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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
A SR. WILLY BRANDT,
LA CANCILLER DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA
*

Lunes 13 de julio de 1970

 

Muy respetable señor Canciller Federal.

Con motivo de su visita al Vaticano, Nosotros le acogemos con una expresión de cordial saludo a usted, y a las personalidades de su séquito, lo mismo que al Señor Embajador ante la Santa Sede y a sus colaboradores. Nos le agradecemos el honor de su visita y esta alocución tan rica de contenido que nos ha dirigido.

A pesar de la atormentada historia del pasado, las relaciones entre la Santa Sede y su patria pudieron desarrollarse y profundizar de manera fructífera sobre la base del derecho y de la colaboración amistosa.

Partiendo de este supuesto, Nos compartimos con usted el convencimiento de que también los problemas actuales, que Nos llevamos tan dentro del corazón, pueden solucionarse de manera perfectamente satisfactoria. Al decir esto, Nos pensamos ante todo en el problema escolar, y en la formación de la juventud, en la protección de la familia y en el socorro de quienes necesitan ayuda.

Estrechamente unida con la Sede Apostólica, la Iglesia católica en Alemania, bajo la guía de su responsable Episcopado, abierto a todos los problemas, quiere ofrecer una valiosa contribución para el auténtico bien del pueblo alemán. La Carta pastoral de los Obispos Alemanes del año pasado sobre «La Iglesia en la sociedad pluralista y en el estado democrático de nuestros días» es en cierto sentido una concreta aplicación a las circunstancias locales de la Constitución Pastoral «Gaudium et Spes»; en ella se dan, como es sabido, muchas indicaciones realistas.

En su persona, Señor Canciller Federal, Nos es también grato saludar al laborioso pueblo de su patria, que después de la dura realidad de la guerra ha sabido asegurarse de nuevo un puesto de honor en el círculo de las naciones. A todos sus conciudadanos, pero de manera especial a quienes deben soportar todavía las consecuencias de la guerra, se dirige Nuestro saludo nacido del corazón.

Usted, Señor Canciller Federal, se ha referido a estas consecuencias al recordar las tensiones existentes todavía en Europa y a las que el gobierno federal está dispuesto a salir al encuentro, para de esta manera dar su contribución a una convivencia pacífica entre los pueblos.

También Nosotros hemos intervenido incansablemente desde el comienzo de Nuestro Pontificado a favor de la paz y acompañamos con Nuestros deseos de bendición todos los esfuerzos que se realizan por la paz en Europa y en el mundo. Sin duda alguna, en este campo, tiene la Iglesia una misión que realizar, diversa de la de los Estados. En el cumplimiento de esta su misión, la Iglesia quiere construir puentes entre los pueblos. Ella dirige los corazones de los hombres hacia Dios, más en concreto, hacia la paz de los hombres con Dios, hacia la paz del hombre consigo mismo y con sus semejantes.

Si ahora Nos dirigimos nuestra atención hacia Europa, es con el fin de aprovechar esta ocasión que se Nos ofrece para asegurar de nuevo que la Santa Sede preste su pleno apoyo moral al objetivo de una Europa unida. Este es un objetivo que, prescindiendo de las dificultades actuales, muchos consideran necesario y urgente, más en concreto, según Nos dijimos ya en otra ocasión, «la unión en el sector económico y después, si es posible, – teniendo en cuenta las realidades históricas respectivas – en el sector político» (cfr la Alocución a los miembros de la Comunidad Económica Europea y del Euratom, AAS 59, 1967, p. 624).

Nos aprovechamos esta ocasión para constatar con complacencia que el gobierno de la Alemania Federal contribuye eficazmente a la consecución de este objetivo. Importantes personalidades políticas de su país se han ofrecido a servir esta tarea; entre ellos, merece ser recordado sobre todo en este momento el gran « Europeo », el fallecido Canciller Federal Adenauer.

El trabajo en favor de la paz exige, además, comprensión de todos por las exigencias sociales del tiempo actual, y un compromiso dispuesto al sacrificio a favor de los pueblos en vías de desarrollo. En este campo, el pueblo alemán, sobre todo en los años posteriores a la guerra, ha realizado cosas grandes por medio de su espléndida ayuda para el desarrollo, de la que forma una parte muy principal la encaminada a través de las obras eclesiásticas. Nos es grato aprovechar este momento para expresar una vez más nuestra admiración y nuestro reconocimiento.

En nuestra encíclica « Populorum Progressio », siguiendo a nuestros predecesores, y conscientes de nuestra responsabilidad, Nos hemos intentado colocar estos urgentes problemas ante la opinión pública mundial. A pesar de todo el progreso técnico, hoy todavía amplias capas de la población indígena de muchas partes del mundo están abandonadas en condiciones de vida con frecuencia indignas del hombre, maltratadas y hasta explotadas.

Esta insoportable situación social es un peligro para la paz. Por esta razón, nosotros agradecemos al pueblo alemán que se haya entregado con éxito a procurar el progreso económico y la elevación cultural de los pueblos del tercer mundo.

Señor Canciller Federal, usted viene de un país en el cual desde hace siglos conviven y se entrecruzan dos grandes comunidades cristianas. Por medio del movimiento ecuménico se ha conseguido felizmente una más profunda comprensión mutua y un mayor acercamiento de ambas confesiones cristianas. La Santa Sede ha contribuido en gran medida a estos esfuerzos.

Por esto Nos expresamos el deseo, muy respetable señor Canciller Federal, de que le sea dado conducir a su patria hacia el autentico progreso por medio de una tarea pacífica de gran alcance, lo mismo en el plan político y social que en las bases religiosas. Para ello Nos imploramos sobre el señor Presidente Federal, sobre usted y su gobierno, y sobre todo el pueblo alemán, al que tanto Nos apreciamos, la constante bendición y protección de Dios.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.29 p.2.

 



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