos de establecer relaciones regulares.

La satisfacción se acrecienta aún más cuando se trata de una grande y hermosa nación del continente africano que ha, llegado desde hace poco tiempo a la independencia y que, como la joven República Democrática del Congo, posee un patrimonio ya tan rico de vida y de experiencias cristianas.

En efecto, no podríamos pasar en silencio – y Vuestra Excelencia lo ha mencionado con toda justicia – la obra inmensa cumplida por la iglesia en su país. Ella no ha implantado solamente la fe católica, sino que se puede decir que su acción tuvo por efecto facilitar en gran medida a las poblaciones congolesas el acceso a las formas más evolucionadas de la civilización moderna y mundial. Esto se nota especialmente en el dominio de la instrucción, y el solo nombre de Lovanium basta para evocar el grado de cultura alcanzado por vuestro país gracias a instituciones establecidas por iniciativa de la Iglesia.

Sin embargo, sería incompleto tener en cuenta exclusivamente lo que la Iglesia ha dado al Congo, pues es justo mencionar también lo que el Congo da a la Iglesia. Lo hemos dicho recientemente en Nuestro mensaje al Episcopado y a todos los pueblos de África: "La Iglesia considera con gran respeto los valores morales y religiosos de la tradición africana" (N° 14). Ella aprecia en grado sumo, en efecto, la riqueza y variedad de las expresiones culturales de los diversos grupos étnicos de vuestro gran continente, su sabiduría, su capacidad para el diálogo, su atención a la familia, su sentido de lo humano y sobre todo su visión espiritual de la vida; todos valores positivos, tan característicos de vuestra civilización y que la Iglesia no ambiciona más que asumir y vivificar con las luces superiores de la revelación cristiana. Esto equivale a decir, Señor Embajador, que lo que hay de bello y de noble en las tradiciones congolesas, bien lejos de ser desechado o neutralizada por la Iglesia, será siempre aceptado y valorizado por ella; ella considera estas relaciones como un enriquecimiento gracias al cual adquiere en cierta medida sus cartas de ciudadanía en vuestro país y puede revestir un aspecto verdaderamente congolés.

En efecto, la Iglesia universal se encuentra bien en todas partes. Ella no es importada del exterior; y cuando se enraíza en una región del globo no es para perseguir allí designios de dominio, o de intereses temporales, sino que no tiene en vista más que el bien verdadero de los pueblos. Sus objetivos son de orden religioso, no político. En lo que concierne al Congo, no desea otra cosa – os damos garantía de ello – que conservar, consolidar e incrementar por medio del mismo pueblo congolés, la gran obra misionera realizada en el pasado, cuyos resultados benéficos son evidentes para todos. Es evidente que esto no se puede hacer más que en un clima de paz social, que supone en los gobernantes, además de la intención de continuar sin descanso la elevación del nivel de vida de los pueblos, gran amplitud de puntos de vista y gran magnanimidad. Todos saben que el Congo ha conocido durante los años pasados numerosas pruebas dolorosas que han podido dejar en los corazones rastros de amargura y resentimiento. Pero el país se honrará frente al mundo y frente a la historia poniendo en práctica generosamente el perdón cristiano, tan noble en si mismo y tan conforme además con las convicciones de sus hijos mejores. Un Congo plenamente fiel a sus mejores tradiciones, ansioso por dejarse imbuir cada vez más por el espíritu del Evangelio, nos parece tener en los designios de la Providencia una magnífica cuya irradiación no solamente podría revelarse bienhechora para cada uno de sus hijos, sino para, toda el África y él mundo.

La Santa Sede será la primera en alegrarse ante la creciente prosperidad espiritual y material del pueblo congolés. Y en e1 cargo que inauguráis hoy en calidad de primer embajador de vuestra patria ante la Santa Sede, podáis estar seguir de encontrar siempre aquí comprensión, benevolencia y apoyo. De todo corazón invocamos en este momento sobre vuestra persona, vuestra misión, vuestra familia, sobre el señor presidente de la República Democrática del Congo y sobre todas las queridas poblaciones congolesas la abundancia de las bendiciones divinas.


*ORe (Buenos Aires), año XVIII, n°823, p.6.

 



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