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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ÁRABE SIRIA
ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves 27 de noviembre de 1969

 

Señor Embajador:

Es un honor para nosotros darle la bienvenida y recibir de sus manos las Cartas por las que el Jefe de Estado de la República Árabe Siria, el doctor Nureddin El-Atassi, acredita a Vuestra Excelencia como Embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede.

Al recibirle en nuestra casa sentimos ante todo la necesidad de manifestarle nuestra estima y nuestro afecto hacia Siria y hacia el pueblo sirio, que evocan en nosotros recuerdos queridos para toda la cristiandad. ¿No es verdad que en vuestra tierra se desarrollaron muchas de las primeras comunidades cristianas? ¿No es cierto que cerca de Damasco el apóstol San Pablo tuvo la dicha de hallar la gracia de recibir la luz de Cristo; un acontecimiento recordado felizmente por la restauración del Memorial de San Pablo? Esta presencia de la Iglesia católica está testimoniada hoy por la vitalidad de las diversas comunidades cristianas con sus ritos tradicionales propios.

También en el nombramiento de Vuestra Excelencia queremos ver sobre todo –acabáis de decirlo– la voluntad del gobierno sirio de reforzar aún más sus relaciones de amistad con la Santa Sede. Ponemos esto de relieve con tanta mayor satisfacción en cuanto que por su parte, la Santa Sede ha deseado siempre tal acercamiento. Esperamos que, gracias a la apertura cada vez mayor que resultará de ello, podrán ser estudiados y resueltos, en interés común, los problemas vitales que tienen planteados hoy los cristianos de Siria, y en primer lugar en el plano de la educación de la juventud.

Lo afirmamos una vez más de buena gana en esta solemne circunstancia: nadie tiene por qué temer nada de la educación dada en las escuelas católicas. Tomando su fuerza de los valores espirituales fundamentales, abierta a las exigencias del mundo moderno, formadora de la libertad y del sentido de la justicia, esta educación tiende a favorecer el desarrollo completo del hombre, de todo el hombre, en conformidad con su eminente dignidad. Al mismo tiempo quiere prepararle para que pueda insertarse en la sociedad civil, para convertirle en un colaborador del progreso social, respetando siempre la autoridad de su país y siendo leal a su patria.

Los dolorosos acontecimientos del Oriente Medio – no es necesario decirlo – encuentran un profundo eco en nosotros. Con ansiedad formulamos el deseo más ardiente de que la justicia y el derecho de los pueblos puedan encontrar finalmente su expresión concreta y satisfactoria para todos.

Y si es cierto que no nos corresponde resolver directamente cuestiones cuya competencia pertenece a los Estados interesados y a la Organización de las Naciones Unidas, no hemos dejado pasar ninguna ocasión para aportar nuestra contribución específica y para estimular a la solución pacífica de las diferencias que han surgido y se han desarrollado peligrosamente. Por nuestra parte, estamos siempre dispuesto –no sería necesario decirlo– a responder a toda nueva llamada que nos parezca razonable. Allí donde nos ha sido posible ejercer una acción directa, por ejemplo en la asistencia a los refugiados palestinos, lo hemos hecho con nuestra mejor voluntad, y seguiremos testimoniando a todos, especialmente a los jóvenes, nuestro afecto y nuestra comprensión por su penosa situación.

Manifestando, por medio de Vuestra Excelencia, nuestro respetuoso saludo al Jefe de Estado de la República Árabe Siria, formulamos también a Vuestra Excelencia nuestros mejores deseos para el cumplimiento de su noble misión.

Con estos sentimientos invocamos sobre Vuestra Excelencia y sobre sus seres queridos los favores de Dios todopoderoso, Padre de todos los pueblos.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.50, p.10.

 



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